Ana
El chófer nos llevó hasta el hotel Casa Pedro Loza, en el corazón de Guadalajara. Contaba con el espacio suficiente para realizar un baile, el mismo que no sabía muy bien por qué se celebraba, no pregunté; Sebastián se había mantenido en silencio todo el camino, estaba sobrio y distante, parecía que su mente se hallaba atrapada por una gran preocupación, lo diferenciaba en su semblante. Lograba ponerme nerviosa, tenía tantos secretos rondándole, y todos y cada uno de ellos parecían ser más peligrosos que el anterior.
—Es un baile en honor al compromiso de Alfredo Hernández y Rosaura Ortiz —dijo mientas el chofer esperaba para abrir la puerta. Sebastián no me miraba.
—¿La hija del procurador de la ciudad? —Inquirí sorprendida.
—La misma. Necesito estar bien con ellos, así que no me decepciones, Ana —sentenció, mirándome al fin.
—No lo haré, Sebastián, lo prometo.
No me dijo más. Le hizo una seña al chofer y enseguida abrió la puerta. Sebastián bajó y tomó mi mano, ayudándome a hacer lo mismo. Su brazo rodeó mi cintura y con sutileza me presionó contra él a la vez que echaba un vistazo a la calle de lado a lado. Noté entonces a sus hombres de seguridad, se mantenían cerca, pero siendo prudentes.
Posteriormente entramos al hotel, el baile era en el primer piso. Había grandes columnas alrededor de la pista, hermosas lámparas caían sobre ella dando la impresión de que eran una lluvia de luces que no hacían más que darle un toque mágico.
Había mesas bien situadas frente a la pista, manteles blancos las cubrían, arreglos de flores del mismo color se hallaban en los centros de cada mesa y en otros lugares del lugar. Todo lucía muy bello y bastante elegante.
—Sebastián, gracias por acompañarnos —dijo un hombre joven que, por su vestimenta, supe que se trataba del novio.
—Es un placer —respondió serio el aludido.
—Por favor, pasen. Disfruten de la noche —agregó, mirándome coqueto. Rodé los ojos interiormente.
Sebastián tiró de mí y avanzamos hasta una de las mesas, ahí reconocí al procurador, también a algunos abogados. No había mujeres con ellos a excepción de la esposa del procurador, una mujer de la alta sociedad de edad avanzada, pero sin duda, sus visitas con el cirujano eran obvias.
—Buenas noches —saludó Sebastián y enseguida todos los presentes se pusieron de pie.
—Señor Gallardo, un gusto verlo de nuevo. Señorita, Nájera —devolvió el saludo el procurador de manera amable.
Apenas le dediqué una sonrisa forzada. Después, vinieron las presentaciones con cada uno de los seis presentes, para posteriormente tomar asiento.
Enseguida el mesero sirvió vino y champán para todos. Con sorpresa noté como Sebastián no tocó la copa, se entabló en una conversación con el procurador, mientras que yo perdí mi tiempo viendo las luces a mi alrededor, observaba a las personas que llegaban y a la pareja de novios que no dejaba de sonreír y recibir invitados. Sin duda, Rosaura era una mujer bellísima: rubia, de buen cuerpo y carismática, esto último es lo que la hacía destacar.
—¿Qué tal están tus padres, Ana? —Llamó mi atención uno de los abogados que estaba sentado a mi lado, muy cerca de mí para mi gusto.
—Bien —simplifiqué, dándole a entender que no estaba con ánimos de hablar.
Su sonrisa se ensanchó con malicia. Era un tipo maduro, atractivo, pero no para mí. Me repugnaba la manera en que me miraba, como si fuese un trozo de carne.
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Matices del corazón ©
ChickLitAna tiene un secreto, uno que guarda celosamente. Su vida gira en torno a su pequeña hermana Gabriela, pero eso cambia cuando Sebastián Gallardo irrumpe en su vida. Bajo un trato, ella se ve obligada a contraer matrimonio con él, volviendo del infi...