Habitación 324

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El claxon de aquel clío rojo por poco consigue que se me saliese el corazón por la boca. Amaia había quedado en pasar a buscarme por el bar a la hora a la que acababa de trabajar porque ella también terminaba a una hora similar y además le quedaba de paso. Me pilló desprevenida porque ese no era el coche que yo conocía. No tardó en bajar la ventanilla y disculparse, como era costumbre en ella.

-Ay, lo siento, no quería asustarte- me abrió la puerta estirándose y yo entré rápido porque estaba formando un atasco bastante grande detrás de ella. 

-No te preocupes Amaia- me puse el cinturón con un movimiento rápido- ¿Qué tal?

-Pues muy bien Ana, ¿y tú qué tal?- Aquella mujer no podía parar de ser educada con todo

Ya habíamos arrancado, rumbo a un bar que ella conocía y del que yo no había oído hablar en mi vida. Cambiamos el plan veinte veces antes de quedar porque cuando ella podía, yo no, y viceversa. Sólo eramos dos y nos costaba ponernos de acuerdo como si fuésemos un grupo de veinte. Pero en parte también era porque a ella le parecía bien todo lo que decía, así que decidimos quedar para cenar una vez que ambas hubiésemos acabado el día.

- Podría estar mejor la verdad,  aprovechando al máximo las horas de canto en el conservatorio y el bar es una locura de gente...- Estaba bastante nerviosa porque aún no le había dicho a Ricky lo de los castings, por miedo a que no saliese adelante el plan y siguiese necesitando el trabajo. Si se llega a enterar, con mucha posibilidad me echaría, por mucho que Mimi me repitiese que él no era así. Pero ¿quién quiere una empleada que a la mínima puede dejarte tirado?

-Buah, no sabes las ganas que tengo del casting, me muero por cantar- me sonreía por el espejo retrovisor con cara de niña pequeña - ¿Ya sabes qué canción vas a cantar?

-Me he preparado cuatro, pero aún no sé el orden, ¿tú?

-Pues Alfred me ha dicho que me pega un montón cantar algo de The Beatles que además me encanta... pero no sé.

La miré por el rabillo del ojo con una sonrisa pícara, bromeando.

- Así que Alfred ¿eh?- me reí y ella me acompañó, sonrojándose. Si cantaba con la voz tan dulce con la que se reía, tenía asegurada el pase al programa directamente.

-Sí, te lo quería decir luego, porque tengo que darte las gracias. Me dijo que habías sido tú la que le dio mi número sin que él ni siquiera te dijese nada- se calló para concentrarse únicamente en aparcar. Había elegido un sitio en paralelo, en mi opinión demasiado pequeño para el tamaño de aquel coche, pero no dije nada porque se la veía muy segura. Incluso había apagado la radio. Frunció el ceño, dio marcha atrás metiendo el culo del coche perfectamente; luego, sacando la lengua y mordiéndola dio hacia delante, encajando el coche a la primera.

-Amaia, ¿tú haces algo mal?- bromeé mirando por el retrovisor, aún sin creerme que lo hubiese conseguido.

-Muchas cosas- puso el freno de mano y se quitó el cinturón- pero vamos que me lo vas a decir tú que eres perfecta. 

Tuvimos que caminar un poco hasta el sitio, una cervecería abarrotada de gente, donde el único sitio libre era una mesa alta sin sillas. Amaia no paraba de disculparse por no haber reservado y yo tuve que pararla cambiando de tema.

-Me estabas contando qué tal con Alfred- Una sonrisa tonta, como el día que lo conoció, apareció en su cara. El brillo en los ojos me confirmaba que había hecho bien dándole el teléfono aquella noche.

-Ay, sí. Me llamó hace una semana. Bueno pero qué vergüenza, porque le colgué diciendo que no conocía ningún Alfred- no pude evitar escupir un poco del trago de cerveza que estaba tomando, para ponerme a reír. 

Serendipia // WarmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora