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Las cosas entre Richard y yo han estado un poco diferentes desde que intenté ayudar al desconocido, de tal manera que no hemos hablado más allá de los buenos días y las buenas noches, pues si bien hoy me ha dado un beso en la mejilla, antes de ser obligado por John a acompañarlo a por algo de leche al pueblo que está a veinte minutos de aquí después de que se acabará junto con George las únicas tres botellas, sé que sigue molesto por lo ocurrido hace unos días.

Ninguno de nosotros ha vuelto a hablar sobre el tema desde que volvimos, ni siquiera John, quien parece ser el más interesado en evitar que tengamos una charla al respecto. Sutcliffe tampoco ha abierto la boca más que para justificar la reacción del chico argumentando que: "la reclusión lo había hecho confundirlo con alguien más."

En realidad, nadie se ha atrevido a preguntarle nada y la verdad es que yo tengo mis dudas sobre el lugar donde estamos quedándonos y los hecho ocurridos en él hace cuatro años. Pese a esto, todavía me siento culpable por haber abandonado al pobre chico en aquella colina, sabiendo lo mucho que necesitaba ir al médico y lo completamente solo que está, no pudiendo evitar reprocharme que pude haber hecho más para ayudarle. Es un ser humano, después de todo.

Sin embrago, no me pasa desapercibido que posiblemente se trate de un asesino, lo que me ha mantenido bastante distraída vagando entre los confines de mis más grandes temores a la espera de que la visita efectuada en la colina nos sea devuelta en cualquier momento.

Es terrible la simple idea de pensar en mis amigos y mi novio siendo dañados de alguna forma por el chico que yo misma intenté ayudar, pero es aun peor no conseguir mermar tan malos pensamientos de mi mente imposibilitándole tranquilidad a mi vida, e interfiriendo en mi convivencia con los demás. En especial con mi novio.

Es casi medio día cuando Stu ayuda a Cynthia a preparar la merienda y George ensaya en la estancia con su preciada guitarra; por mi parte, he decidido dibujar un poco buscando distraerme de todo el caos que es mi cabeza.

Comencé trazando un largo y sinuoso camino solitario, aunque repleto de aquellas florecitas moradas a sus costados, utilizando una infalible técnica a lápiz propia de mi antiguo colegio, misma que Stu me ayudó a perfeccionar.

La inspiración que este lugar brinda es realmente placentera -dejando de lado la angustia de los últimos días-, logrando que todos hallamos recibido más de un atacazo artístico en donde quiera que nos hemos encontrado dentro de la granja. A John le llegó en el baño, por ejemplo, recitando unas cuantas palabras tras contemplar la madera del techo que, según Stu, provine de Noruega.
No le he preguntado cómo va con eso, pero supongo que bien, pues lo he visto discutir con Sutcliffe sobre los acordes que la canción debería llevar, lo que quiere decir que la letra está lista.

Es demasiado tarde cuando me doy cuenta que estoy acabando un tercer dibujo y el corazón me da un vuelco tremendo al enterarme de que se trata de él. Inconscientemente he dibujado su silueta de espaldas al espectador mientras contempla el panorama desde la colina más alta de todo Kintyre, y está tan bien definida su persona que un nudo se forma en mi garganta al descubrirme completamente encantada de admirar mi obra. Le faltan detalles, pero a pesar de eso es suficiente para hacerme sentir satisfecha.

Reviso el par de dibujos anteriores a éste, confirmado que aquel chico me ha afectado de modo que lo he dibujado igualmente al final del camino trazado en mi dibujo inicial, y en uno nuevo visto desde primer plano, aunque sin rostro. Esto último me desconcierta, porque nunca antes se me había ocurrido retratar a una persona sin facciones, no es mi estilo, sin embargo, encuentro aceptable el experimentar.

The Fool On The Hill | McCartney.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora