18. De hermanos a enemigos

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EZRA VEIDER

"Eres de lo peor", fue uno de los últimos mensajes de Sebastián. "Has lastimado a quienes no lo merecen", era otro texto. Evidentemente estaba en lo cierto, especialmente porque mi comentario en The Journal desenterró las ruinas en Cleveland y algunos periódicos revivieron el pasado de Dominique, perjudicando así la reputación de Tec FT Corporation, la empresa de su padre.

En su momento no medí cuánto alcance tenía mi declaración, así que ahora apenas podía enfrentar a Sebastián o a Vincent, quien apoyaba al menor de nosotros; tampoco tuve la oportunidad de presentarme frente a los padres de Glensson o a Dominique, no porque no supiera dónde encontrarlos, sino porque los guardaespaldas de Bans vigilaban mis pasos y porque aún tenía presente lo que descubrí al dar click en el enlace junto al mensaje en mi nuevo móvil.

Suspiré, sentía demasiada culpa y carga sobre los hombros.

Antes me relajaba salir a correr o ir al río Han a meditar, pero las últimas dos semanas no me sentía capaz de disfrutar de lo que solía gustarme, tampoco tenía con quién hablar desde que mis hermanos me declararon la guerra. Estaba solo, excepto por Queen, quien vivía su propio infierno en Fortland y cuyo número era el único que Bans Veider me permitió conservar, sobre todo después de descubrir que el padre de ella era un importante negociante en la ciudad que me vio convertirme en hombre.

"Robert, iremos a casa", fue el mensaje que le envié al chofer. Estaba agradecido de que Bans no lo hubiera quitado de mi cargo; al fin y al cabo, Robert era la única figura paterna que tenía en mente, además, era el que cubría mis espaldas cuando era difícil huir de mi verdadero padre. "Bajo en quince minutos. Deshazte de los guardaespaldas, por favor", ordené y recibí una respuesta afirmativa de su parte.

No quería ir en contra de las órdenes de Bans Veider, solo quería visitar mi vieja casa, a la cual no volvía desde que discutí con Galia Betancourt. Quería recoger algunos objetos personales, además de dejar otros de los cuales no sabía cómo deshacerme; por ejemplo, las vendas de Dominique que por error se quedaron entre mis pertenencias cuando fuimos de campamento al lago Forhead. No quería nada que tuviera peso suficiente para hacerme dudar o que me confundiera.

—¿Señor Veider? —habló una de las asistentes.

Apenas levanté la mirada mientras guardaba algunos documentos dentro del portafolio. —Se ha programado una reunión a primera hora el día de mañana.

—¿Asunto?

—Reiniciar la sucesión en la empresa —murmuró y captó mi atención—. Su padre indicó que su asistencia es de suma importancia, por lo que liberé su agenda hasta la tarde. Además, dejó esto para usted —extendí la mano para recibir otro portafolio y le di permiso para que se marchara.

No estaba seguro de querer leer el contenido de aquel objeto, pero aun así abrí el fólder. Dentro había un boleto de avión de regreso a Fortland con fecha de la siguiente semana. Resoplé, no estaba sorprendido porque esperaba que Bans Veider se deshiciera de mí en algún momento; después de todo, la entrevista no fue suficiente para limpiar su imagen y necesitaba enviarme lejos mientras la marea aún estaba agitada. Quizás serían semanas o meses los que estaría lejos y, aunque debería estar enojado porque Bans se esmerara por controlar mi vida, una parte de mí estaba feliz de tener una excusa para marcharme y dejar todo atrás. Tenía heridas que sanar y sentimientos de los cuales deshacerme.

"¿No es cobarde huir?", reclamó la voz en mi interior, miré la oficina vacía y sentí el peso de la culpa. La solución ideal habría sido buscar a Dominique y presentarle mis disculpas, pero hacer ello conllevaba un riesgo importante, así que era mejor dejar que ella tuviese el peor concepto de mí para que se alejara por voluntad propia; después de todo, no quería a un hombre como Bans acechándola solo por ser quien era.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora