Capítulo 9. Miedo.

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-¿Adónde vais, jovencitas? -Decía una voz ronca, mientras unas rudas manos agarraban con fuerza los hombros de las dos muchachas. Leah tenía razón, alguien las estaba siguiendo. Con miedo, miraron hacia atrás para saber quién era aquel desconocido, y en cuanto lo vieron, a Mikaela se le tintó la mirada de odio, y un profundo sentimiento de rencor se apoderó de ella.

-Hijo de puta...-Dijo ente dientes.

-¿Qué pasa, os habíais olvidado de mí?- Respondió aquella sarcástica e hiriente voz.

-Al final has tenido que venir.- Volvió a recriminar Mikaela. Aquel extraño que perseguía a las dos chicas no era otro que James. Esa sombra del pasado de Mikaela, que tanto daño la hizo alguna vez, había vuelto para quedarse.

-¿Por qué coño has vuelto?

-¿Acaso no puedo venir a visitar a mis dos chicas favoritas?- Contestó James, otra vez haciendo uso de su ironía al hablar.

-¿Nunca te han dicho que tienes la gracia en el culo, verdad? - Respondió Mikaela.

-Relájate Mikaela – Ordenó Leah, intentando poner un poco de orden en aquella escena- Mira James, no queremos saber nada de ti, así que vete, y ni se te ocurra volver, ¿vale?

-Encantado de verte a ti también, Leah. Hace mucho tiempo que no nos vemos, justo desde que vosotras...-Antes de que James destapase la caja de los truenos, Mikaela ya se había abalanzado sobre el para frenarle.

-Mira cabrón, no sé qué cojones pretendes ni por qué has venido aquí, pero tengo muy claro que como sigas tocándonos las narices te mataré con mis propias manos – Dijo seria, amenazante y en voz baja.

Cuando las jóvenes se alejaban de James, éste decidió no quedarse callado.

-¿Igual que mataste a Ron? Ojalá te metan en la cárcel.

El rostro de las amigas se apagó como una vela bajo la lluvia, pero en la mirada de Mikaela se podía ver fuego. Se hizo un silencio que acaparó la ciudad. El viento se calló. Los pájaros se callaron. Y Mikaela rompió el silencio con un puñetazo en toda la boca a James. La impotencia que sentía en aquellos momentos la muchacha no era comparable a nada. James cayó al suelo sangrando por un diente. Pero pronto se incorporó. James miró fijamente a Mikaela. Mikaela miró fijamente a James. Leah miraba atónita aquella escena, de la que era también protagonista. La rabia hizo que Mikaela dejara caer un par de lagrimillas, mientras apretaba fuertemente sus dientes. Pero James no tenía intenciones de acabar. Parecía que quería desestabilizar a las chicas, en especial a Mikaela. Así que siguió añadiendo leña al fuego.

-Muy valiente, Mikaela, pero no creo que pegarme sea una buena opción, teniendo en cuenta que tienes un importante juicio a la vuelta de la esquina.

-¿Y tú como sabes eso? - Respondía atónita Leah con la voz entrecortada, ya que Mikaela no podía hablar debido a que los recuerdos que le vinieron a la mente la abatieron. Que pasa, ¿has sido tú el que se ha puesto en contacto con la policía? - Leah, la única que estaba más callada empezaba a perder los papeles. - ¡¿Has sido tú James?! - Volvió a preguntar, esta vez gritando.

-Cálmate, coño. No, no he sido yo. Y sé que tenéis un juicio por que me han citado como testigo.

-Esas palabras eran el fin para las muchachas. Si James acudía como testigo,no habría quien las salvara.

-No os preocupéis. Si os portáis bien, puede que mi boca quede cerrada durante todo el juicio.

-No vamos a negociar con un puto cerdo como tú. Además, tu también tienes mucho que callar.- Dijo Mikaela recuperando el tono de voz, concluyendo la conversación.

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Ya en casa, las dos amigas estaban con los ánimos por los suelos y rotas por dentro.

-Leah, ¿crees que tiene razón James, y deberían meterme en la cárcel?- Preguntaba una Mikaela frágil y temblorosa.

-No hagas caso a ese tarado, Mikaela. Verás como todo se soluciona. Mi primo es un buen abogado. Nos salvará, te lo prometo. - Decía Leah mientras abrazaba fuerte a su amiga para consolarla, aunque la situación estaba difícil.

-Cuando dijo lo de Ron...

-No sigas Mikaela. Ese era un cabrón y se merecía todo lo que tuvo. Y punto. ¿De qué sirve seguir metiendo mierda del pasado?

-Tienes razón, pero hay más. Aún no me explico qué tipo de pruebas nos mostrarán en juicio, ni quién las ha podido traer.

-Ya. Resulta imposible comprenderlo.-Concluyó Leah.

Pronto se fueron a la cama, aunque prácticamente no pudieron pegar ojo. Era una noche muy fría, y la tormenta azotaba sin piedad. A las 4 de la madrugada, cuando Mikaela consiguió dormirse, un rayo de sol iluminó la habitación. Se despertó, atónita. ¿Cómo puede ser que a esas horas de la madrugada un rayo luminoso se colara en casa? Miró su cuarto, y de repente volvió a hacer tormenta. Intentó volver a dormir y no pensar más en eso, pero otro rayo, esta vez a causa de la tormenta, la desveló, iluminando una figura sentada en una butaca enfrente de ella. Se asustó. Mucho. Miró a esa figura. No era ni Leah, ni Beatrice. Era el hombre sin rostro. Cumplió su promesa, y volvió a visitar a Mikaela, pero esta vez, inexplicablemente, no tuvo miedo. Era como si supiese a lo que se enfrentaba. Así que, sin más presentaciones, Mikaela empezó a hablar.

-¿Tu eres real, verdad? Quiero decir, que no eres un simple sueño. Hay algo mas, seguro.

Decía Mikaela con un tono firme que sorprendió a la propia muchacha.

-Por ejemplo, cuando nos vimos la última vez, yo me hice un rasguño, y cuando desperté, comprobé que aquel rasguño seguía en mi cara.

Mikaela hablaba con naturalidad, como si estuviese hablando con alguien de toda la vida. Era raro, pero aquel hombre sin rostro le transmitía seguridad.

- ¿Por qué nunca dices nada? - Volvió a preguntar. En ese momento, el hombre se levantó, y se puso a pocos metros de Mikaela, dejándose ver sus ojos. La mirada de un hombre sin rostro. No era la primera vez que Mikaela lo veía, pero la impactó. Esta vez decidió aguantar su mirada. Eran los ojos más bellos que había visto nunca. Incluso le resultaba familiar.

- Tienes unos ojos muy bonitos para no tener rostro. - El hombre sonrió, pero pronto volvió a ponerse serio. Por fin habló.

-Mikaela, no debes confíar en nadie. Es demasiado pronto para creer en la verdad o en la mentira. La luna es la única de la que te puedes fiar. - Decía con su aterciopelada voz rota. Hablaba susurrante. Mikaela no logró entender lo que decía, pero estaba feliz de que por fin hablase. Y curiosamente, se creyó todo lo que dijo.

-Entonces tampoco puedo fiarme de tí, ¿no?

Preguntó la joven sin éxito. Luego, le volvió a mirar.

-Me resultas familiar.- Volvió a hablar Mikaela.

-Eso es porque soy tu presente, tu pasado, y tu futuro.

-Jajaja. No te pongas filosófico, no eres más que un trozo de niebla con ojos.- Dijo burlona la muchacha.

-A veces no somos más que lo que ven los demás de nosotros.

Esas palabras hicieron pensar a Mikaela.

-Yo creo que eres mi ángel de la guarda. O algo así.

El hombre volvió a sonreír.

-¿Como coño puedes sonreír, si no tienes rostro?- Preguntaba Mikaela. Pero el hombre ya se iba a ir, pero antes, la volvió a advertir.

-No te fíes de nadie. Vienen tiempos difíciles. Lo peor está por llegar. Y no te olvides de la anciana. Ten cuidado con ella, es peligrosa.

El hombre se fué. Mikaela recordó a la anciana y se estremeció. Y recordó que en 6 días tendría un juicio. Y recordó las palabras del hombre sin rostro : “Lo peor está por llegar”.

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