4. Travesuras

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La arena se regaba mínimamente sobre el pasillo con cada paso que daba, la portada de vivos colores se encontraba algo húmeda y las hojas se habían arrugado en las esquinas. Obviamente ya sabía que no estaría muy agradecido pero al menos se le quitaría el enojo... aquella idea le pasó por la cabeza al mirar las blancas toallas sobre sus brazos. Un total de tres piezas para la habitación número cuatro, aquel fue el pedido desde hace solo un par de minutos.

Ironía fue lo que concibió al saber que sus padres se encontraban bastante ocupados por lo que le encargaron hacer la entrega, y le resultó así, porque sabía quién se hospedaba ahí.

—Servicio a la habitación— Kuroro se pronunció con voz firme, divertida.

La puerta se abrió súbitamente pero no fue como le hubiera gustado ser recibido, pues el sonido del choque de la manija con la pared resultó fugaz y cortante. No hubo un saludo, ni mucho menos una mirada. La persona que se plantó de lleno en el umbral fue un niño de diez años, aunque sus intenciones no eran tomar el pedido. Por lo que se veía, aquel muchacho lo único que quería era huir.

Kuroro lo miró estupefacto unos segundos, la alegría se le había esfumado. Separó sus labios buscando pronunciar su nombre pero una lágrima descendente le dejó mudo una vez más, los anteojos empañados no permitían mirar mucho más allá.

Ninguno cruzó miradas. Kurapika solo salió de ahí tan rápido como pudo y desapareció al girar el pasillo.

El trance en que Kuroro se quedó mirando hacia el espacio vacío no le duró mucho cuando notó que alguien más se encontraba en la puerta—. Buenos días, chico. — le llamó una voz femenina bastante firme, sombría. Él le prestó atención de inmediato pero no porque se haya asustado, de hecho, apenas alcanzó a mirarle las pálidas manos cuando le extendió las toallas. El saludo, el agradecimiento y hasta la despedida se mezclaron en una sola frase.

Kuroro salió corriendo en la misma dirección donde lo vio correr, sus impulsos no le permitían pensar el porqué de sus acciones. De todas maneras no tenía por qué hacerlo, sus padres solían decir que los niños no razonaban mucho para comportarse. Era la mecánica perfecta para las coincidencias y hasta las improvisaciones, era una parte que los adultos a veces perdían...


Las aves cantaban sonoramente entre las palmas y por los cielos, su vuelo siempre era perfecto y sincronizado. De vez en cuando solían dejar una sorpresa caer desde lo más alto y uno de sus lugares favoritos para hacerlo era el muelle. Extrañamente, las personas no se reunían a la media mañana por esos lugares, pues era bien visto que solo quien decidiera zarpar en un bote rondaría por ahí. La mayoría de los turistas preferían jugar en la playa principal.

Para ser tan temprano, el muelle era el lugar perfecto para estar solo.

Kurapika lo descubrió en su huida repentina, de hecho, le había encantado de tal manera que no pudo prescindir de subir al puente, el mismo que le dejaba observar la inmensa variedad de botes. Los colores, las formas y hasta los nombres peculiares le robaron una suave sonrisa en medio de una hilera de lágrimas, su piel ya se había tornado colorada y más que por el sol, era por su infinita cobardía. Aquella mañana su madre le había regañado por su repentino accidente y como no, por el libro perdido, aunque las reprimendas severas ya eran su costumbre, hubo algo que agregó después lo que le hizo llorar.

Ladrón(KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora