Capítulo 23

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Los verdaderos amigos son aquellos que te dan la mano cuando estás en el fondo, aún sabiendo que caerán contigo. Los verdaderos amigos te escuchan. Los verdaderos amigos te apoyan aún en los momentos difíciles. Los verdaderos amigos te tienen confianza y no hay necesidad de que te enteres de sus problemas por medio de otras personas. Los verdaderos amigos, son leales y sinceros. Los verdaderos amigos nunca mienten.

Nunca me gustaron los hospitales, ver a la gente morir poco a poco. Realmente no sabía el porque había optado por medicina si era realmente mala y no era algo que me apasionara. A Tomas le encantaba ayudar a las personas, por eso eligió medicina.

La universidad es la etapa en la que forjas tu camino, es la etapa en la que decides quién eres y qué es lo que harás en un futuro.

Y yo, ya había desperdiciado un año.

Mis sentimientos estaban totalmente distribuidos. Tenía que lidiar con la enfermedad, con las cartas, los sueños, las metas por realizar, la universidad, Tomas y mis sentimientos. No era nada fácil.

—¿Qué tal si optas por diseño gráfico? —sugirió mi madre.

—Me aburriría demasiado rápido —respondí.

—¿Alguna ingeniería?

—Muchas matemáticas.

—¡Catalina! Debes decidirte por una carrera —interrumpió mi padre.

—Prometo investigar cuando salga de aquí, en estos momentos no me gustaría pensar ese tipo de cosas, no es la mejor opción —dije y me tiré a la cama.

—Bueno, cariño, debemos irnos a una reunión, mañana vendremos a visitarte, te queremos, y no dudes en decirnos si te interesa alguna  carrera —dijo mi padre dándome un apretón de manos.

Los abracé, me sonrieron una vez más estando en la puerta para luego marcharse.

De pronto, escuché unos gritos que venían del pasillo. Salí corriendo de la habitación y al parecer muchos pacientes también lo hicieron. Un chico estaba amarrado a una camilla y gritaba con todas sus fuerzas. Pude observar detalladamente su rostro, era tierno, tenía pecas y el cabello pelirrojo al igual que yo, tenía la nariz refinada y los dientes de abajo los tenía un poco chuecos. El chico me parecía realmente conocido. Los doctores lo trasladaron a emergencias y todos nos metimos de nuevo a nuestras habitaciones.

Pensé un momento en Nancy, <<¿Acaso ya se habría ido?>> <<No, además Nancy no se iría sin despedirse>>

Luego de tantas preguntas sin respuestas que se originaban en mi cabeza, opté por la opción de ir a su habitación para ver si aún se encontraba ahí.

Me dirigí a su habitación y al entrar me encontré con una terrible sorpresa. La pesadez y el deseo de correr a abrazarla inundó por completo mi cuerpo.

<<No Nancy, tú no, de nuevo no>>

Nancy estaba sentada en su silla de ruedas con la cabeza apoyada en las rodillas, en una esquina con una sábana color blanco encima.

—¡Nancy! ¿qué sucede? —pregunté alarmada. El hecho de ver a Nancy así hacía que tuviese unas inmensas ganas de llorar.

—¡No quiero que estés aquí! —gritó y por un momento, quize hacerlo, quize salir por aquella puerta y dejar que ella superase sus demonios sola. Pero no, ella necesitaba una mano, además, era mi amiga. Y a un amigo jamás se le abandona, aunque sea en los peores momentos.

—Pero yo si quiero estar aquí —dije por fin.

—¡Lárgate! —exclamó con furia, tragué saliva.

Había estado en situaciones similares a la de ella, así que no fue tan difícil saber lo que debía hacer. Una abrazo, era justo lo que se necesitaba. Me acerqué a ella y la abracé, intentó zafarse en un principio, pero contuvo el aliento y logró calmarse, a pesar de todo, nunca la solté.

—Hay dos opciones, o nos quedamos así toda la vida o me dices lo que pasa.

—La primera suena mejor —dijo entre sollozos.

—Entonces la primera será.

Seguí abrazándola por unos minutos, esperando a que se calmara. Y después de al rededor de quince minutos, se calmó.

—No me iré —levantó su cabeza.

—¿Por qué lo dices? Ya te habían dicho que te irías.

—Confundieron mis exámenes con otro paciente, encontraron rastros de laxantes en mi organismo.

—Nancy, lo siento mucho —lamenté.

—No es culpa tuya, pero realmente creí que algún día lograría salir de aquí, pero ni siquiera puedo caminar. —apretó sus manos.

—Y lo harás, las mejores cosas tardan en llegar, es solo cuestión de tiempo. —aconsejé.

—Eso espero. ¿Y tú? ¿aún no saldrás?

—Aún no, pero espero que pronto.

—Igual yo.

Recorrí los pasillos del ala dos, todo seguía exactamente igual, solo que con diferentes personas. Me quedé asimilando lo que Nancy me dijo la primera vez que la vi. Los del ala tres no tenían oportunidades de vivir, y la hermanita de Tomas se encontraba allí. Me partía el corazón saber que pude herir a Peter, tendría que disculparme. Pero no podía expresarle lo que sentía por el. No tenía claros mis sentimientos, ni siquiera tenía clara la carrera que quería estudiar. Estaba pasando por una etapa difícil, pero quería solucionar aquello.

Me concentré en observar las habitaciones que tenían las persianas abiertas; miré la habitación número 124 y el chico de cabello pelirrojo se giró a mirarme y me dedicó una sonrisa casi imperceptible. Mi cara no fue para nada agradable, pues aquello me había sacado de mis casillas. <<¿Quién rayos era ese chico?>>

Me dirigí a la cafetería, y fue ahí cuando lo vi, Peter. Estaba sentado en una de las mesas, tomando un café. Sintió mi presencia e inmediatamente se giró a verme. Me acerqué rápidamente y me senté a un lado de Peter.

—Hola... —dijo sin mucho ánimo.

—Lamento lo que pasó, pero aún no sé lo que en realidad quiero —expliqué mi frustrante situación.

—Lo entiendo perfectamente, no pasa nada, está bien —me dedicó una mirada serena.

Parecía triste, apagado y sin su luz resplandeciente que solía tener. A pesar de que aún no tenía mis sentimientos muy en claro, sabía lo mucho que Peter me importaba.

—¿Sucede algo?

—No, ¿por qué?

—No te veo feliz, siempre estás feliz y ahora me parece bastante raro, no eres una persona que se sienta a beber un café con los ojos y la sonrisa totalmente apagadas.

—Aún hay muchas cosas que no sabes sobre mí, y que tal vez algún día sepas, enserio espero que lo sepas —se levantó de la mesa y se fue, dejando su café ahí.

Mi corazón palpitaba como nunca antes. No me agradó para nada la forma en la que Peter se había comportado, pero lo entendía, quizá estaría pasando por una situación realmente difícil, como que su hermanita Falley pudiese morir, o quizá alguna otra cosa. No lo sabía, y a pesar de lo mucho que deseaba ayudarlo, no quería interferir. Había pasado por eso antes y lo que menos deseaba en ese instante, era que alguien me dijera mis errores. Pero la duda era penetrate, lo descubriría yo misma, pero sin que se diese cuenta. Aún tenía una cosa más por hacer, charlar con la madre de Tomas, pero no podría hacerlo internada en el hospital y mucho menos salirme de ahí, eso me costaría más semanas en el hospital. Apoyé los codos sobre la mesa al igual que mi cabeza. Era todo un desastre.

—¿Un mal día? —preguntó aquel chico pelirrojo con una voz pacífica y calmada.

Al menos sabría la respuesta de alguna de las millones de preguntas que se formulaban en mi mente.

<<¿Quién era este chico?>>

Con amor, tu mejor amiga.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora