🌹Capítulo 4🌹

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Ana

Transcurrieron tres días, los mismos que habían sido asfixiantes; aunque las cosas no cambiaban demasiado de mi antigua casa y aquí, me faltaba lo más indispensable: Gabriela.

La echaba tanto de menos, sin ella contaba con tiempo de sobra, tiempo que aprovechaba mi mente para hacerme recaer en aquellos días oscuros, recordándome que no los había superado del todo y que ellos estarían detrás de mí para siempre y la única luz que tenía para alejarlos era mi pequeña hermana.

Cerré el libro y descansé mi cuerpo contra el diván con la vista fija en el techo, anhelando que las horas transcurrieran deprisa, puesto que, mañana Sebastián me permitiría ir a verla o, mejor dicho, traerla a esta casa al menos por un par de horas. Lo que nos serviría a ambas, me quedaba inquieta al no poder vigilarla y cuidarla, sabía que Lorena se hacia cargo, pero nunca lo haría como yo. Quizá podría buscar la manera de convencer a Sebastián para que Gabi viniera con nosotros. Suspiré.

Sebastián.

Ese hombre desconocido que sería mi esposo y del cual sabía casi nada. Él se la vivía ocupado en su despacho, era un abogado respetable y muy conocido en la ciudad, con una reputación de admirar, llevaba los casos más difíciles y los ganaba. Sin importar si su cliente era inocente o culpable, Sebastián se encargaba de sacar el caso adelante; con anterioridad oí hablar de él, pero jamás imaginé que terminaría viviendo en su casa y más sorprendente aún, como su futura esposa.

Qué sorpresas nos deparaba la vida.

Me incorporé para salir de la biblioteca. Tenía hambre y solo comí algo en el almuerzo. Caminé por el pasillo en dirección a la cocina, la casa siempre se encontraba sumida en un silencio aterrador. Era tan grande, demasiado para un hombre que vivía solo, aún no sabía cómo es que no me perdía aquí con tantas puertas y corredores.

Minutos después entré a la cocina, un hombre joven se hallaba ahí; tenía el cabello rizado y negro cayéndolo por encima de sus cejas bien arregladas, por un momento creí que las llevaba maquilladas. Usaba ropa de chef, luciendo elegante y pulcro. Al notar mi presencia sonrió ampliamente. Una sonrisa amable que no había recibido desde que llegué aquí; sus ojos oscuros se empequeñecieron y se formaron discretas arrugas en la comisura de ambos.

—Hola, buenas tardes, iba a prepararme algo para comer —expliqué apenada. Aunque Sebastián me haya dicho que podía disponer de todo aquí, no lograba estar cómoda con nada.

—¿Qué se te antoja, cariño? —Preguntó con un marcado acento español y siendo un poco afeminado.

—Un sándwich, quizás.

—¿Mexicano o español? —Inquirió. Reí.

—Un sándwich tiene nacionalidades —bromeé—. Mexicano estaría bien por ahora.

—Toma asiento, belleza —sugirió. Obedecí y me senté sobre el taburete con los codos apoyados sobre el granito grisáceo de la barra.

—¿Cómo te llamas? —Pregunté curiosa mientras él se movía por la cocina.

—Guillermo.

—Supongo que no hace falta que diga mi nombre —murmuré. Él asintió.

—El señor nos puso al tanto de tu llegada, estaba como loco vociferando un joder cada vez que las cosas no quedaban bien para recibirte —dijo, no disimuló su sonrisa. El saber me tomó por sorpresa.

—No creí que le importara tenerme cómoda aquí.

—Serás su esposa, belleza, debes estar cómoda —simplificó.

Matices del corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora