Desperté con el corazón latiéndome a mil pulsaciones por minuto y con el rostro desencajado, no moví ni un músculo, había perdido la noción del tiempo mientras dormía y no tenía ni idea de donde me encontraba. Para mi suerte, la mano de Ron acariciaba mi pelo una y otra vez, alternando entre diferentes mechones, por lo visto no se había dado cuenta de que me había despertado, así que no me molesté en decírselo y dejé que sus dedos siguieran enredándose entre mi oscuro cabello. Volví a cerrar los ojos como si todavía estuviese dormida y permanecí así hasta que una hora más tarde, oí un silbido cerca y la voz de Ronald en mi oreja. Al parecer, acabábamos de llegar a nuestro destino y los empleados del tren nos pedían no muy amablemente que abandonáramos el vagón tan pronto como nos fuera posible. Con las abultadas maletas en mano y pisando por fin el esperado andén, nos pusimos en marcha para buscar la salida de aquél caos, digo caos porque podías ver como miles de personas, hombres, mujeres y niños, se cruzaban de aquí para allá y se miraban con caras extrañas, se chocaban pero no se pedían perdón, intuí que para todos ellos, ser educado cuando llegas tarde está de más. Olvidando aquello, nos dirigimos a la salida, que al final resultó ser una gran puerta que ninguno de los dos se esperaba, y una vez fuera, mi marido silbó con fuerza para hacer que uno de los cientos de taxis amarillos que pasaban a gran velocidad, se diese cuenta de que le necesitábamos y frenase para que pudiésemos subirnos a él.
Un hombre de tez morena y con una barba que parecía tener más de unos cuantos días, resultó ser nuestro conductor, que hay que decir se portó genial, ya que no nos dio incómoda conversación en ningún momento del largo trayecto.
—Cuarenta y cinco dólares—dijo echándole una mirada al precio que mostraba su pequeña pantalla.
Asentí, esperando a que mi marido sacase los cuarenta y cinco dólares pertenecientes ahora al hombre de la barba. Miré a Ron de reojo y pude distinguir aún con la poca luz de la que disponíamos, que su cara mostraba una gran expresión de desconcierto, y fue entonces cuando advertí que no tenía ni idea de dinero muggle. Abrí el bolso buscando con rapidez la cartera.
—Aquí tiene—dije poniendo los verdes billetes en su mano—Muchas gracias.
Ron soltó un suspiro de satisfacción al tiempo que abría la puerta y salíamos de allí pitando. Caminamos juntos por calles que parecían interminables y desiertas, solo oíamos unas pocas voces que se ahogaban con el sonido de las molestas ruedecillas de las maletas al pasar por encima de algunos baches.
—Cariño…—empecé a decirle—Tendré que enseñarte como se usan los dólares, aquí no sirven los galeones, los sikles ni los knuts.
—Muy graciosa—respondió con una sonrisa—No hace falta que te burles de mí, en cuanto lleguemos juro que aprenderé a usar los molares.
—Los dólares—dije riendo a pleno pulmón—Son dólares, cielo, dólares.
Ron no contestó, aunque su cara, ahora tan roja que superaba el color anaranjado de su pelo, fue suficiente respuesta para entender que se moría de la vergüenza. Dejé correr el tan gracioso error de los dólares y agarré su mano, cinco minutos después, nos encontrábamos frente a una pequeña puerta que no parecía destacar entre las demás, ya que todas eran idénticas en aquel curioso barrio.
Ronald se sacó un arrugado papel del bolsillo de la chaqueta y lo miró como quien mira un examen para el que no ha estudiado nada. Pude fijarme en que en él había escita a lápiz una dirección que supuse era la de Hermione, en la cual estábamos ahora mismo.
Dio unos pasos al frente, todavía con el papel en la mano y apretó un pequeño botón metálico, que parecía esconderse de nosotros al encontrarse un poco tapado por el buzón del edificio. Cuando creíamos que nadie iba a dejarnos entrar en aquél bloque, una cálida voz se escuchó por el interfono.
—¿Sí?—preguntó una mujer—¿Quién aparece a estas horas?—soltó después de un buen bostezo.
Ron se disponía a contestar cuando le frené poniendo mi mano sobre su boca, ‘Será una sorpresa’ le dije, y él sonrió.
—Soy Sophie—respondí con los labios pegados al micrófono de aquel interfono —la mujer de Ron.
Pasaron unos minutos de tenso silencio que a mí me parecieron más bien horas, de verdad creí que Hermione no contestaría y que terminaría aquella conversación, que a duras penas acababa de empezar, para volver a su cama y acostarse. Pero no fue así, ella reaccionó y me abrió la puerta, así que entramos en el portal. Cogimos el ascensor que nos subió hasta el tercer piso, una vez allí, busqué con la mirada la única puerta de madera que había abierta y nos acercamos con pasos temblorosos.
Una mujer con el castaño pelo alborotado nos recibió en la entrada.
—¡Ron!—gritó Hermione con una sonrisa que le ocupó todo el rostro—¡Oh, Ron!—exclamaba una y otra vez—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué hacéis aquí? No importa, no importa—decía haciendo gestos rápidos con las manos—Pasad, por favor, pasad.
Recorrimos el ancho pasillo que separaba el recibidor del comedor, todo él decorado con lo que parecían ser cuadros antiguos, había tantos que casi no se podía distinguir la pared, lo que me sorprendió fue que se movían, al parecer en aquella casa había más magia de la que me imaginaba. Sentado en un amplio sofá de color crema, se encontraba un hombre de mediana edad con unas gafas cuadradas, sostenía en sus manos un periódico, pude distinguir que no era un ejemplar corriente sino ‘El profeta’.
—Se ha casado con un mago—pensé.
Giré la cabeza y encontré a Ron hablando animadamente con Hermione de cosas que para mí carecían de sentido. Desconecté totalmente y pasé la mirada por todos y cada uno de los objetos que había en aquella casa, entonces recordé, como si en mi mente hubiese aparecido una recordadora llena de humo rojo, que la carta de Fred permanecía en mi bolsillo. Llevé una mano hasta él y lo palpé con miedo por si la había perdido en el trayecto, mas todo estaba bien porque la carta aún seguía conmigo.
—Hermione...—dije mírandola—¿Podemos hablar un momento a solas?
La mujer agitó su castaña melena y me observó durante unos instantes,sus ojos escrutaban mi cansado rostro y mientras tanto me fijé en el suyo y pude ver, que a pesar de los años parecía ser la misma chica que conocí en Hogwarts. Asintió con la cabeza y yo me disponía a acercarme para poder explicarle que tenía una carta de Fred, dirigida a ella. Pero no me dejó hacerlo.
—Hablaremos Sophie—dijo tranquila y manteniendo todavía la sonrisa—Pero mañana.
Creo que al decirme aquello notó la decepción en mis ojos, ya que luego dictó una larga lista de motivos por los cuales era mejor esperar a que saliera el sol. Los pocos que recuerdo—Y es que de verdad habían muchísimos— eran tres: 'Estoy muy cansada', 'Es tarde' y 'Ron y tú debéis descansar'.
Así que después de esto, lo único que podíamos hacer era irnos a dormir.Seguimos a Hermione hasta la habitación de invitados, era grande y tenia las paredes pintadas de un azul que me resultó muy acogedor. Deshicimos las maletas en silencio y nos metimos en la gran cama de matrimonio que presidia la habitación,segundos más tarde podía oír como mi marido roncaba entre la oscuridad como un niño.
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¿Weasley o Malfoy? (2014)
Fanfiction¿Alguna vez te has parado a pensar que pasaría si tu vida no fuese tu vida? Me explico;Imagina por un instante que al acabar tus siete años de estudios obligatorios en Hogwarts te has casado con el gran amor de tu vida,¿maravilloso, verdad? Aunque,¿...