Siempre odié los aterrizajes. Sentía todo mi cuerpo temblar y me estaba agarrando a la silla de la cabina con todas mis fuerzas. Gracias a Dios que pasó rápido.
Amo viajar, excepto por ese detalle. Ese viaje, sin embargo, iba más allá de cualquier placer. Estaba intentando dejar atrás un pasado que, más que doloroso, había sido un poco complicado: llevaba tres años tratando de olvidarlo; de que su aroma se desprenda de una buena vez de todos mis sentidos. Y, cuando que casi lo lograba, volvía a aparecerse como si nada, tornando mi vida patas arriba. ¡Y acá vuelve Amalia, la reina de las idiotas!
Siempre he sido la dueña de mis decisiones y de mi libertad y eso ha provocado un gran problema en mis relaciones, más en una familia conservadora como la mía.
Desde muy chica, me había comportado de una manera muy independiente y madura. Suelo ser bastante organizada y no soporto el desorden.
Terminé la preparatoria dos años antes de lo debido y, a los veinte, ya me había graduado de administración de empresas. Rápido, comencé mi carrera de derecho, siendo la nota más alta de Harvard y la mejor calificación en la reválida. Gracias a eso, me llovieron muchas oportunidades y logré trabajar en los mejores bufetes de abogados.
A mis veintiocho, era la dueña de mi propio bufete y había logrado ganar una gran reputación entre los demás, siendo este uno de los más sólidos de Nueva York.
Aunque no podía decir lo mismo de mi vida amorosa: a los dieciocho, logré concretar mi primer beso y fue un total desastre. Peor, a mis veinte, con mi primera relación seria. Él juraba que conquistaría el mundo y terminó siendo el conserje de un hotel. Terminamos seis meses luego de haber comenzado.
Entonces, llegó Alejandro: el rey de la perfección. Alto, su pelo siempre puesto en su lugar, su vestimenta impecable, como a mí me gusta; dueño de una cadena de hoteles en las afueras de Orlando; y con un cuerpo de ensueño.
Me cautivó al instante y no dudé en lanzarme a sus brazos. Siempre llegaba puntual a sus citas y, la verdad, yo me sentía la dueña del mundo junto a él. Fueron los mejores dos años de mi vida.
Pero una rubia despampanante y de senos operados me ganó la partida. Sabía que no podía competir contra eso. Yo, bajita, demasiado bajita, de pelo negro y más flaca que un fideo, al lado de aquella cosa salida de una revista de modas... Era una batalla perdida.
Pero ahora, tres años después, estaba montada en ese avión, camino a una isla del Caribe, huyendo del frío invierno de Nueva York, rumbo a su encuentro. Encuentro que no sabía si llegaría a dar, pero por el que guardaba la esperanza de que así fuera.
Hacía algunos meses, me había tocado defenderlo de una estafa millonaria. Casualmente, o ni tan casual, había elegido mi bufete para su defensa. Obvio, gané el caso, y con él una celebración por todo lo alto. Lo cual me había dejado con una curiosidad insaciable.
Aquella tarde de encuentros furtivos, nos enredamos en besos y caricias en un hotel de la ciudad. Dios, ¡cuánto deseaba que no acabara nunca! Aún siento su piel contra la mía y su cuerpo perfecto recorrerme entera.
Aquella noche acabó con una nota:
"Si decido por ti, iré a tu encuentro. Espérame en el Hotel Dreamcatcher, en aquella isla donde tanto disfrutamos el 2 de enero, luego de las fiestas."
Pensé, por unos instantes, que era una locura y que, de seguro, seguía siendo el mismo arrogante y manipulador de siempre. No obstante, eso no me detuvo: ahora, estaba ahí, en mi isla de nacimiento, esperando por su estúpida respuesta.
Despisté el hilo de mis pensamientos justo cuando, al salir del avión, tropecé con un matojo de pelo enredado, cara tostada y peluda; que vertió en mi perfecto atuendo un líquido extraño y apestoso.
—¡Mierda! Disculpe —blasfemó, ante mi cara de espanto.
—Deberías cuidar mejor tu andar —contesté, manteniendo el temple, pero con mi enfurecida, mientras me encorvaba y trataba de que mi camisa blanca, ahora color café, no se me pegara a la piel.
—No, pues, como si nunca hubiera tenido un accidente. También he perdido mi té de hierbas.
—Creo que tu té de hierbas cuesta mucho menos que esta blusa —repliqué indignada.
—¡No jodas! ¿Acaso está hecha de oro? La verdad que mi té, el que acabo de verter en su preciada y cara blusa, al parecer hecha por los dioses del Olimpo y enchapada en oro sacado de las minas de África, explotando trabajadores pobres, se merece mucho más respeto. Es un té importado del Perú y sus propiedades son más importantes y aportan más a la humanidad que tu blusa de niña mimada.
Me quedé petrificada en pleno aeropuerto, mirando a ese espécimen tropical salido de no sabía dónde.
¿Acaso me había llamado niña mimada? ¿Qué demonios había querido decir con las babosadas de África? ¿De dónde había salido ese Ghandi estrafalario que se creía Bob Marley?
Lo miré de arriba abajo y observé su pelo largo y enredado en unos dread load; su camisa, que decía Free weed y esos vaqueros no podían estar más rotos; y el hecho de que, seguramente, no se había bañado en años. ¿Cómo era que no estaba preso?
—Mira, no voy a discutir temas triviales, como la paz mundial, o si mi camisa ha sido elaborada por explotadores de África o Asia. Mejor, sigue tu camino y listo —dije tratando de limpiar la blusa con mis manos.
El chico rió sarcástico.
—¡Ah! ¡La verdad que uno encuentra cada cosa en los aeropuertos! —susurró entre dientes.
Lo miré con los ojos bien abiertos mientras soltaba una carcajada. Eso sí era el colmo.
Si crees que Amalia debería continuar la discusión con el "hippie", ve al capítulo 2.
Si crees que Amalia debería gritarle algo y dirigirse al baño hecha una furia, ve al capítulo 3.

ESTÁS LEYENDO
¿Problemas en el Paraíso? (Historia interactiva)
RomanceAmalia, una exitosa abogada de Nueva York, regresa a la isla que la vio nacer persiguiendo un sueño. Una vez allí, cada decisión que tome la llevará un poco más cerca de un antiguo amor o le permitirá conocer a un nuevo e intrigante hombre. Se encue...