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La noche ha caído desde hace mucho, rodeándolo todo con su oscuro manto surcado de nubes grisáceas que parecen estar a punto de echarse a llorar en cualquier momento, dispuestas a terminar con la calma que se ha instalado en el lugar tras la breve pausa que la tormenta ha decidido tener, dándome la esperanza que necesito para creer que mañana por fin saldrá el sol.

Pese a su ausencia, la lluvia ha dejado una estela de tirante frigidez por todas partes, congelando una a una mis articulaciones y provocando inevitables temblores en el cuerpo del chico que yace en la cama junto a mí, al cual he abrigado hasta el cuello en un intento por frenar su desmesurada aflicción.

He confirmado que la silla es un martirio total para dormir como sea que lo intentes, pues ninguna posición resulta ser la adecuada aunque sientas al sueño vencerte de a poco. Al final, nunca es suficiente, el cuerpo termina pidiendo a gritos un colchón.

Si bien no he podido descansar como se debe durante dos noches seguidas, el cansancio no ha sido impedimento para el inquieto cerebro que poseo, encargándose mis pensamientos de mantenerme ocupada dentro de sus profundidades, muy alejada del valle de los sueños que es el que suelo visitar constantemente en mis noches cotidianas.

Me resulta increíble el hecho de que un día más ha terminado y yo continúo sin saber los motivos por los cuales me encuentro en Escocia, a cientos de kilómetros de mi familia y sin poder recordar nada en lo absoluto después de mi graduación.

Desgraciadamente, y para empeorar mi situación, la única persona que puede aclarar mis dudas se encuentra en este momento indispuesta, además de que la habilidad del habla le ha sido negada por naturaleza, durmiendo tan profundo que he llegado a pensar que los espasmos que provienen de su cuerpo no son más que meras alucinaciones mías, mismas que estoy padeciendo a causa de sus remedios.

La verdad es que la temperatura está acabando con ambos, haciendo añicos nuestra piel de tal modo que mis dedos se han llegado a entumir durante algunos lapsos de tiempo y, por si fuera poco, sólo contamos con un par de trozos de leña para que la fogata improvisada siga refulgiendo dentro del pequeño anafre.

Nuestra situación es casi deplorable. Algo por lo que jamás había atravesado antes, ni siquiera en mis más temidas pesadillas infantiles. Es el peor sinsabor de mi vida y no puedo dejar de estar infinitamente agradecida de, por lo menos, tener un techo en donde pasarla. Además, bendito sea el cielo por la noble compañía que me ha mandado sin haberlo pedido.

Mentiría si dijera que no tengo ganas de salir corriendo y alejarme de este lugar a pesar de la tormenta, que no estoy desesperada por ir al hospital y luego a casa, que me siento con la fuerza suficiente para intentar huir pero, para ser sincera, nada de eso es verdad ni tampoco es posible. Y no lo es, porque simplemente no sabría a dónde ir a partir de aquí, porque todavía estoy en proceso de recuperación como para andar sobre mis propios pies durante demasiado tiempo, y también porque no tengo el corazón para abandonar a Paul a su suerte luego de lo mucho que me ha cuidado desde que me encontró. Han pasado apenas tres días, pero he valorado cada uno de sus méritos por preservar mi vida.

No hemos tenido noticias del mundo exterior después de la visita del doctor y de aquél señor -cuya relación con Paul aún es para mí un misterio-, sin embargo, creo que es probable que no nos encontremos tan alejados del pueblo como para desistir en ir al hospital por nuestra propia cuenta una vez que estemos mejor. Por lo tanto, eso es lo primero que haré en cuanto mis músculos respondan debidamente a los mandatos de mis hemisferios cerebrales sin sentir ningún tipo de dolor, y claro, también cuando Paul esté en condiciones más favorables.

The Fool On The Hill | McCartney.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora