Ana
Llevaba tres horas sentada en la sala, el reloj seguía avanzando y con ello mi ansiedad. No dejaba de mirar por la ventana esperando ver las luces del auto de Sebastián, quien me dejó bastante preocupada. Ni siquiera fui capaz de ir a mi habitación, seguía con el vestido puesto sin un ápice de sueño o cansancio. Me encontraba nerviosa debido a su actitud y la urgencia que tuvo de devolverme a salvo a casa, como si esta fuera una fortaleza que nadie podía penetrar para hacerme daño.
Mientras esperaba rememoraba todos los acontecimientos de esta última semana, sinceramente sentía como si hubiesen transcurrido meses e incluso cuando el tiempo avanzaba con rapidez, tenía la impresión de que me hallaba estancada, que no avanzaba a ninguna parte, como si estuviera caminando en círculos.
Quería y necesitaba descubrir que ocultaba Sebastián, el porqué de su comportamiento, qué había detrás de su trato con mis padres. Eran muchas las interrogantes, sin contar con la misteriosa mujer del baile que seguía por ahí rondando en mi cabeza y tuve la certeza de que también lo hacía del mismo modo en mi vida. Tenía el presentimiento de que pronto se dejaría ver.
Me incorporé de golpe cuando una luz atravesó el cristal de las ventanas. Sin dudar me dirigí a la puerta de entrada, pero siendo prudente.
Escuché algunas voces, el resonar de pasos contra la grava suelta de la entrada y luego el tintineo de las llaves abriendo la cerradura de la puerta; Sebastián no demoró en atravesarla, detrás de él venían los mismos hombres que vi en el restaurante, sin embargo, eso no fue lo acaparó mi atención, sino la ropa de Sebastián.
No usaba la chaqueta del traje, solo la camisa, la misma que estaba manchada de sangre. Aquel color carmesí cubría gran parte de la tela que no sabía donde comenzaba el blanco y terminaba el rojo, además de que sus manos también estaban iguales, en su cara solo había algunas manchas que, sin duda, él intentó limpiar pobremente.
La imagen me paralizó, un terror súbito se desbocó en mi interior y cuando reaccioné, ya me hallaba delante de ellos.
Sebastián se sorprendió de verme, frunció el ceño y con un gesto de su mano les indicó a sus hombres que se fueran, dejándonos solos.
—¿Qué te pasó? —Pregunté preocupada. Lo admitía, me sorprendí a mí misma de estarlo.
Sin pedir su permiso comencé a revisar su cuerpo en busca de la herida que ocasionó este desastre, pero mientras mis manos se movían súbitamente por todo su cuerpo, no palpé nada. Ni siquiera había algún agujero en su camisa de una bala o una puñalada, nada.
Me aparté de él, confusa y más asustada que hace unos minutos.
—¿Terminaste? —Increpó en tono tosco.
—No tienes heridas —susurré—, eso quiere decir que la sangre no es tuya.
—Por supuesto que no es mía —coincidió y se dirigió escaleras arriba conmigo detrás de él.
—¿Entonces de quién es? ¿Qué sucedió? ¿Qué hiciste? —Lo abordé de preguntas, al tiempo que una voz que supe era mi subconsciente, me aconsejaba que me detuviera.
—No quieres saberlo, Ana. Deja de tocarme los cojones con tus preguntas que no estoy de humor —escupió, apresurándose por el pasillo hacia su habitación.
—No quiero, pero necesito saberlo. ¿En qué estás metido, Sebastián?
Emití un grito cuando su mano se cerró en mi cuello y estampó mi cuerpo contra la pared. El aire abandonó mis pulmones de golpe y asustada sostuve su mano con la mía en un intento para que disminuyera su agarre, lo que obviamente no funcionó.
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Matices del corazón ©
ChickLitAna tiene un secreto, uno que guarda celosamente. Su vida gira en torno a su pequeña hermana Gabriela, pero eso cambia cuando Sebastián Gallardo irrumpe en su vida. Bajo un trato, ella se ve obligada a contraer matrimonio con él, volviendo del infi...