🌹Capítulo 8🌹

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Mi semblante no era el mejor, el reflejo que me devolvía el espejo era el de una mujer totalmente desecha y resignada. Pasé el labial rojo por mis labios hasta que estos estuvieron perfectamente pintados. Esbocé una sonrisa, la practiqué una y otra vez en un intento por no demostrar frente a todas las personas que me esperaban en el salón lo infeliz que era esta noche. Pero ninguna sonrisa resultaba lo suficientemente convincente.

De pronto, la puerta fue abierta, supe que se trataba de Sebastián, ya que era el único que no tocaba para entrar. Lo observé a través del espejo, enfundado en un traje oscuro, camisa y corbata del mismo color, era como la viva representación del demonio. Su belleza me deslumbró un momento, pero toda ella era una belleza vacía y letal, una belleza que representaba su personalidad, pero de manera invertida. Porque él era un maldito, lo era.

Se postró detrás de mí y una de sus manos se posó en mi hombro, ejerció una leve presión que me hizo tensar el cuerpo. Luego, sus dedos descendieron delicadamente por mi clavícula, me tocó suave, pero estremeciéndome de pies a cabeza, más cuando dirigió su mano al valle de mis senos, tocándolos por encima. Mi piel se erizó y quise detenerlo, pero me hallaba atrapada por todo lo que él despertaba en mí, aunque me doliera admitirlo.

—Luces hermosa. Sin embargo, a tu cuello le hace falta algo —comentó.

—Iba a colocarme un collar.

—Lo harás —murmuró—. Compre esto para ti —agregó, mostrándome una caja cuadrada en color rojo, era de piel.

—¿Qué es? —Pregunté.

Sebastián la abrió frente a mí, entonces pude ver el hermoso collar de diamantes que había dentro, además de unos aretes a juego. Eran muy hermosos.

—Vaya, son preciosos —susurré.

—Dignos de ti, cariño —aduló.

Tomó el collar entre sus dedos y dejó la caja sobre el tocador. Colocó el collar en mi cuello él mismo. Sentía el peso de todos esos diamantes, era parecido al que compré, pero este definitivamente era más costoso.

—Listo.

—Gracias, Sebastián —murmuré. Efectuó una sonrisa ladeada.

—Sabrás agradecerme por lo generoso que he sido contigo, cariño —dijo malicioso—. Lo harás, ¿no es así?

Su boca rozaba mi oreja, me puse rígida y apreté los labios reprimiendo un jadeo cuando la humedad de los suyos acarició el lóbulo.

—Sí —contesté.

Me devolvió una mirada satisfecha y se apartó, pero solo por un momento.

—Vamos, están esperando por nosotros —me hizo saber.

Me incorporé y sin dudar acepté su brazo y juntos salimos de la habitación.

—Mi familia está ahí abajo, también el procurador de la ciudad, así como distintas amistades que son muy influyentes, necesito que des lo mejor de ti esta noche.

—Lo haré, no te preocupes —dije en tono agrio—. He sido el florero que papá ha llevado a sus reuniones, sé cómo debo actuar: complaciente.

—Eso solo será conmigo —espetó brusco—. Solo quiero que me mires y hables como si estuvieras enamorada de mí. Nadie debe saber lo que hay entre tú y yo.

—Lo intentaré.

—No me sirve que lo intentes, Ana, necesito que lo hagas —repuso severo. Me tragué el orgullo y asentí.

—De acuerdo.

—Esa es mi chica —dijo burlón, besándome la mejilla, un beso que sentí como que el que Judas le dio a Jesús.

Matices del corazón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora