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Una vez en la propiedad puedo notar lo hogareña y bella que es, desde sus verdes pastizales que no han sido podados hasta la modesta construcción de gastados colores. A pesar de su deteriorado aspecto, a simple vista destaca su calidez interna, la cual confirmo cuando ingresamos en la casa a pesar del polvo que sucumbe cada rincón.

Los muebles no pueden ser más sencillos, de un ocre propio, mullidos y distribuidos de tal manera que el espacio sobrante en la estancia es el adecuado para tendernos a dormir todos juntos frente a la pequeña chimenea de ladrillo. A unos pasos de ellos hay un comedor rústico de seis sillas con un florero vacío en el centro que ansío llenar.
Algunos cuantos cuadros de pinturas rupestres y otros más de diversos animales penden de las paredes que, sorprendentemente, conservan su madera en buen estado a juzgar por el impecable color que aún poseen en contraste con la fachada.

Al otro lado de la entrada hay un precioso piano bastante viejo que hace a mis dedos vibrar de anticipación porque sé que terminaré sucumbiendo ante sus provocativas teclas polvorientas, por lo que limpiarlo mañana temprano es lo que encabeza mi lista mental.

—¿Con quién rayos conseguiste esto? —John se aventura a preguntarle a Stu mientras seguimos avanzando conociendo el lugar aunque, a decir verdad, no hay mucho que ver.

—Pertenece a un viejo amigo de la familia. Se la compró hace años a un viejo granjero que se volvió loco y terminó vendiéndosela a quince chelines.

—No te lo creo —Ringo abre los ojos, impresionado, a lo que el chico asiente con una sonrisa inquieta.

—¿Se volvió loco, dices? —pregunta Cynthia, curiosa.

—Sí, pero esa historia se las contaré mañana con lujo de detalles. Por ahora, vayan a instalarse.

Nadie le contradice, siendo el cansancio palpable en nuestros rostros anhelantes de enterrarse en una suave almohada, limitándonos a seguirlo rumbo a una puerta que, supongo, conduce a los dormitorios.

—Siento el polvo, chicos; tenía años sin ser habitada, pero las habitaciones están listas —informa Stu.

Es John quien coge el pomo, apartando a su amigo de un empujón y abriendo la puerta de un sólo tirón dispuesto a ganar la mejor habitación para él y para Cynthia. George lo imita, apresurándose a ir por la segunda mejor, provocando que Stu exclame:
—¡Hey, chicos, todas son iguales! —. Y, seguido de eso, avanza hacia aquél par dando las zancadas más largas que sus cortas piernas le permiten.

Richard y yo, junto con Cynthia, somos los últimos en conocer la segunda planta baja, atravesando la puertecita de cedro en fila recta y topándonos enseguida con cuatro más.

—Bien, como ven solamente hay cuatro habitaciones, así que supongo que yo tendré la mía propia al igual que George, John compartirás con Cynthia, y Ringo con Jody...

—De ninguna jodida manera, Sutcliffe. — Mi hermano suelta sus maletas, frunciendo el ceño.

—John...

—Cállate, Cyn.

—John. —Le llamo y de verdad intento mirarlo mal, pero evidentemente no lo consigo. Juro que a veces me cuesta muchisímo enojarme con él, porque a pesar de su actitud posesiva ante todo, es mi hermano y le quiero.

—Jody, ni siquiera lo pienses. No permitiré que este idiota te ponga una mano encima. Él no te merece y...

—John, tranquilo, no... —avergonzada, desvío la mirada. —No d-dormiré con Ringo.

The Fool On The Hill | McCartney.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora