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"Recuerdos tristes de un niño triste"

En una habitación vacía de una enorme casa muy fría yacía un rubio muy cansado. Cada día era un esfuerzo físico y mental mucho mayor, cada día aún más difícil.

El estar solo era una costumbre para Jimin. Desde que tenía memoria se había encontrado a sí mismo sentado en un comedor vacío, llegando a una casa en silencio, vagando en una soledad que parecía permanente. Su madre había muerto cuando él era aún un niño de seis años, en ese entonces, antes de que la enfermedad consumiera la gracia y vitalidad que poseía la mujer de largo pelo negro amante a la danza, su familia era completamente funcional. Sus padres lo cuidaban, su hermano seguía en casa, su padre aún era una buena persona.

Con la muerte de la mujer que ahora era una vaga memoria en la cabeza de Jimin, las cosas cambiaron de la peor manera posible.

Es que desde siempre le había fascinado bailar. Era su adoración. Cuando miraba a sus padres bailar, sentía el amor que irradiaban tan claro como el agua. Era puro, casi palpable. Solían bailar por toda la casa, a veces en el supermercado e incluso tenía memorias de una presentación de ballet en su escuela donde sus padres se robaron al público imitando a los niños.

Su padre amaba a su madre con locura.

Justamente por eso, a día de hoy el nombre de su madre jamás ha sido pronunciado por el en su presencia y todas las fotos que alguna vez adornaron sus muros ahora yacían polvorientas en un rincón.

Cuando Jimin, a la tierna edad de diez años, anunció que quería ser un bailarín profesional igual que su mami y su papi, recibió el primer puñetazo que le habían dado en su corta vida. Más tarde su padre se encargó de que no pudiera participar en ningún tipo de clase que involucrara el baile.

En ese entonces lloró a mares y se sintió demasiado triste como para protestar, porque su padre ya no era el hombre elegante de brillante sonrisa y tiernos ojos, porque sus sueños se habían hecho pedazos, porque extrañaba los besos que podían curar que le daba su madre.

Siendo un pequeñín de solo once años, no entendía el por qué de la venta del estudio de sus padres. No entendía el por qué de tirar a la basura las mayas que le regaló su hermano en su cumpleaños, no entendía el por qué su padre le pegaba a su hermano. Jimin forjó su sueño a base de sudor, dolor y lágrimas de perdida reprimidas. Se esforzó hasta hacer las cosas funcionar, hasta lograr el que pasaría a ser uno de sus más grandes triunfos.

A la problemática edad de quince, Jimin poseía la mejor técnica de su clase. Las piernas que una vez lucieron débiles y lisas ahora eran fuertes y lucían todo tipo de moretones. Brillaban azules como el corazón de su triste padre, parecían amarillos como su ahora rubio pelo, se mostraban tan violetas como el leotardo favorito de su madre.

Para cuando cumplió los diecisiete su hermano ya no vivía en la vacía casa descolorida.

Una noche fresca de verano Seokjin tomó sus maletas, lágrimas y enojo consigo a casa de Namjoon, su novio desde hacía ya más de un año. Porque a su padre le parecía una aberración el que su hijo mayor estuviera con un hombre, y aún peor que fuera feliz. La felicidad estaba prohibida para los retoños de la pareja Park, se había marchado con unos enfermos ojos café.

—No puedo sacarte de aquí, Jimin. Pero puedo jurar que tu mismo encontrarás tu propio camino a casa, mi vida.—se despidió un alto chico de ojos hinchados, sollozando tan fuerte que era más que evidente que se le estaba rompiendo el alma al dejarlo.

Y cuando Jin se alejó lo suficiente, Jimin sintió las ansias más fuertes de gritar por ayuda. De gritar tan fuerte que sus pulmones y sus costillas no tuvieran un ápice de separación. El silencio predominó toda la noche, en su lugar.

Odiaba tener el pelo rubio. Le parecía un color muy insípido, pero el día en que llegó a su vivienda con el pelo de ese color su padre lo abrazó tan fuerte que olvidó el por qué no le gustaba.

—Gracias por darme un respiro, Jimin.—murmuró su cansado padre con la voz pesada y los que una vez fueron unos ojos tiernos amenazando con derramar un trillón de lágrimas.

Fue entonces que a los dieciocho años de edad lo comprendió todo al fin. Entendió el deseo de su padre por que no bailara, el repudio a la homosexualidad de su hermano y la venta del estudio.

Y es que el pequeño Jimin era idéntico a su madre.

El imaginar lo que su padre sentía de al verlo caminar por la casa con la brillante sonrisa heredada, los pasos con gracia y el pelo negro alborotado. Bailando las canciones antiguas que permanecían en el viejo radio de su madre, meciéndose sobre sus largas piernas mientras reía con una risa prestada, viendose exactamente igual al amor de la vida de su pobre padre.

Ver a Jin con otro hombre luciendo los viejos ojos cafés para ahora admirar a alguien que podía hacer esos ojos brillar.

Alguien que podía darle la felicidad que había perdido hacía muchos años.

Jimin entendió que la tristeza había consumido a su padre hacía mucho tiempo y que no había mucho más que el pudiera hacer para cambiarlo. Así que con el pesar de su alma, terminó de llenar la maleta con una foto de sus padres en su última presentación. Quería recordar las sonrisas que jamás había visto, las memorias que nunca pudo recrear. Al bajar las escaleras de la vacía casa, pensó en las palabras de Seokjin al marcharse. Palabras que durante su lucha para conseguir el estudio que su padre había perdido le daban fuerzas.

Pensó en que ahora sabía a lo que se refería.

Pensó que ahora sus palabras tenían sentido.

☾☾☾

—¡Mi bebé vino a verme!—gritó Yoongi desde la cocina al escuchar la puerta de su departamento ser abierta con lentitud. —Gracias Dios, siempre supe que aún me querías—murmuró con alegría, lanzando besos al techo con diversión.

—Esos son mis besos, Dios. ¿Guardas unos pocos para mi?—pidió también en broma, dirigiéndose con lentitud a la silla en la que se encontraba su novio.

—Yo puedo darte los que quieras siempre y cuando me cuentes que te tiene tan triste, rubio—reclamó el pelinegro de la silla.

Por su cabeza pasaron todas las cosas que tenía que contarle a Yoongi, desde su padre hasta su huida, que más que eso era libertad, era un premio por su duro trabajo. Por su cabeza pasaron las palabras resonantes de Seokjin, que ahora parecían más irónicas que nunca. Ahora parecían una simple broma del destino.

Porque Yoongi era la casa. Yoongi era esa sensación de protección y cariño que había perdido cuando era solo un niño. Y para ser honestos, la palabra amor era muy poco para resumir todo lo que sentía por el tipo que lo miraba con preocupación.

Antes de comenzar a hablar, decidió que iba a besar al hombre hasta asegurarse de que su casa no iría a ninguna parte. De que no iba a abandonarlo, de que iba a quedarse a bailar con el de su propia manera. Ese día estuvo seguro de que le pertenecía a Min Yoongi en cuerpo y alma de manera definitiva.

Piernas ➳ y.m | Donde viven las historias. Descúbrelo ahora