Capítulo 23 | El día rosa

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 La última semana sentado junto a Lara fue realmente difícil

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La última semana sentado junto a Lara fue realmente difícil. Aunque seguían compitiendo juntos, ya no eran amigos. Ahora eran los dos extraños que fueron en un principio. Si tan sólo aquel primer día, Lara no se hubiese sentado junto a él, si tan sólo no se hubiesen hablado, nada de eso habría pasado. Minho seguiría asistiendo al colegio, terminaría su último año y volvería a esconderse en su amarga y oscura vida. Mientras tanto, Lara estaría viviendo su vida con sus amigos y quizás se habría enamorado de alguien más.

El maestro Mindell entró en la clase y después de que todos tuvieron permiso para sentarse, hizo un anuncio:

—A petición de Lara y con el consentimiento de CoolB, hoy cambiaran de puestos. Adelante.

Lara recogió sus cosas y se levantó sin mirar atrás, mientras que Minho se sentía traicionado y dolido. Pero sabía que eso era lo mejor. Lo mejor era que Lara y él se separaran y se vieran lo menos posible. Ben, que sería su nuevo compañero, se sentó junto a Minho y le sonrió.

—Oye, es mejor así.

—Lo sé.

En la clase de educación física, los chicos hacían la rutina diaria de calentamiento. Minho comenzó a sentirse cansado y el entrenador le pidió que vaya a la enfermería. Ya todos los maestros conocían su condición y le tenían especial cuidado.


—Estoy bien. Puedo seguir.

—Hijo, no voy a discutirlo.

Minho suspiró y asintió. Lara lo vio salir por la puerta del gimnasio.

—Oye —le dijo Helen tomándola del hombro —.No sigas pensando en él.

—Sí, lo sé.

—Entrenador —dijo Nora —.También estoy sintiéndome mal. ¿Puedo ir a la enfermería?

Lara levantó una ceja y sopló por la nariz.

—Y tú, ¿qué tienes? —preguntó el entrenador.

—Me estoy sintiendo agotada.

—Tonterías, Nora. Ponte a trabajar.

Lara, Alison y Helen se sonrieron.

—Si me desmayo, usted tendrá la culpa. Y todos aquí son testigos.

—Dios, dame paciencia —susurró el entrenador —.Bien, ve y vuelve enseguida.

Nora salió del gimnasio dando saltitos. Lara torció los ojos.

—Agotada mis polainas —dijo Alison tocándose las puntas de los pies —.Es la atleta número uno del club atlético.


La enfermera le dio un vaso de agua a Minho y luego se sentó en su escritorio a revisar su registro. Minho se lo bebió todo y se recostó en la camilla.

—¿Tomaste tus píldoras hoy?

—Ya lo hice.

—¿Estuviste expuesto al sol?

—No en este día.

—¿Quieres que llame a tu padre? Puedo darte un permiso para salir si te estás sintiendo mal.

—¡No estoy sintiéndome mal!

La enfermera lo miró como si estuviera acostumbrada a recibir esos gritos. En ese momento entró Nora y sonrió al ver a Minho.

—Hey, hola.

—¿Nora? ¿Qué haces aquí?

—¿A ti qué te sucede? —preguntó la enfermera.

—¡Oh! Es que siento que no puedo respirar.

—Siéntate en la camilla.

—¿Qué tal Minho? —dijo Nora con una sonrisa. Minho tragó saliva.

La enfermera revisó a Nora y frunció el ceño.

—Lo que tienes es complicado —dijo con los brazos cruzados. Nora se asustó.

—¿Qué es lo que tengo?

—Ganas de saltarte la clase de educación física —contestó dirigiéndose a la cafetera por un vaso —.Regresa ahora mismo.

Nora frunció la nariz.

—¿Cómo puede decir eso?

—Trabajo aquí desde antes de que nacieras. Sé cuando un alumno quiere saltarse una clase —contestó sorbiendo su café.

—Oye, Minho. Mi padre aceptó a llevarme a su próximo concurso en su auto. Así podré estar ahí apoyándote. Aunque estaba pensando que sería mejor si voy con ustedes.

—Es genial, Nora...Pero...

—¿Qué harás esta tarde? Mi padre quiere conocerte. Podemos ir a tomar unas malteadas.

—No sé si lo notaste, pero Minho fue enviado aquí por su salud. ¿Te parece que está en condiciones de salir contigo, princesita? —contestó la enfermera. Nora parpadeó anonadada. Minho se sentía tan agradecido con aquella señora regordeta de bata blanca por ahorrarle el difícil trabajo de rechazar a Nora.

—Oye, si te sientes mejor, avísame.

—Lo haré, Nora.

—¿Quieres que avise al entrenador que estás aquí sin mi consentimiento? —gruñó la enfermera.

—Ya me voy —contestó con agresividad —.Nos vemos luego, Minho.

La enfermera cerró la puerta y se acomodó en su silla. Luego observó como Minho se frotaba los ojos con cansancio.

—No soporto a chicas como esta. ¿Tú sí?

—Ni lo diga —sonrió Minho. La última persona con la que había sonreído había sido Lara. No podía dejar de pensar en ella.

—Te daré el permiso para que vayas a casa.

—Estoy bien, no quiero ir a casa.

—¡Vamos! Cualquier estudiante quisiera irse a casa. Ya viste que no a todos les permito saltarse las clases. ¿Tú por qué quieres quedarte?

—Es...complicado.

—¿Es por alguien?

—¿Uh?

—No me digas que es por esa chiquilla que estuvo aquí hace rato.

—No, claro que no —contestó al instante —.No es ella.

—Entonces, ¿quién es?

—Es...otra chica.

—Bien...¿Qué tiene esta chica que no quieres irte a casa?

—Sólo quiero verla hoy, aunque no pueda estar cerca —dijo Minho sentándose nuevamente en la camilla.

—¿No crees que exageras? ¿No puedes ir a casa y revisar su perfil de Facebook? Es lo mismo.

—¿Qué? Esto no es así...¿Por qué estoy hablando de esto con usted?

La enfermera se rió.

—Puedes quedarte hoy, pero nada de exponerse al aire libre.

—Se lo agradezco.

—Ya puedes volver a la clase, Minho.

Cómo sonreír en un día de lluvia /COMPLETA/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora