Ruta de Escape II

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Hubo durante aquel último corte de lucidez un instante en el que ninguno de ellos pudo sentir. Literalmente, no pudieron saber nada sobre dónde y cómo ocurrían las cosas a su alrededor, al estar todo lo visible tan tétricamente umbroso, pero sí sabían que el tiempo era lo único que seguía sin detenerse. ¿Por qué razón no podían hacer algo al respecto de la situación en la que estaban? Debían ponerse a salvo, pero ni siquiera se podían mover, suspendidos en el mar del silencio y la quietud absolutos, y sin percibir ningún estímulo de nada. Todo para los pasajeros acabó haciendo imposible determinar cuánto en realidad habría durado aquel momento. Cuando en los reflejos del cristal despedazado la vio alejándose de él, el asiento a su lado quedando vacío, e intentó moverse para tratar de evitar lo inevitable, su conciencia se apagó de golpe con una fuerte colisión, y después ocurriría aquello sin que pudiera terminar de darse cuenta.

Habiendo pasado entonces largo rato, los niños, perdidos todavía en medio de la profundidad silenciosa de las tres plazas traseras, despertaron sintiendo extraño su alrededor, y fue la niña quien primero notó algo que no estaba en orden en el reducido espacio. Seguían atados a los asientos del auto, pero una sensación de pesadez en sus cuerpos fuera de lo normal tiraba de ellos en dirección hacia el techo. El menor logró soltar su cinturón de seguridad, desenganchándose en seguida de su asiento, y muy súbitamente fue a dar contra el techo produciendo un áspero ruido de crujido metálico. Sus dos hermanos asustados se soltaron, bajaron también con dificultad, y fueron a levantarlo. Inesperadamente no sufrió daño alguno, solo se ensució con algo de tierra esparcida en medio y se raspó un poco las rodillas al golpear la abollada lámina de metal.

Las ventanas estaban rotas y dispersas por todo el suelo hasta muy afuera. La carrocería estaba torcida y quebrada en varias partes, y el complejo motor era ahora una enredadera de mecanismos y circuitos estropeados en el interior. Lentamente salieron del maltrecho transporte, y en eso descubrieron qué era lo que sentían extraño: lo que quedaba de este yacía volcado sobre una ladera tenue al costado de la calle. La parte de atrás, elevada con una inclinación ligera, se había fracturado desde las concavidades del dañado sistema del tren propulsor, y estaba casi desprendida del resto. Los niños después de un momento observando el desastre, se percataron pronto de la ausencia de sus padres, así que, empezando a hacerse conscientes de su preocupante situación actual, intentaron llamarlos y buscaron por el área cercana a ellos. Comenzaron a entrar en desesperación al ver que por ningún lado los encontraban, y que no recibían respuesta alguna a las vociferaciones un tanto lívidas que lanzaban al aire para dar con ellos. Sintiéndose abandonados en aquel paraje solitario, que se veía tan lejano al mundo, ajeno a todo aquello que conocían, cambiaron por completo la imagen de la llanura serena que habían visto desde el auto antes.

Caminaron un poco a lo largo de la calle desierta, pasando más adelante por el tramo donde, aún humeantes, estaban las marcas carbonizadas de la explosión de los propulsores. Al menor le llamó la atención algo a lo lejos, y unos segundos después empezó a correr bruscamente, adelantándose a sus hermanos; les indicó de ese modo que aquello que había visto al parecer era importante. Sorprendidos, ambos se miraron a la cara por un momento, y al instante lo siguieron a toda prisa, buscando alcanzarlo y detener su desaforada carrera antes de que llegara a tropezar y a lastimarse con cualquier cosa.

– ¡Sym, espéranos! ¡¿A dónde vas?! | le gritó la hermana, yendo tras él.

El pequeño Sym, sin hacer caso a ninguna otra cosa, sólo intentaba llegar a ese lugar. Ni siquiera escuchaba a sus hermanos, Mint y Louge, quienes desesperadamente le gritaban que dejara de correr. Finalmente se detuvo cerca de una gran roca, donde, en un agujero horizontal ancho formado entre el frente elevado de esta y el suelo, yacía un cuerpo inmóvil en medio de algunos cuantos restos de su destruido vehículo. Sym logró reconocerlo enseguida. Sus hermanos por fin lo alcanzaron donde se había parado, y le preguntaron en medio de jadeos de cansancio qué razón tuvo para haber actuado de esa manera. Luego de un corto momento en silencio, les dijo el motivo.

NIRMITI: La Nueva TierraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora