Todas las serendipias

5K 234 35
                                    

A veces me preguntaba qué sería de nosotras si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias. Si en lugar de haber sido una bonita casualidad, sólo hubiésemos sido una de tantas miradas perdidas entre el bullicio de la calle, un tropezón bajo los focos de la discoteca o un roce casual en la cola del supermercado.

Aunque la curiosidad a veces era muy grande, nunca me he atrevido a hacerle esta pregunta. Probablemente porque temo su respuesta, aunque la sé perfectamente. Ella siempre tan optimista, tan soñadora, tan cabezota, me diría convencida que nuestra historia se hubiese repetido, con algunos pequeños cambios en el guión, pero que de una forma u otra hubiésemos acabado juntas.

Sin embargo, yo sé a ciencia cierta que de no habernos conocido en el salón de aquel apartamento, jamás hubiésemos llegado a ser.

Y me diréis ¿Por qué estás tan segura? Simple.

Porque ella jamás se habría fijado en mí.

Yo sé que hubiese sido mi cuello el que se hubiese girado para seguir su paso decidido por la calle, mi respiración la que se hubiese parado al tropezar bajo los neones y mi mano la que no hubiese podido para de temblar tras el contacto.

Y cómo no hacerlo, siempre había sido una especie de imán para mí. Además que había que estar ciega para no fijarse en ella.

Aquella duda, me llevaba siempre a la siguiente. Esta sí que no tenía reparo en preguntársela.

Un día de estos, en los que me quedaba embobada mirándola mientras hacía cualquier cosa común que a mi me resultaba fascinante, se lo solté. Tumbada con la cabeza a ras del suelo y los pies apoyados en el respaldo del sofá ella miraba su móvil.

-Oye, cuando me conociste...- Hice una pausa aún sabiendo que me iba a dejar continuar- ¿Qué fue lo que más te llamó la atención de mí?

Se incorporó un poco levantando una ceja y desviando al segundo sus ojos de la pantalla del móvil. Pensó durante un rato antes de darme una respuesta convencida.

-Tu seguridad.

Me reí, bueno, me descojoné hasta que me lo permitió y me cerró la boca con un manotazo en la pierna.

¡Ay Ana! Si tu supieras lo mucho que, incluso a día de hoy, me intimidas.

Me gustaba aparentar seguridad, sentir poder y tener el control de lo que hacía. Los años o más bien los daños, habían conseguido que desarrollase esa capacidad de actuar. Puede que fuese un mecanismo de defensa, quién sabe, pero me encantaba tener siempre la frase correcta, sonrojar a la gente y sonreír de lado. Aunque la verdad es que dejar mi baja autoestima de lado y empezar a confiar en mí misma fue uno de los mayores retos de mi vida. Y con ella, me pasaba todo lo contrario.

Tenía miedo a su lado. No del malo, no me malinterpretéis, pero me sentía tan vulnerable, tan débil que a veces me acojonaba. No estaba acostumbrada a ponerme nerviosa, a que me sudasen las manos. Se me secaba la boca, me costaba pensar y eso sólo cuando me sonreía.

Es por eso por lo que, de no haberla conocido en una situación en la que ella estaba tan vulnerable, toda mojada en toalla, en la que yo pude aprovechar para sacar mi lado más confiado jamás me hubiese atrevido a decirle nada. Ella jamás se hubiese fijado en mí.

Fin de la historia.

Pero como no hay dos sin tres, siempre llegaba a una tercera duda. Esta sólo yo podía resolverla.

¿En que momento empecé a sentir aquello tan fuerte por Ana?

Daba vuelta para atrás, como si tuviese todo grabado en vídeo... que ojalá, pero no lo necesitaba, recordaba cada momento a la perfección.

Serendipia // WarmiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora