5. El juego de la pelota

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     Éste es el típico caso de un soldado al que le nace un hijo cuando está de servicio en la guerra. Él recibe fotos de su hijo de parte de su querida esposa. Las ve y no hace nada más que añorar estar con él. Jugar con él. Así que finalmente llega ese preciado día en el que vuelve a la ciudad, pensando en su hijo. 

     Camino a casa, él compra una pelota. El primer regalo que obtendrá el niño. Finalmente, llegan a la casa, tiene un bosque detrás y ésta no tiene rejas. No hacen falta, o por lo menos eso piensan los padres.

     El padre abraza, mima y besa a su hijo y el matrimonio está mejor que nunca. El hombre, después de dejar todas sus pertenencias en su habitación, va al jardín y juega con su hijo. El juego favorito entre el infante, que apenas puede sostenerse en sus dos piernitas y el padre, es pasarse la pelota. El niño llega, se la tira, y el padre la empuja con el zapato, suavemente. El niño aprende la conducta e imita al hombre. Y así se quedan durante un rato, en ese juego tonto pero amoroso. Incluso a veces se quedan horas, y horas, y horas. Todos los días, padre e hijo. El juego favorito de ambos.

     Sucede que en un día muy caluroso, era pleno verano. El padre deja al hijo con la pelota y vuelve trotando a la casa para beber jugo de naranja, que le prepara su mujer en una bandeja y se quedan conversando. En ese día soplaba la brisa, los árboles se movían, y la pelota es arrastrada por ella y se va, por el camino de tierra y se pierde entre los árboles.

     Cuando el hombre se da cuenta, no ve ni a la pelota, y por supuesto, lo más importante: no ve tampoco al hijo. Se le borra la amplia sonrisa que tenía en el rostro, corre a buscarlo...y estalla el terror porque no lo encuentra. Y buscan, y buscan. Y para empeorar las cosas, la mujer empezó a llorar, y llama a la policía.

     A pesar de todo el esfuerzo, lo único que logran recuperar es la pelota. El niño desaparece, y eventualmente, cuando pasa ya un tiempo se lo da por muerto.

     Pasan los años y el matrimonio sigue junto, pero se habían ya mudado de la casa. Él no tiene trabajo pero la mujer consigue dos empleos. Tienen problemas. Él ya no es el mismo de antes. Porque él menos que ella, superó la muerte de su hijo. No podía enfrentar el hecho de que tuvieron que enterrar un pequeño ataúd con piedras adentro.

     El hombre llora a solas; no quiere que la mujer lo vea. De todas formas, casi no lo ve porque la mujer está muy ocupada con sus dos empleos. Ella está siempre afuera mientras él colecciona cartas de rechazo de cada empleo por el que intenta aplicar.

     Era una tarde de verano, él estaba en el escritorio leyendo las cartas de rechazo cuando de pronto siente un golpecito sobre la alfombra. Se gira y ve la pelota de su hijo y el recuerdo más preciado del padre. Se queda mirandola, pensando que quizá el viento haya tumbado la pelota. No le da mucha importancia, así que la levanta y la pone sobre el estante donde estaba en primer lugar. Se sienta y vuelve a escuchar el golpecito: la pelota. Esta vez, el objeto toca la horma de sus zapatos. El ex soldado se levanta y se queda viendo la pelota, frío. El recuerdo más paternal le llega porque empuja la pelota, suavecito. Ésta llega hasta la puerta y se regresa hasta el pie del hombre. Él lo vuelve a hacer y la pelota siempre regresaba, como sucedía cuando su hijo estaba vivo. El hombre, más que estar asustado empieza a disfrutar entre lágrimas ese íntimo juego paranormal. Después de un rato, agarra la pelota, se la lleva al pecho, la deja en el estante y se va a dormir con mucho en qué pensar, quizá eso era una señal, de que mañana las cosas estén mejor.

     Él se levanta y va con mucho miedo hacia el buzón, pensando que le podrían haber llegado más cartas de rechazo. Recoge las cartas y ve un sobre muy extraño, éste estaba abultado. Estaba escrito a mano. Se encontraba una palabra sobre él.

Leeme.

     El hombre abre el sobre, separa el papel y lo que ve adentro es un trozo arrancado de tela de la ropa de un niño, que tiene escrito un mensaje en sangre. Decía así:

     Gracias por enseñarme a jugar el juego favorito de tu hijo. Quizá haga que todo auquello por lo que está pasando aquí, sea un poco más llevadero.

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