Ruta de Escape I

150 4 0
                                    

Todo lo sintió pasar tan deprisa, como si en eso no hubieran transcurrido más de un par de segundos. La sinérgica conmoción anterior le había generado bastante desconcierto, debido a lo cual asimilar la correcta ubicación y el orden de los sucesos resultaba difícil. Pero desde los momentos posteriores a aquella explosión, que aparentemente podría haberse percibido en cualquier lugar de la región cercana, no desviaba su atención a otra cosa si no era subir las provisiones necesarias al vehículo, y sacarlos de la pequeña ciudad donde habían pasado esa última noche. Pronto esta sería borrada por completo de la faz de la Tierra, junto con ellos si no se apresuraban y empezaban de una vez su largo y riesgoso viaje hacia el sur.

Aún con el dolor que todavía sentía en su brazo debido al corte (no profundo, pero sí de un largo considerable), insistía en seguir montando las cosas por cuenta propia. El espacio del compartimento de carga era bastante amplio, y su esposa sólo debía ocuparse de arreglar a los niños y subirlos a la camioneta, teniendo así todo preparado a tiempo. Para ese momento, salir de la zona cuanto antes era lo único en lo que pensaba, pues haciendo eso evitarían acabar atrapados en el efecto nocivo y mortal del Meteoro; un peligro inminente, que ya temía él que estuviera demasiado cerca para resistirlo. Él sabía que dentro de poco toda el área iba a ser alcanzada, y quedaría cubierta, por la enorme tormenta piroclástica que desataría la explosión. En menos de lo que pudieran pensar, tendrían sobre ellos una extensa y amenazante muralla de ardiente, densa y viscosa niebla, de gran altura, que arrastraría el desastre por donde fuese que pasara, saturada de los compuestos tóxicos responsables de la violenta alteración de estructura en la materia orgánica vegetal, cosa que resultaba incomprensible hasta entonces. Sería muy poco lo que podrían hacer cuando eso sucediera.

Era sólo cuestión de tiempo para que, a raíz de aquella situación, en todas partes empezaran a crecer y a formarse los peligrosos sistemas vegetales de las criaturas, que los perseguirían hasta matarlos y devorarlos. Así que, en cuanto todo estuvo listo, decidió ir a la azotea derruida del edificio, con la intención de ver en qué dirección venía ya la temible nube destructiva. Alcanzó a divisar a lo lejos el fuerte resplandor de las llamas, quemando el gas circundante donde emanaban, con un aspecto similar al de la luz del sol al amanecer; sobre estas se alzaba, muy alto, un colosal cúmulo gaseoso, de textura lisa y opaca, con largas salientes clareadas y brumosas extendidas por el alto y cirrostrato. Desde el ardiente fuego se levantaba una silueta grisácea y densa que, a medida que se desplazaba, aumentaba su volumen a una velocidad vertiginosa.

El Tercer Meteoro había caído sobre el mar a varios kilómetros de la costa, pero la superficie ya casi no podía distinguirse al estar siendo cubierta por esa sofocante neblina, espesa y brillante, que desde ahí no tardaría mucho en alcanzar su máxima extensión, expandiéndose al ritmo que llevaba. Eso le fue más que suficiente para caer en cuenta de que, literalmente, no tenían nada de tiempo que perder. Era hora de irse.

Sin más bajó rápidamente y fue hacia la entrada del edificio, cerca de la cual había dejado estacionado su transporte, y no dudó ni un solo segundo en encenderlo y ponerse en marcha. Comenzando por recorrer con precaución aquella larga avenida, buscó una ruta de salida rápida a través las laberínticas calles de la ya por completo abandonada ciudad. Una por una fue recorriendo las intrincaciones y honduras de las estrechas autopistas, pero a pesar de no ser una ciudad muy grande, cada vez se le hacía más exhaustivo y agobiante seguir conduciendo. Los caminos parecían absolutos y los desvíos se volvían interminables. Se empezaba a sentir cansado de todo aquello, y la fatiga lo hacía experimentar una somnolencia de cierto modo incontenible, que lentamente se iba transformando en un mareo aturdidor. El vehículo se ladeaba, oscilando primero despacio y tornándose luego más pronunciado su movimiento inestable. La esposa del hombre se despertó sintiendo ese creciente vaivén desde su asiento, y cuando lo vio entonces quedarse adormecido por el leve dolor, que parecía difícil ignorar, lo llamó unas cuantas veces, sin recibir respuesta.

NIRMITI: La Nueva TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora