Capítulo 34

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Abres la carta con el primer acertijo. Lo lees una y otra vez, pero no entiendes que tienen en común esos números. ¡Ni siquiera se parecen!

Te saca de quicio la idea de no poder comprender un acertijo que parece tan sencillo. 

Observas a tus compañeros y sientes que tu tiempo se está acabando, más bien que su tiempo es el que se va acabando, primariamente el de Nélida. No quieres que nada le pase, pero algo te dice que vas a errarle. Sientes que algo falla en el acertijo.

Aún así necesitas una respuesta, tiene que ser buena y tiene que ser ya.

No lo piensas mucho más y decides hacerle caso a lo que te decía tu madre cuando estabas en apuros: "Haz lo que dicte tu corazón".

Rezongas porque no solo es un consejo inútil sino que es cliché, pero que más da, es tu madre y le harás caso. Sin mucho más miramiento eliges el número 1012.

Lo escribes con pavor en la parte de atrás de la hoja. Miras tú letra: está horrible.

Eres muy perfeccionista y vuelves a escribirlo tachando lo anterior. Ahora con letra imprenta. Así está mucho mejor.

Levantas el papel y pacientemente ves como el zoom de la cámara se ajusta enfocando tu respuesta.

De repente las luces se apagan. Maldices a tu madre en silencio.

Al regresar la energía la pantalla está prendida. En ella puedes ver a Nélida sentada en una silla con una bolsa de papel en la cabeza. Sabes que es ella por su vestimenta y porque no está en la habitación. Tu maldita lógica reacciona tarde y te juega una mala pasada. Más bien, le juega una muy mala pasada a la anciana.

A su lado se encuentra un hombre completamente vestido de negro que cubre su rostro con la máscara de un panda. Te hace acordar a una película ya bastante vieja, pero tienes que reprimir el recuerdo y prestar atención.

El sujeto sostiene con una mano un trozo de viga de techo. Con la otra una maza.

Sabes que lo que se aproxima es morbo en estado puro. Sabes que es todo tu culpa. Sabes que no puedes evitarlo. Sabes también que debes mirar.

El enmascarado se coloca detrás de Nélida y te señala con la varilla de metal. Observas con miedo su punta. Esto debe ser una vil pesadilla.

Pone sobre el punto donde se unen los parietales del cráneo el elemento de construcción apenas apoyándolo. Segundos después y con un golpe firme lo introduce casi completo de un mazazo.

Agradeces, de alguna extraña manera, que el vídeo no tenga sonido.

Mil pensamientos atoran tu mente: maldices a tu madre nuevamente aunque te sientes culpable porque ella no tuvo la culpa, sino tú. Te carcome la idea de haber provocado una muerte. La imagen se te repite incesantemente y por alguna razón tu cerebro la relaciona con un capítulo de una serie, no es momento para eso. Te reprochas también por ver tanta televisión. Ahora lo comparas con una sandía explotada contra el suelo. 

No tienes remedio alguno.

La sangre chorrea hasta la pantalla mientras el hombre sale de la habitación pisándola y dejando huellas.

Corres hasta el baño y te encierras tratando de evitar las náuseas. Sientes que afuera todos deben odiarte tanto como tú te odias. 

Quieres calmarte y no lo logras. Para colmo el parlante libera un nuevo discurso que te pide que abras tu próxima carta.

Ve al capítulo 37.

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