🌹Capítulo 2🌹

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Ana

Al día siguiente tal y como él lo había dispuesto, me encontraba en el umbral de la puerta, esperándolo; faltaban cinco minutos para el medio día, cinco minutos para que mi vida diera un giro radical que no sabía si sería bueno, malo o peor.

Lo único que me dolía de irme era mi pequeña hermana, Gabriela se quedaría con esos monstruos que distaban de poder llevar el título de padres. Al menos hicieron algo bien al llevársela de aquí esta mañana, despedirme de ella sería un mar de lágrimas y no quería pasar por ello, mucho menos verla llorar.

Gabriela solo me tenía a mí y yo solo la tenía a ella. 

—Señorita, Ana —me volví a ver a Lorena, traía unas bolsas de comida en las manos—, ¿es cierto que se va?

Sus ojos marrones se tiñeron de arrugas al igual que su frente, su cabello canoso brillaba bajo la luz y su aroma a galletas y especias me apretó la nariz.

—Sí, Lorena, y te quiero pedir que...

—No, no es necesario que me lo pida —me interrumpió—, yo cuidaré muy bien de la niña Gabi, váyase tranquila que no permitiré que esa gente la haga sentir mal. —Sonreí un poco más tranquila y sin pensármelo la abracé.

Era tan triste haber recibido más cariño y amor de ella que no era nada mío, que de la mujer que me trajo al mundo, pero no importaba, hacia mucho que dejé de sentirme mal a causa de mis padres; acepté que no me querían y que yo no era culpable de ello.

—Gracias, Lorena, por favor no olvides de leerle, también de cuidar que cepille sus dientes y que tome su desayuno antes de ir al colegio. Ellos ni siquiera pueden estar al pendiente de esos detalles.

—No se preocupe, yo me haré cargo, la cuidaré como la cuidé a usted. —Asentí y le di un suave beso en la mejilla.

—En cuanto pueda, trataré de conseguir un teléfono para ella, espero le ayudes a usarlo.

—Lo haré —accedió con una sonrisa maternal en sus labios delgados.

De pronto, vi un vehículo negro atravesar la verja oscura de nuestra casa, sostuve mi equipaje con fuerza y bajé los cinco escalones que conducían al camino empedrado donde segundos después el vehículo se detuvo, justo delante de mí. No esperé que alguien abriera la puerta, lo hice yo, metiéndome en el asiento trasero, sola. El chofer me lanzó una mirada reprobatoria por el espejo retrovisor.

—Buenas tardes —saludé, cruzándome de brazos.

—Buenas tardes, señorita Nájera.

Después de ese efímero intercambio de palabras, todo se sumió en un silencio sepulcral que era llenado solamente por el sonido que producía el motor del auto mientras él se ponía en marcha, alejándome de aquella casa y también de mi hermana.

Intenté no pensar mucho en ella, no por ser mala hermana y tampoco porque quisiera olvidarme de ella, sino que prefería pensarla en mi soledad, donde podría llorar libremente a causa de la melancolía, de extrañarla como lo hacía. Al menos le exigiría a ese hombre que me permitiera venir a verla, podría entregarle todo de mí, ser lo que quisiera, me sacrificaría de cualquier modo solo por pasar un poco de tiempo con Gabi.

No podía dejarla sola, ni desprotegida, por nada del mundo permitiría que viviera el mismo infierno que yo, así que en cuanto pudiera, haría lo que fuese necesario para que escapara lejos, lejos de todos los que podían dañarla, incluso si eso significaba romper mi alma en pedazos por su ausencia.

Suspiré, mirando las calles de la ciudad; quizá podría mandar a Gabi al extranjero a estudiar, esos habían sido mis planes siempre, pero mis padres me mantenían atada de manos, me limitaban de ir más allá porque sabían que en cuanto pudiera, me iría. Esto que hicieron cambió todo, nunca creí que accederían a venderme, ¿quién podría contemplar algo así en estos tiempos?

Matices del corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora