Ana
Abrí los ojos soñolienta y con una ligera molestia en mi labio inferior. Me toqué y se sentía solo un poco hinchado.
Tomé asiento sobre la cama, afuera la noche estaba cayendo, vaya a saber cuánto tiempo dormí, al menos Sebastián no requirió más de mí gracias a que sus padres partieron hacia España después del almuerzo, no sin antes hacerme una invitación para visitar aquel hermoso lugar. No tenía quejas de ellos, fueron realmente amables.
Luego de que se fueran subí a la habitación para tomar una siesta, anoche la fiesta acabó muy de madrugada y no pude descansar como era debido, sin contar con el tumulto de pensamientos que presionaban fuertemente contra mí.
Con tristeza pensé en David y cómo estaría. Sebastián no volvió a mencionarlo y no lo vi en la casa otra vez, lo cual era lo mejor. Tendría que superarlo, no me quedaba otra opción.
Me incorporé de la cama y entonces fui consciente del ramo de rosas rojas que descansaba sobre una mesita que servía de adorno. Inevitablemente sonreí, asombrada y cautivada por tan hermosa belleza. También llamó mi atención el vestido blanco que descansaba pulcramente acomodado sobre el diván, además de unas zapatillas y bolso a juego.
Cogí la tarjeta negra que se hallaba entre las rosas y la leí:
Espero te gusten mis regalos, úsalos, dales vida. Tenemos una cena esta noche, solo tú y yo.
S. G.
Mis dientes aprensaron mi labio inferior y miré de nuevo el vestido y los accesorios. No podía negar que el bastardo español tenía buen gusto. Sin embargo, pese a sus obsequios y su comportamiento de hace unas horas, no podía olvidar con tanta facilidad lo que nos hizo y la manera en que me utilizaba a su antojo solo para sus propios intereses y beneficios. Y sí, seguro yo no le ponía las cosas tan difíciles, pero lo único que me traería mi boca y mi carácter, serían castigos, y por Dios que desearía que fueran golpes y no orgasmos descomunales que doblaban las barreras de cualquiera. Así no podía odiarlo tan fácil.
Resignada me dirigí a la ducha, ignoraba que noche tenía planeada para nosotros, esperaba que no fuese mala, pero de Sebastián podía esperar cualquier cosa.
Entré al baño y me desnudé. Eché un vistazo a mi reflejo en el espejo, pasé la yema de mis dedos por las marcas que dejó en mis senos, esos malditos chupetones se burlaban de mí, recordándome lo mucho que disfruté cuando la boca de Sebastián me los hacia mientras sus dedos se perdían en los pliegues de mi sexo.
Agité la cabeza y rechacé todo recuerdo y omití la sensación abrazadora que fue como leves punzadas en mi sexo que aparecieron al tener en mi mente lo sucedido.
Terminé de desnudarme y entré a la ducha, abrí la regadera y recibí gustosa el agua fresca, no era muy fan del agua caliente.
Con toda la tranquilidad del mundo me tomé mi tiempo para lavar mi cuerpo, a la vez que tarareaba una canción, pensando en que le pediría un celular a Sebastián, al menos así podría escuchar un poco de música.
Minutos más tarde salí del baño envuelta en una toalla. Me acerque a la ropa que usaría y noté que también había ropa interior: una diminuta tanga de encaje blanco y un sostén a juego, además de un liguero del mismo color. En definitiva, la combinación no era adecuada, no para mi gusto, pero si lo dejó aquí es porque quería que lo usara y lo único que debía hacer era complacerlo. Fugazmente contemplé la idea de que si esto era una sutil indirecta del futuro que me esperaba con él.
Todo era blanco como el vestido de novia que pronto usaría.
Tragué saliva y otra vez me vi huyendo con cobardía de mis suposiciones y pensamientos. Me vestí en silencio. La ropa era adecuada para mi cuerpo, demasiado perfecta, todo se acopló a mí como una segunda piel, hasta las zapatillas.
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Matices del corazón ©
ChickLitAna tiene un secreto, uno que guarda celosamente. Su vida gira en torno a su pequeña hermana Gabriela, pero eso cambia cuando Sebastián Gallardo irrumpe en su vida. Bajo un trato, ella se ve obligada a contraer matrimonio con él, volviendo del infi...