Capítulo 7. Fe ciega.

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Mikaela se levantó la primera. Estaba rara después de su misterioso sueño. Mas tarde, Leah y su madre se levantaron también.

-Bueno. Yo ya tendré que irme a mi casa. Un placer verla de nuevo, Beatrice-Decía Mikaela con una media sonrisa.

-Volverás, ¿verdad?- Preguntó Leah.

-Claro.

La despedida no se alargó mas. Se despidió de las dos mujeres prometiendo antes que volvería a visitarlas, y Mikaela se fue. Tenía fe de llegar a casa y que las cosas siguiesen en orden. Caminó por el pueblo, el sol de ayer se había esfumado, y ahora en su lugar quedaba un cielo cubierto por las frías nubes grises. Pero ya se sabe, al fin y al cabo, Mindest Road está cerca de Londres. Y el clima londinense nunca fue caluroso.

A su llegada a casa pasaba algo raro. ¿Dónde está la gente? No había nadie, solo su gata Zizu, que la recibió alegre, como siempre. Nadie más. Se extrañó, y recordó que hace no mucho, había pasado lo mismo. Esas raras salidas de la familia de Mikaela a sus espaldas no traían nada bueno. Lo que más inquietó a la joven es que, pasada la media noche, aún nadie había aparecido por casa. Miró el lado bueno, por una noche podría descansar en paz y tranquilidad. Pensaba que a la mañana siguiente estarían en casa. Mikaela intentaba no dormir. No quería hacerlo, pues pensaba que volvería a tener esas pesadillas tan angustiosas, pero al final el sueño pudo con ella. Por suerte para la muchacha no soñó ni en ancianas, ni en hombres sin rostro, ni en nada parecido.

Al día siguiente se levantó temprano. El sonido del agua de la lluvia la despertó. Hacía un día de perros, con un frío que helaba hasta el corazón, y lo primero que hizo la joven fue beber un vaso de leche caliente, pero un misterioso silencio la alertó de algo. Era raro que Mikaela no hubiese oído nada, pues en su casa siempre había voces : insultos y riñas entre los hermanos mayores, el padre gritando como un loco encolerizado por el alcohol...

El caso es que no se oía nada, y, tras investigar la casa, se dio cuenta de que estaba sola. “Que coño está pasando aquí”, pensó para sus adentros. No la extrañaba que su familia la hubiese abandonado. Tampoco la molestaba eso. Pero había muchas cosas que hacían pensar mal. Empiezan a suceder acontecimientos rarísimos, e incluso paranormales, en la vida de Mikaela, y justo en ese momento su familia se va. ¿Por qué no se han ido antes, si nunca se han llevado bien? Se iba a volver loca, así que decidió ir a ver a su tío Will pensando que le aclararía algunas cosas. Quería contarlo todo lo sucedido hasta la fecha. A lo mejor el tendría alguna respuesta.

Llegó por fin a casa de su solitario tío.

-¿Quién es?-Preguntó una grave voz gruñona desde el otro lado de la puerta.

-Soy yo, tío. Ábreme.

A Will se le oscureció la vista. No podía contarla que cada vez que iba a visitarle, ella corría peligro. Pero abrió la puerta.

-¿Por qué has vuelto? No te he llamado para que vinieras.

-Controla tu entusiasmo, ya se que estás contentísimo de verme- Contestó con ironía y con tono de burla la chica.-Tío, tengo que contarte algo.

Cuando Will oyó esas palabras se esperaba lo peor.

-Tu dirás.

-Mira...No sé por donde empezar- Decía Mikaela ante la atenta mirada de Will, que sufría con tanta intriga.

-Venga, dímelo ya. No me gusta tanto misterio.

-Pues...Empezaré por lo de hoy. Mis padres me han abandonado. No me importa, ya sabes que no me llevo con ellos, pero creo que se van en el mejor momento para pensar que algo gordo está ocurriendo, ¿sabes?

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