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—Pero, Paul —le ruego afligida por décima vez en esta mañana. —Debemos hacerlo. Por favor, es por nuestro bien.

"NO". Su respuesta ocupa toda una hoja a pesar de ser sólo un par de letras, y tristemente continúa siendo la misma, un rotundo no que enfatiza su cabeza con negativas expletivas. Para mi fortuna, puedo ser más persistente que eso.

—Si aceptas voy a sentirme más tranquila. Anda...

"NO".

—¿Por qué no? —gracias a dios que también tengo paciencia de sobra. —Al menos dime el porqué.

"NO".

—¿No puedes decirme? —. Estoy siendo condescendiente mientras le hablo, desde mi lugar a la orilla de la cama, intentando apaciguar el ambiente para que me permita saber cuál es su inquietud sin que se sienta obligado o presionado.

"No puedo ir". Leo desde la corta distancia impuesta.

—¿Te da miedo?

"NO".

—¿Entonces? —. Me levanto con suma lentitud y comienzo a acercarme a su persona, de pie a mitad del reducido espacio, poco a poco y con aires sutiles que le transmitan la confianza suficiente para que se abra a mí al igual que como lo hace con el señor Fradenburg. —Puedes contarme, Paul. De verdad.

Mis ojos se conectan con los suyos como nunca antes han hecho con nadie, y no porque no haya habido en mi vida otro par de orbes casi tan cautivadores como los suyos, sino porque es el primer chico cuyo mirar puedo sostener por más de unos cuantos segundos sin descomponerme de vergüenza. Exceptuando a mi hermano, por supuesto.

Me veo en la necesidad de tomar suavemente uno de sus brazos cuando aparta la mirada y nuestra momentánea conexión se rompe, evidenciando que nos hace falta progresar con el grado de confianza que transmito y con el que él me tiene. Lo siento tensarse bajo mi tacto, así que decido alejarme por lo menos un paso previniendo alterarlo más de la cuenta.

—¿Qué pasa? —le cuestiono cuando aferra su mano a la mía después de quejarse por mi repentina decisión de separarme un poco con una muy perturbadora expresión de sosiego. —Oh, Paul... ¿Qué es?, ¿qué puedo hacer por ti?

El pobre muchacho pasa de mirar cualquier otro punto en el espacio a rogar por ayuda con una sola mirada, que es tan fugaz que me da la impresión de haberla imaginado, como si estuviera desesperado por obtener algo de mí que deje de hacerlo miserable; sin embargo, y pese a que el momento se torna difuso, se vuelve más nítido y claro al dejar caer su libro y posar sus manos en mis brazos con una convicción que me resulta casi asfixiante y tengo que apartarme porque comienza a ser intensa.

Aún no encuentro explicación a la drástica manera en la que pueden presentarse sus emociones de un momento a otro. Un segundo parece tan inofensivo y tranquilo, y al siguiente se transforma en un chico explosivo y nervioso, y aunque siempre logra conservar su aura desdichada, me aterra dejar de tenerle consideración a esa parte de su personalidad. Lo más triste para mí es verlo y tener que sobrellevar la impotencia que supone el no poder saber qué es lo que le sucede o no saber específicamente el cómo puedo ayudarlo.

Es demasiado frustrante ser yo y no poder reprimir mis emociones como hago con todo lo demás que me rodea. Y es todavía peor pensar en desistir ante el desastre de persona que he visto que es y rendirme para siempre con mi intento de retribuirle sus atenciones; aunque, ciertamente, al estar los dos solos en este pequeño espacio no hay mucho más que pueda hacer que no sea cuidarle y agradecerle.

—Está bien, Paul —me toma unos cuantos segundos reaccionar después de su arrebato para tratar de tranquilizarle cuando le veo hiperventilar, así que me acerco otra vez. —Cálmate, s-sólo respira...

The Fool On The Hill | McCartney.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora