Capítulo LIII

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Después de la noche en que Eleonor y Daimmen tuvieron una caminata que se extendió por horas, no comenté nada ni a él ni a ella; Eleonor había buscado por todos los medios hacer que me enterara para molestarme, pero a pesar de que sí me había enterado, porque yo misma los había visto, no manifesté ningún tipo de molestia lo cual había hecho enfadar a Eleonor pues su plan no había resultado, como muchos otros que había intentado sin éxito. Traté de llevar las cosas normales con Daimmen y me sentía un poco ingenua al creer por un instante que su actitud había cambiado, tal vez sí se había interesado por mí, pero eso no quería decir que no siguiera fijándose en cuanta mujer se cruzara en su camino halagándolo, pues desde ese día sus caminatas con Eleonor se volvieron algo muy usual, no me importaba en lo más mínimo, Daimmen no era más que mi prometido por obligación así que me daba igual lo que hiciera o dejara de hacer; yo tenía cosas más importantes de las cuales preocuparme, mi padre había partido con el ejercito días atrás y hoy era el día de las audiencias con el pueblo, me asustaba no saber resolver sus problemas o dar soluciones injustas, días atrás se había informado al pueblo que sería yo quien los recibiría para realizar las audiencias y por eso también me asustaba pensar que nadie se presentara por dudar de mis capacidades.

- ¿Luzco bien? – Pregunté a Charlotte.

- Luces perfecta. – Dijo sonriendo.

- ¿Y si lo hago mal? – Cuestioné con nerviosismo.

- No lo harás mal, lo harás de maravilla, sé que puedes con esto, eres muy inteligente. –

- Gracias por confiar tanto en mí, Charlotte. –

- No agradezcas, conozco tus capacidades y sé que puedes con esto y más. –

Sonreí tranquila, mi hermana siempre lograba apaciguar mis temores, me sentía segura cuando ella me decía que podía hacer cualquier cosa y que ella confiaba en mí.

- Bueno pues, es hora. – Dije dando un gran respiro.

Salí de mi habitación no lo negaba el corazón me palpitaba rápidamente, era la primera vez que hacía esto y no sabía que esperar, me calmaba un poco saber que a mi lado estaría mi madre y uno de los fieles consultores de mi padre por si algo se complicaba para mí.

Llegue al gran salón y por ese día debería tomar el puesto de mi padre, en su trono, me resultaba extraño sentarme ahí, como si yo fuera la reina, no lo era, pero por hoy tendría las responsabilidades que le corresponden a una.

- Su alteza, la princesa Elise. – Me anunció uno de los guardias cuando entré al gran salón, todos los presentes se reverenciaron ante mí, tomé asiento en el trono y me volví al consultor de mi padre.

- ¿Sí ha llegado alguien? – Pregunté en voz baja.

- Sí, me temo que tendrá mucho trabajo. –

Tomé un respiro profundo, fijé mi vista en uno de los guardias de la entrada y dije:

- Haga pasar a los primeros. –

Entraron al gran salón un par de campesinos, caminaron hasta estar situados justo frente a mí e hicieron una reverencia.

- ¿Qué los trae ante mí? – Pregunté, justo como mi padre me había dicho que lo hiciera.

- Alteza, vengo ante usted y traigo a este hombre pues robó la mitad de mis cosechas, lo descubrí haciéndolo y le dije que lo perdonaría solo si de la venta de ellas me otorgaba la mitad de sus ganancias, vendió todo y sigo esperando mi pago. – Dijo el hombre.

- No robé sus cosechas, y no le di ningún pago porque él me debía dinero y así me cobré. – Replicó el otro hombre defendiéndose.

- ¿Es eso verdad? – Pregunté al hombre que había hablado primero.

Perdida en mi destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora