Capítulo 1 | Los vecinos misteriosos

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Era un día lluvioso y Lara estaba deprimida y de mal humor

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Era un día lluvioso y Lara estaba deprimida y de mal humor. Ese día era especialmente horrible para ella. Odiaba tener que viajar en auto por tantas horas y odiaba la idea de tener que vivir en otro lugar. No podía dejar de pensar en su último día de colegio. Sus amigos le habían organizado una fiesta de despedida y le habían dicho lo mucho que la iban a extrañar. Nick, Ryan, Rita y Carla, sus amigos de toda la vida. Después de todo, era difícil marcharse del lugar donde había crecido. Aún así, quería pensar que su nueva vida sería más interesante.

—No has dicho ni una palabra desde que salimos —dijo su madre con las manos en el volante. Ya hace bastante que había apaga la radio y el silencio hacía que todo parezca más triste.

—Y bueno, ¿qué quieres que diga?

—Um, no sé, que estás emocionada por conocer tu nueva casa o por organizar tu habitación o por hacer amigos en el colegio. Quizás podrías argumentar algo sobre el clima o preguntar cuánto falta para llegar.

La lluvia era tan fuerte que las plumas del parabrisas trabajaban con gran esfuerzo. Lara, que no apartaba la vista de la ventana empañada, suspiró.

—¿Cuánto falta para llegar?

—Ya no mucho —contestó su madre con optimismo. Luego observó que su hija se veía desanimada, ella también lo estaba. Últimamente nada era fácil para las dos —.Oye, sé que esto es difícil para ti, sé que te habría gustado quedarte con tus amigos. Yo tampoco quería pasar por esto, pero debes recordar que lo hacemos por tu padre. Es importante para él.

Lara miró a su madre por primera vez en el viaje.

—Lo sé.

—Ya verás que será muy divertido, te adaptarás muy fácil. No todos los días serán lluviosos como este.

—Lo sé —luego le sonrió. Se apoyó en la ventana y al instante se quedó dormida.

Unos golpes en la ventana la despertaron. Era su mamá que sonreía y le pedía que se baje del auto con señas. Lara miró su reloj de mano, eran las cinco de la tarde. La lluvia había parado. Echó un vistazo por la ventana a su nuevo vecindario, la casa le pareció acogedora por fuera. Se bajó del auto y se sacudió las migas de galleta de su falda. Entonces pudo ver a su padre que esperaba en la entrada con una gran sonrisa. Su corazón se aceleró, corrió hacia él y lo abrazó.

—¡Papi!

—¡Florecita! —le dijo como solía llamarla siempre.

—Te extrañé mucho —exclamó ella.

—Y yo a ti —contestó besándola en la cabeza.

El padre de Lara se llamaba David Fletcher. Era un hombre bajito, de mejillas regordetas, bigote y lentes. Durante mucho tiempo había sido socio de una importante constructora, pero hace un año que trabajaba de oficinista por una paga menor.

Cómo sonreír en un día de lluvia /COMPLETA/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora