Capítulo 25: Inesperado, pero aún así, maravilloso

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*Isa*
No, no, no y no.
Eso fue exactamente lo que me repetí mentalmente mientras volvía a confirmar el resultado en las instrucciones.
Me llevé las manos a la cabeza mientras mi mente divagaba en busca de una respuesta que me satisficiese, pero no encontré ninguna lo suficiente buena como para hacerme sentir mejor, o menos culpable.
-¡Joder!- mascullé.
En eso llamaron a la puerta del baño, y es que llevaba encerrada más de quince minutos maldiciendo y blasfemando.
-¿Mami?- Me aparté las manos de la cara rápidamente, tenía que parecer segura para mi princesa.
Me dirigí a la puerta y la abrí dando paso a Sara, una Sara curiosa y algo asustada.
-No pasa nada, mi amor.- Le dije y me agaché hasta quedar a su altura, donde la abracé y besé la cabeza.
-Estabas diciendo cosas feas.- Me reprochó, como solía hacer, porque otra cosa no, pero regañona lo era un rato.
-Lo siento.- Respondí tratando de sonar arrepentida, pero lo cierto es que me daba igual, Sara siempre demostró que no le gustaban las malas palabras y que no estaba dispuesta a decirlas, es más, nos regañaba a todos por usarlas en su presencia, desde luego no me merecía una hija tan buena.
-No pasa nada.- Dijo y sonrió de lado mostrando sus blancos dientes, a punto de comenzar a caerse.- Mira mami ya se mueve.- Añadió moviendo uno de los paletones con los dedos.
-Es verdad, que mayor te estás haciendo.- Dije y sentí una enorme nostalgia mezclada con un nudo en el estómago, mi princesa se hacía mayor.
Sara me dio la mano y me hizo acompañarla hasta el salón, donde Blas ya nos esperaba con la mochila del cole de nuestra pequeña.
-No olvides desayunar, mamá.- Me dijo la pequeña antes de echarle los brazos a su padre, a quién se le caía la baba con ella.
Blas cogió a la niña en brazos y le besó la mejilla antes de acercarse a mí para besarme en los labios, como cada mañana antes de marcharse a llevar a la niña a la escuela e irse a trabajar.
-¿Te encuentras bien?- me preguntó después de despegar nuestros labios.
Asentí, lo que pareció no convencerlo del todo, después de todo, era mi marido, me conocía como nadie.
-Cuando vuelva hablaremos.- Me dijo y volvió a besarme.- Te quiero.
-Y yo a vosotros.- Respondí y le di un último beso a Sara en la mejilla.
Mi marido e hija salieron de casa dejándome sola con Chiqui, el enorme perro que no era pequeño para nada, ¿en qué momento se me ocurriría ponerle ese nombre?
-¿Me guardas un secreto?- le pregunté a Chiqui, como si pudiera responderme.- ¡Pero qué digo!, seguro que se lo contarás a Blas.
Solté una carcajada ante mi propia broma y acaricié la cabeza de Chiqui, quién pareció entender a la perfección la situación y se pegó a mí para darme lo que él entendía por mimos, es decir, lamerme las manos, brazos, piernas, y si le era posible, la cara.
Recorrí todo el salón, que ahora estaba demasiado desordenado por los juguetes de Sara, realmente mi hija era un desastre, también habían fotografías nuevas, como las de todos los niños, porque eran bastantes, además de fotos de los padres de cada uno de ellos, en general, fotos de la familia.
Poco después de su boda, digamos nueve meses, nacieron las hijas de David y Raquel, las mellizas más pillas del mundo, y también las más adorables, ambas de pelo oscuro, aunque una con el pelo completamente negro, y, además, una de ellas tiene los ojos castaños mientras que la otra de color miel. Se llaman Natalia y Cristina. Ambas aparecían en la fotografía juntas, con una media sonrisa, pareciendo planear una travesura, junto a ellas, con cara de pena aparecía Jorge, el segundo hijo de Ainhoa y Álvaro, porque después de tener a Pablo, Ainhoa volvió a quedarse embarazada. Entre Jorge y Pablo aparecía Javier con Sara, porque esos dos siempre estaban juntos, y siendo abrazado por Sara, Rubén, el pequeño rubio de los rubios.
Cada vez que miraba esa fotografía sentía una ola de nostalgia, además de que sin querer sonreía, si todo iba bien, nuestros hijos acabarían siendo amigos para toda la vida, como nosotros, sus padres, lo somos, porque juntos somos una enorme familia.
Siguiendo el consejo de mi princesa, me dirigí a la cocina, donde me preparé un zumo de naranja, solo por gusto y porque a partir de ese momento debía cuidarme más, también me preparé un par de tostadas.
Me senté en el comedor, y suspiré. ¿qué iba a hacer a partir de ese momento?, no estaba preparada para una situación como esa de nuevo.
Mi teléfono comenzó a pitar, lo miré de reojo mientras acababa de comerme la tostada, las chicas estaban más habladoras de lo normal, y eso se debía a que al día siguiente celebraríamos el cumpleaños de Sara, cuatro años, y parecía que solo habían transcurrido días desde que la tuve por primera vez en brazos, desde que comprendí que ella era el amor de mi vida y que daría lo que fuera por ella.
Raquel: Buenos días!!
Ainhoa: Holiss
Clara: Tenemos que hablar de lo de mañana.
Laura: Que directa.
Raquel: Ya conoces a nuestra Clarita, siempre va al grano.
Clara: Las cosas claras y el chocolate espeso.
Raquel: Clara, las cosas claras, todo tiene sentido jajaja
Laura: jajajajaja
Ainhoa: Ahora lo entiendo todo jajaj
Isa: Pues habéis tardado jajaja
Clara: a callar, que se dónde vivís!
Raquel: Uuu menuda amenaza, vivimos todas en la misma calle, vas a tener que currarte más las amenazas si quieres intimidarnos después de tantos años.
Isa: jajajaja
Clara: Pues por reírte ahora te va a ayudar con el cumple de la princesa quién yo me se...
Laura: Yo misma.
Raquel: Y yoo!!
Ainhoa: Yo también
Clara: Es el día de todos contra Clara?, porque me acabo de enterar.
Isa: Ya paramos, luego quedamos para hablar y eso.
Dejé el teléfono sobre la mesa del salón mientras llevaba los platos sucios a la cocina, a mi vuelta encontré más de seis mensajes de Laura, estaba deseando que quedásemos para tomar algo y hablar, al parecer tenía una enorme noticia que quería compartir conmigo la primera, o eso me pareció por whatsapp.
Quedamos en una cafetería cercana, podríamos ir caminando, así aprovecharía y pasearía al perro, porque no me venía nada mal moverme un poco.
A la hora acordada, Lau se presentó en mi casa, y en cuanto Chiqui estuvo listo, caminamos entre risas y conversaciones diferentes a la que Laura tenía planeada hasta llegar a la cafetería, donde nos pedimos dos limonadas, eso me sorprendió, ya que Lau solía pedir café.
-Tengo algo que contarte.
-Tengo que decirte algo.
Ambas coincidimos y soltamos una carcajada.
-Tú primero.- Dijimos de nuevo a la vez y volvimos a reír.- Tú, no tú.- Y así más de cuatro veces hasta que suspiramos, casi a la vez de nuevo y hablamos.- Estoy embarazada.
Las dos abrimos mucho los ojos sorprendidas.
Teníamos la misma noticia, y sin embargo ella parecía mil veces más feliz que yo.
-¡Enhorabuena!- Coincidimos de nuevo.
-¿De cuánto estás?- pregunté para intentar desviar la atención de mí embarazo.
-Apenas dos semanas, ¿y tú?- me preguntó sonriente, la verdad es que Laura estaba radiante.
-Más o menos igual.
-¡Esto es increíble!, ¿te imaginas que diésemos a luz a la vez?- Laura dejó de hablar al ver como yo ensombrecía la mirada.- ¿Sucede algo?
-No, sí, no se...- Hice una pausa en la que nuestras miradas se cruzaron, no podía mentirle.- Sabes que jamás quise tener hijos, y a pesar de ello nació Sara, y la quiero con toda mi alma, pero decidí que no quería más, y logré que Blas lo aceptase, y ahora... Ya nada de eso importa.
Laura puso su mano sobre la mía y sonrío tiernamente, como una madre, comprensiva, amable, dulce.
-Estás asustada.- Me dijo y bajé las cejas.- Lo entiendo, los cambios nunca te han resultado fáciles de afrontar, pero, solo recuerda lo que sentiste al ver a Sara por primera vez, cada vez que tengas miedo recuerda ese instante, cuando supiste que esa persona era la más importante de todas.
-Lau, no me importan los cambios, siempre y cuando yo decida que vayan a suceder.
-Eso significa que sí que te importan.- Laura me acarició la mejilla antes de abrazarme.- Ya verás como este bebé te hace ser aún más feliz de lo que lo eres, porque siempre se puede ser más feliz.
Sabía que tenía razón, pero aún así me aterraba, y no solo el hecho de tener un hijo de nuevo, de volver a pasar por el parto, de volver a estar agotada a todas horas...  No, realmente no conocía del todo bien la respuesta a mi miedo, pero lo superaría, de eso estaba segura, porque era lo que debía hacer, y no solo por eso, mi familia no merecía soportar dudas por mi parte, tenía que ser fuerte, valiente...

A medio día, Clara me trajo a casa a Sara, ya que ella y Javier estaban siempre juntos, a pesar de no asistir a la misma clase por esos once meses de diferencia, las dos parejas sabíamos de sobra que cada vez que las profesoras se despistaban, se escapaban para reunirse y hacer alguna travesura. 
Todos nuestros hijos acudían a la misma escuela, pero Javier y Sara tenían horarios mucho más similares que el resto, y es que nuestros hijos eran los mayores, y los pequeños acaban un poco antes.
-¡Me he comido todas las verduras, mamá!- me dijo Sara antes incluso de que me diera tiempo a darle un beso.
Mi princesa caminaba deprisa de la mano de Javier, como todos los días, hasta el salón, ya que ellos dos nunca tenían suficiente el uno del otro.
-Javi, tenemos que irnos a casa, hay cosas que hacer.- Le dijo Clara a lo que Javier suspiró y decidió hacer caso omiso de las palabras de su madre, ya que al momento salió corriendo de la mano de Sara.
Solté una pequeña carcajada, e inmediatamente miré a Clara, la que no quitaba ojo de nuestros pequeños.
A pesar de los pequeños celos que sintió Sara al principio, cuando nació Javier, pronto se acostumbró a su presencia, y es que, después de todo, estuvieron un tiempo solos, siendo los mimados.
-Algún día se cansaran el uno del otro.- Dijo Clara, y me miró con una media sonrisa divertida.- O se casarán.
-Aún queda mucho para eso.- Dije rápidamente, no es que me incomodase la idea de que nuestros peques se casasen, pero es que no tenían ni cuatro años.
-El tiempo se pasa deprisa, no te despistes, o cuando te quieras dar cuenta estarás en la boda de nuestros hijos llorando por lo rápido que han crecido.
-¿Qué te pasa hoy?, estás más dramática de lo normal.- Exclamé algo divertida.
Carlos, Clara, Blas y yo siempre bromeábamos a cerca del futuro de nuestros enanos, pero jamás habíamos llegado a la conclusión de Clara.
Clara se encogió de hombros y soltó un suspiro.
Cuando logramos separar a nuestros hijos sin que se enfadasen demasiado, Sara decidió, por su propia cuenta, que necesitaba una siesta, por lo que la llevé a su habitación y esperé a que se durmiese para marcharme.
Me senté en el sofá un par de minutos, necesitaba pensar un momento en lo que nos esperaba a partir de ahora, porque tenía que contarle a mi marido que pronto seríamos uno más.
Me levanté, arreglé un par de cosas de la casa que estaban sin acabar, y entonces Sara se despertó.
Las horas pasaron y Sara ya estaba en la cama durmiendo mientras yo esperaba, en el salón, a mi marido, porque los martes los chicos siempre llegaban tarde, estaban trabajando muy duramente.
Acabé de preparar la cena, la coloqué en el comedor, adorné la mesa con velas, había preparado nuestra comida preferida.
Chiqui se levantó de mi lado de un salto cuando la puerta de la calle se abrió, Blas entró en nuestra casa y acarició a nuestro nervioso perro, después me besó y abrió los ojos sorprendido.
-¿Qué celebramos?, no es nuestro aniversario, me acordaría.- Dijo divertido, y al momento palideció.- ¿He olvidado algo?
Negué con la cabeza divertida y lo besé de nuevo.
-¿No podemos tener una cena romántica a secas?- pregunté mientras pasé las manos por su cuello y me acerqué a él.
Blas sonrió antes de besarme de nuevo y, seguidamente, pegar nuestras frentes.
-Te quiero.- Me dijo y sentí mariposas en el estómago, porque él siempre lograba que las sintiera.
-Yo también te quiero.
El teléfono de Blas pitó y nos separamos para que mi marido pudiese comprobar qué sucedía, al momento sonrió divertido.
-Los chicos están hablando del cumpleaños de Sara.- Blas suspiró.- Cuatro años. 
Le acaricié la mejilla y le di un beso antes de sentarnos a la mesa a cenar. Todo iba a cambiar de nuevo.
Cuando acabamos de comer, Blas recogió los platos, y como ya me imaginaba que lo haría, saqué el test de embarazo y lo miré una vez más, había llegado el momento de confesar.
Blas salió de la cocina con el móvil en las manos, con una enorme sonrisa.
-¡Laura está embarazada!- me informó alegremente.
Entonces levantó la cabeza y me miró. Le ofrecí una mano y me la dio, entonces me pegué a él y le abracé.
No me preguntó nada, únicamente me acarició el pelo con una mano.
Nos separamos ligeramente y sonreí.
-Vamos a ser uno más.- Dije con más felicidad de la que creía que sentía.
-Lo se, acabo de decírte...- Blas se quedó en silencio cuando comprendió a qué me refería.
Le mostré el test de embarazo y, después de quedarse helado unos segundos, sonrió tanto como la primera vez que nos besamos, tanto como el día de nuestra boda, tanto como cuando vio a Sara por primera vez...
Blas me volvió a abrazar y, al sentir su calidez, el miedo desapareció, había sido tan estúpida, este cambio sería para mejor, si éramos felices con una hija, ¿cómo no lo continuaríamos siendo con uno más?
Ese momento fue uno de los más felices de mi vida, y eso que el día comenzó asustándome, como Laura bien dijo. 
Nuestra familia aumentaba cada vez más, y eso era motivo de felicidad.
-Te amo.- Le dije sincera, porque siempre que pronunciaba esas palabras lo decía de corazón.
Y así, sin más, un suceso inesperado se convirtió en algo maravilloso.

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Hola chicas, esperamos que hayáis disfrutado del capitulo.
Besitos 😘

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