12. Culpa y remordimiento

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EZRA VEIDER

"¿Aún estás vivo?", fue el mensaje de Sebastián.

La versión que le di a él por si se presentaba algún imprevisto es que me fui de viaje a Fortland durante tres días, por esa razón escribía de vez en cuando preguntando sobre lo que hacía o dónde estaba. Mis respuestas no eran muy extensas, especialmente porque mis temas de conversación se centran en Glensson.

"Diles la verdad", era el consejo de mi subconsciente.

Giré sobre la bolsa de dormir deseando no tener tan presente a Sebastián entre mis pensamientos, especialmente cuando Dominique estaba cerca. Me cubrí por completo, no quería salir de la carpa porque el evento de hace unas horas aún me atormentaba. Ese abrazo, el beso y la cercanía no eran gestos con los que estaba acostumbrado. Era nuevo y el vínculo con Dominique no hacía más que volverse profundo y significativo cuando debería ser lo opuesto.

Tenía que elegir entre Sebastián o ella, mientras más rápido lo hiciera, menos daño le haría a ambos y la solución más factible era abogar por mi hermano. "¿No es así?", le pregunté a la voz en mi interior, pero no hubo respuesta. Si lo elegía a él y mi padre dijo la verdad, el destino de Dominique y Bastian terminarían en el mismo rumbo. Yo me haría a un lado y olvidaría nuestra amistad por bien de ambos; sin embargo, al hacerlo, perdería mi mayor sueño: ser heredero de DexTop Veider.

No soporté el peso de aquella decisión y tomé asiento para observar a mi alrededor. No había ruido en el exterior, así que abandoné la comodidad de mi tienda para husmear en el exterior. Corría mucho viento y una manta de niebla y oscuridad cubría el lago. Eran apenas la una de la mañana del segundo día de excursión, así que me animé a caminar por las orillas del lago sin rumbo alguno y agradecí que esa madrugada hubiera luna llena para guiarme.

El resto de excursionistas estaban descansando en sus carpas, por eso el único ruido eran los grillos y aves que volaban cerca en busca de refugio para la noche. Fui cauteloso y sigiloso hasta pasar la última tienda cercana para no incomodar a los forasteros y me detuve delante de un tronco de madera seco que estaba cerca al lago. Era un anticuado mirador, así que encendí el farol para tener un poco más de luz. Había ramas quebradas y apolilladas sobre el suelo, como si marcaran el trayecto de un árbol caído. Me senté en el tronco sin quejas, acomodé la capucha y me quedé quieto apreciando la belleza de aquel panorama que fue el lugar favorito de mamá cuando yo era pequeño.

El dolor no era llevadero, así que cambié de recuerdo cuando las nubes grises se volvieron una compañía pesada. Pensé en Dominique y su temor al agua y recordé cada segundo que demoré en sacarla del agua. Ella no era la única que se asustó, también yo lo hice. Tuve miedo de que algo le pasara o que fuera demasiado tarde, quizás por eso no podía dejar de pensar en ello mientras estaba solo.

"Olvídalo", sugirió mi subconsciente. Supuse que era lo mejor cuando tomé una piedra ovalada del suelo y la lancé de forma horizontal sobre el agua generándose ondas en la superficie que desaparecían al chocar con la orilla. Sonreí y repetí el mismo movimiento un par de veces. Me gustaba como el reflejo de la línea se distorsionaba sobre el agua.

—¿Qué haces aquí? —susurró mi nueva compañía luego de oír pasos cautelosos cerca.

Señalé el espacio restante sobre el tronco de madera y ella tomó asiento sin quejarse. Estábamos en paz. —No podía dormir, así que pensé que esto era mejor que ver el móvil.

Dominique asintió y guardó silencio.

No quería que se sintiera incómoda o presionada a hablar, así que le entregué una piedra y me quedé con otra. Lancé la mía al agua un poco después y ella copió mis movimientos con astucia. Sonrió porque dos de sus intentos fueron catastróficos. Tenía una mirada peculiar cuando era feliz y otra cuando tenía miedo, así lo confirmé mientras la observaba de reojo.

Las cadenas que nos unen ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora