🌹Capítulo 3🌹

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Ana

Un corte de carne fina estaba servido en mi plato, además de ensalada, papás cambray y demás verduras; todo se veía y olía muy bien, mi estómago rugió y fue entonces que me percaté de lo hambrienta que me hallaba y de lo limitada que mi madre tenía la cocina, por supuesto, eso no era así cuando llenaba la casa de invitados no deseados por mí. Negué interiormente y aparté esos recuerdos que no me llevarían a nada bueno.

A mi lado, en la cabecera del comedor, Sebastián se encontraba sentado, cortando la carne con facilidad y elegancia, usaba los cubiertos a la perfección. Sus dedos largos y masculinos, terminaban en uñas perfectas, sin embargo, eso no le restaba puntos a lo varonil que lucían.

—Come —ordenó. Parpadeé un par de veces y volví la mirada al plato para comenzar a cortar la carne.

A veces me perdía tanto en mis pensamientos que me olvidaba del mundo a mi alrededor. Tendría que trabajar en eso, ahora más que nunca debía estar alerta.

—¿Para qué estoy aquí? —Cuestioné, sin levantar la vista.

—Porque serás mi esposa —simplificó. No le tembló la voz para decirlo. Tragué el trozo de carne en mi boca con fuerza.

Por supuesto que lo deduje, pero que lo confirmara me dolía; estábamos en pleno siglo veintiuno y aun existían los matrimonios arreglados, era frustrante que yo formara parte del porcentaje de personas que se sometían a tal contrato.

—Solo de palabra —titubeé, esta vez sin saber la respuesta. A él nada lo detendría de obligarme a cumplirle como su mujer.

—Así es. Aunque no tengo ningún inconveniente con cumplirte como esposo, más concretamente a lo que se refiere a la luna de miel. —Alcé la mirada con el rostro ardiéndome de la vergüenza.

Si bien, el sexo no era un tema tabú para mí, que él lo mencionara me ponía los pelos de punta, hacia tanto que no estaba con alguien y ciertamente mis ánimos para hacerlo eran nulos, no después de toda la mierda que pasé.

—Yo no... —me aclaré la garganta—, prefiero que sea solo de palabra. Me comportaré ante tus amistades, fingiré que te quiero, haré lo que me pidas, no te fallaré de ningún modo, pero tengo una condición.

—Tú no estás para poner condiciones, Ana —aseveró. Traté de mojar mi boca, pero mi boca se encontraba seca.

—Solo es una, una sola, escúchame por favor —pedí, mirándolo suplicante. Sebastián dudó un segundo, pero al final asintió.

—Te escucho.

—Se trata de mi hermana Gabriela, ella es todo lo que tengo, lo que más amo en el mundo, por favor, permíteme visitarla a menudo, estar con ella al menos tres días a la semana. Solo eso te pido —hablé bajando el tono de mi voz hasta que se volvió un susurro.

—¿Solo eso? —Enarcó una ceja, sorprendido— Pensé que se trataba de algo más —agregó tranquilo—. Enviaré por Gabriela tres días a la semana, como lo has requerido, prefiero que la veas aquí y sobre eso no hay discusión. —Le mostré una sonrisa que no pude ocultar, al menos no me alejaría de Gabi.

—¿De verdad? Gracias, Sebastián, no sabes lo que ella significa para mí —dije emocionada y sin pensar en lo que salía de mi boca, le estaba gritando mi mayor debilidad y él no tendría que haberlo sabido.

—Todavía no me des las gracias, me agradecerás de otro modo, Ana —insinuó. Limpió sus labios con una servilleta y me quedé encantada mirándolos, ignorando su insinuación por unos segundos. Él de verdad era atractivo.

—¿De qué manera? —Inquirí curiosa y preocupada. Apoyó la espalda contra el respaldo de la silla y descansó su mano debajo de su barbilla, deslizando su pulgar por el contorno de su labio inferior.

Matices del corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora