Capítulo VI ~ Cómicos malentendidos

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"Nacimos para volar,
así que sigamos viviendo
hasta que todo se venga abajo.
Corremos los ojos y
dejemos que el momento
deje fuera el mundo entero.
Estamos en esto juntos,
oye nuestros corazones latir juntos.
Permanecemos fuertes juntos, estamos en esto para siempre."
~This one's for you,
Zara Larsson ft. David Guetta

Agosto ya estaba a punto de terminar, pero las sorpresas que ese mes les tenía en reserva a nuestros magos preferidos todavía no habían acabado.
Era una mañana cálida y Hermione Granger se hallaba como siempre en la cocina desayunando con su inseparable yogurt.
Su paz fue interrumpida por el fuerte y repentino ruido de una aparición, que asustó la castaña tanto que le hizo escupir su amado producto lácteo en la cara de un pelinegro con dos esmeraldas escondidas tras un par de gafas redondas bastante ridículas.
«¡Harry! ¡Ginny! ¡Me habéis dado un susto de muerte!» exclamó la bruja más brillante de su generación.
«Sí, me he dado cuenta» murmuró un Harry Potter algo disgustado mientras se limpiaba sus característicos anteojos del yogurt salido por la boca de su amiga.
Ginevra Weasley río sin algún remordimiento.
«¿Qué hacéis en mi cocina, de todas maneras?» preguntó luego la dueña de casa.
«Oh sí, nosotros estámos muy bien, gracias por preguntar...» dijo con una pizca de sarcasmo el Niño que Vivió.
La pelirroja se secó la última lágrima causada por las carcajadas y contestó algo enfadada: «Hace más de un mes que no nos vemos ¿Y te atreves a hacer similar pregunta?».
La ojos miel se ruborizó apenada y se disculpó: «Lo siento, chicos, tenéis razón, pero es que… ehm… estuve algo ocupada».
«¿Ocupada para tus amigos? ¿Y se puede saber que te mantuvo tan ocupada?» cuestionó la Weasley entre ofendida y curiosa.
Pero antes que Hermione pudiera formular cualquier sonido en contestación, desde las escaleras bajó, con su habitual porte desenvuelto, un rubio cubierto sólo por unos pantalones deportivos anchos de color gris y con cara molesta «¿Qué demonios es este ruido irritante a las 10 de la mañana, Granger? ¡Alguien estaba aún durmiendo!».
«¿Qué haces aquí, hurón desteñido? ¿Y por qué estás medio desnudo?» gritó histérico y completamente horrorizado Harry.
Malfoy guiñó frente a la pregunta de su acérrimo enemigo, pareciendo estar cómodo mostrando sus abdominales esculpidos.
«¡Hay una explicación!» exclamó Hermione preocupada.
«No tienes que explicar nada, Herm. Es todo tan obvio». Afirmó la más joven del extraño grupo.
«¡¿Qué?!» chillaron simultáneamente los hermanastros  con los ojos fuera de las órbitas.
«Estoy muy enojada contigo,señorita. Pensaba que era tu mejor amiga y confidente. ¿Por qué no me lo dijiste?» replicó otra vez la pelirroja.
«Es que, ehm, aún no le he asimilado por completo ni yo y...» intentó disculparse la castaña.
«¿Cómo pudiste ocultarme que el hurón y tú sois novios? Y por lo que veo, os habéis divertido en la cama también esta noche...» soltó maliciosamente y muy animada Ginny.

Luego se hizo un silencio sepulcral, en el que la bruja más inteligente del siglo parecía estar por explotar por la vergüenza, mientras la serpiente arrepentida tenía los ojos abiertos como platos y las mejillas algo sonrojadas.

«¿Perdón?» dijo sorprendida una elegante mujer que acababa de entrar en la cocina.
«¡Le juro que no es verdad lo que dijo Ginerva, señora Narcissa!» exclamó rápidamente la castaña siempre más avergonzada e incómoda por esa situación tan comprometedora, la cual causó las espontáneas carcajadas de Draco.
El pelinegro, que estaba a punto de desmayarse unos minutos antes, salió de su trance y preguntó harto: «¿Alguien se digna de explicarme que rayos está pasando aquí? ¿Por qué Malfoy y su madre se encuentran en tu casa, Hermione?».
La chica con la ayuda de Narcissa y los bufidos de aburrimiento de Draco consiguió relatarles a sus dos mejores amigos los acontecimientos que ocurrieron ese último mes. Después la mujer mayor se despidió con la excusa de ocuparse de unos asuntos importantes para dejar privacidad a los jóvenes.
«Así que entonces, hurón, Hermione y tú sois hermanastros...» sonrió la pelirroja con burla.
«¡Por supuesto que no! Sólo somos… los hijos de una pareja...» respondió el rubio con su típica cara de molestia. Todavía no lo lograba admitir, pero ya no quería considerarse hermano de la castaña por razones diferentes a las que expresaba.
«Aprecio mucho tu desprecio, hermanito» ironizó la ojos miel.
«Te acuerdo que eres tú la más pequeña, ratita» bufó creído el chico.
Hermione se sorprendió ante su contestación, luego guiñó: «¿Ah sí?¿Y tú cómo sabes eso?».
«Fácil, cumples los años al principio del curso» respondió -quizá demasiado- rápidamente el rubio.
La chica estaba aún más asombrada, sin embargo tuvo que hacer añicos las creencias del slytherin:«Lamento decirte que te equivocas, huroncito. Nací el 19 de septiembre...» Draco no la dejó acabar y exclamó orgulloso: «¡Ja, tenía razón como.siempre! Yo nací el 5 de junio, entonces soy may...» esta vez fue la leona a interrumpir: «de 1979, Malfoy».
«¡Qué!» gritó impactado el ojos grises «¿Cómo es posible? Es decir, frecuentamos el mismo curso… ¡y es imposible que suspendiste!» siguió escéptico.
«La carta de Dumbledore me llegó cuando estaba por cumplir doce años, Malfoy. Si no te acuerdas, aunque lo dudo fuertemente,soy hija de muggles, así que mi magia era bastante inestable y difícil de detectar...» explicó la chica con molestia, después agregando en voz baja casi inaudible: «y de controlar...».

Hubo unos segundos de silencio entre los cuatro jóvenes para permitir al rubio que asimilara el hecho de ser el menor de los hermanastros. Ese silencio lo rompió obviamente la castaña afirmando con superioridad: «Entonces soy yo la mayor, huroncito».
El slytherin ante la provocación se levantó enseguida y se dirigió hasta la leona. Estaban uno frente al otro, cara a cara, en una muda pelea de miradas, una plata y una.dorada, una fría y una cálida. Se miraron fijamente durante unos interminables segundos, hasta que Harry exclamó: «Chicos, ¡sí qué os parecéis a hermanos! Sois como perros y gatos...».
Ambos fulminaron el muchacho de gafas redondas con la ojos de fuego y volvieron a sentarse como si nada hubiera pasado.
Ginny notó algo más en sus miradas, por lo que susurró en el oído de su novio: «A mí no me parecen hermanos, sino otra cosa...».







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