Capítulo 11. Culpables.

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Mikaela temblaba. Su frente sudaba, y no paraba de mover las manos. Se encontraba frente la implacable mirada de aquella juez. Tenía miedo, pero un extraño sentimiento de seguridad. Iba a decir toda la verdad para acabar con toda esa historia de una vez, o al menos, eso creía. Suspiró. Miró hacia arriba. Y empezó a hablar, con la voz quebrada y frágil, como su alma en esos momentos.

-Leah y yo ya conocíamos a Simon. Era un señor mayor, como de cincuenta y muchos. Era un viejo conocido de Paul, el padre de Leah. Una noche estábamos Leah y yo en su casa. Me iba a quedar a dormir allí, como casi siempre, porque bueno, nunca me llevé bien con mi familia, pero esa es otra historia. Aquella noche, la casa de Leah se quedó vacía. Los padres tenían que hacer cosas, así que Simon se ofreció a dejarnos su hogar para dormir. Todos asentimos, parecía un buen tipo – La voz de Mikaela se iba entrecortando más a medida que avanzaba la historia. Tenía la mirada perdida. Los recuerdos la estaban matando, al igual que a Leah, y al igual que James, que lo veía todo desde el banquillo de los testigos – Cuando llegamos a su casa, todo era normal. Simon nos acogió de la mejor manera. Nos dio de cenar. Todo transcurrió normal. Hasta la hora de dormir. Nos acostamos, y al acabo de dos horas nos despertamos. Las dos dormíamos en la misma cama, ya que no había más. Nos despertamos al sentir la presencia de alguien. Ese alguien era Simon. Cuando le vi la cara hubo algo que me espantó – Mikaela hizo una pequeña parada, volvió a mirar hacia arriba y a suspirar, y siguió con el relato – Me espantó su mirada. Nos aterrorizó. Una mirada llena de ira, de lujuria, de deseo, de pecado. Una mirada inquietante. Nos siguió observando por unos largos instantes, y nosotras estábamos empezando a temblar de miedo. Intentamos refugiarnos bajo las sábanas de la cama, pero fue inútil. Cogió a Leah, y de un puñetazo la tiró al suelo, inconsciente. Ahora el viejo se reía. Me miraba con esa cara llena de perversión, y dejaba caer esa risa maléfica. - Cada palabra que dejaba caer Mikaela eran fruto de la ira, daño y rencor contenido durante todos estos años. Unas heridas que, de alguna manera, al contarlas, se estaban sanando. Mikaela se estaba desahogando, aunque lo que estaba contando la dolía, y mucho. - Me agarró. Intenté escapar pero no hubo manera. Me puso boca abajo, contra el colchón. Leah seguía inconsciente. Yo gritaba y me movía. Entonces dijo algo. Nunca olvidaré esas palabras.

-No deberías moverte tanto. Te dolerá más.

-Yo seguía gritando. Le decía : “¡Socorro, por favor, no, no!”. Pero el seguía.

-”¡Cállate puta!” “Vas a ser obediente, ¿verdad? Me vas a hacer gozar, putita. Mmm, que rico hueles” - Me decía con esa cínica voz, mientras yo seguía llorando. Me arrancó las bragas. Y abusó violentamente de mí. Me desvirgó de esa manera tan sucia. Luego me obligó a hacerle sexo oral. Estaba muy dolorida y avergonzada. Al acabar, me lo dejó bien claro. Me dijo que como se lo contara a alguien, me mataría. Lo recuerdo todo tan exacto... Yo solo tenía 9 años, y me creí todas sus amenazas. No volví a dormir en toda la noche. Ni en todo el mes. Seguía temblando. Cuando despertó Leah, la dije la verdad rompiendo a llorar, y que Simon nos mataría si le contamos lo sucedido a alguien. ¿Como un ser humano podía tratar así a niñas de 9 años? - Durante un momento la sala del juzgado se quedó en silencio hasta que Mikaela volvió a pronunciarse. - Al día siguiente, aún seguíamos teniendo el miedo en el cuerpo. Temblábamos al ver a Simon, pero él hacía como si nada hubiese pasado. Cuando llegaron los padres de Leah sentimos alivio. No les contamos nada ya que Simon nos había advertido, aunque el miedo que sentíamos era bastante evidente.

Al cabo de casi 2 años, Leah y yo conocimos a un chico. Era muy guapo y muy simpático. Se llamaba... James, aquí presente en los bancos de testigos. - Ahora era James quien aparecía en escena. Todos tenían mucho que callar. - Cuando le conocimos tendría unos 15 o 16 años, mas o menos 5 años más que nosotras. Parecía encantador. Jugábamos juntos por la calle, en casa de Leah, y se convirtió casi en un hermano. Hasta que descubrimos su verdadera personalidad. Es un sinvergüenza asqueroso cabrón. Y perdóneme por la expresión, señoría. Un día quedamos por la tarde en el parque, como casi siempre. Pero ese día todo fue diferente. En la sonrisa de James se podía ver malicia. Ese día, la calle estaba desierta. Nos cogió del brazo y nos dijo, susurrando, que éramos unas tontas por haber confiado en él, y que pagaríamos nuestra ingenuidad. Pensamos que era una broma, pero no. Imagínese como nos quedamos al saber que nuestra mejor amigo era un embustero. Le preguntamos que quería de nosotras, y nos lo dejó bien claro. “Cuando fuimos a tu casa, Leah, cogí el bote de la medicación de tu padre. Si quieres que te lo dé, tendréis que venir vosotras dos a mi casa cuando os lo pida. Si no venís o se lo contáis a alguien, despídete de tu querido padre” En aquel momento, el padre de Leah estaba a punto de morir, y si no llega a ser por esa medicación ya estaría muerto. Así que era imprescindible recuperarlo. Fuimos a su casa, y nos llevamos la mayor sorpresa de nuestra vida al ver que James era el hijo de Simon Meyer.

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