Capítulo VIII

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– ¡Oh, Dios! Lo siento mucho señor Agramont, fue un accidente, éste café ni si quiera es mío...

– Espere en mi oficina. –  Dijo cortante y creo que fue al baño a tratar de limpiarse el traje ¡Genial, ni si quiera ha empezado bien el día y ya bañé de café caliente a mi jefe! Y peor, todos los empleados presenciaron la escena. Debería considerar vender chicles en los semáforos.

– ¡Oh, Savannah! ¡¿Qué acabas de hacer?! – Verena estaba a punto de orinarse de la risa ¡no era divertido! Al menos no para mí.

– ¡Me van a despedir, estoy acabada! ¿Dónde mierda está su oficina? ¿Y tú qué haces aquí?

– Pues, vine con mi hermano que por cierto es el tipo al que le acabas de derramar el café encima.

– ¡¿Qué?! O sea que él es tu... y mi... Oh, Genial...

– ¡Lo es ¿no?! Ven, te llevo a su oficina. – Pero antes de que diéramos un paso, el señor del ascensor al que ayudé se nos acercó.

– Oiga, joven... De verdad lo siento, no quería traerle problemas...

– Oh, no se disculpe por nada, yo fui la torpe.

– Pero es que... bien, ojalá no le cause más problemas. Muchas gracias.

– Por nada, no se preocupe. – Verena me llevó a la oficina de su hermano, ni si quiera quise ir al baño a tratar de limpiarme el café, además iba de negro y no se me notaba que estaba manchada.

– Verena déjanos solos, por favor. – Dijo el señor Agramont entrando a la oficina y de inmediato ella lo obedeció. Dios, ésta era la situación más incómoda que he vivido, no podía ni mirarlo a la cara, quería que me tragara el escritorio. Además, se había quitado la chaqueta del traje y se dejó sólo la camisa, se podía notar su perfecto cuerpo debajo de ella. Sí, era guapo. Pero gruñón.

– Lo siento mucho, de verdad yo...

– No haga que me arrepienta y la despida. – Me interrumpió lanzándome la mirada más atemorizante del mundo.– Olvide lo que acaba de pasar, además con disculparse no va a retroceder el tiempo. – Cambió de tema. –Glenn me puso al tanto de lo que pasó en su empresa y como aún no sabemos si usted tiene que ver con lo ocurrido, no puede asistir a trabajar allá. Pero como tampoco sabemos si es inocente lo justo fue transferirla aquí, permanentemente. La verdad es que a mí no me importaría despedirla automáticamente por el sólo hecho de que aparezca su firma en esa cuenta, pero al parecer Glenn la cree absuelta de todo. Yo daré con el responsable y de eso dependerá si usted seguirá aquí o no. Espero que no se meta en más problemas señorita Munz, incluyendo derrames de café. – Con ésa última frase me miró fijamente a los ojos, no pude evitar sonrojarme de la vergüenza.

– Claro, se lo aseguro. – O al menos eso esperaba. 

El señor Agramont llamó a su secretaria desde el intercomunicador que había en su escritorio y le pidió que me llevara a mi nueva oficina, era muy parecida a la que tenía en la empresa O'Neal pero más grande. Tenía un estilo minimalista, totalmente blanca con algunos toques de gris y ocre. Una de las paredes era totalmente de cristal, como un gran ventanal desde el que se podía apreciar una grandiosa vista de la ciudad, el escritorio tenía encima una pequeña Ipad y una laptop con lo necesario para trabajar en un archivador ubicado al fondo. De verdad me encantó y enseguida me sentí a gusto a pesar de la catástrofe que acababa de protagonizar. El resto del día estuve muy ocupada, como estuve ausente todos estos días tuve que ponerme al día con todo. El señor Agramont me dio las mismas responsabilidades que me dio Glenn, me puso a cargo de la obra Margrit junto con otros dos ingenieros, así que seguiría viendo a Glenn y a los demás cuando fuera a la obra.

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