6. Alba

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<<Bajo la palmera>>

Era todo lo que decía la nota, ahora bajo las cobijas de Kurapika. El pequeño no había podido reconciliar el sueño después de la visita de su madre, se encontraba curioso, inquieto y demás culpable. El reloj de la pared le mostraba el final de su castigo, la media noche se marcó como una sentencia deliciosa, tentadora.

No le tomó mucho tiempo meditarlo, ya le hacía falta una nueva travesura en su vida.

Kurapika se deshizo de las cobijas y se puso de pie tan rápido que casi pisa sus propios anteojos, a menudo era lo primero que preparaba para salir aparte de un interesante libro, pero si en algo Kuroro tenía razón era en que no tenía por qué llevarlos a todos lados. Esa noche era la prueba más grande, para divertirse junto a su mejor amigo no necesitaba un par de cristales tapándole la vista.

El bello paisaje de luna.

Sus pasos sigilosos dieron con la ventana de su habitación, aquel lugar donde el escenario natural del cielo se podía apreciar y nada más que eso, contemplarlo. Ésta siempre permanecía semi- abierta para dejar entrar algo de brisa, la abertura máxima decretada por su madre era de diez centímetros, una vara de madera (que no era nada más que una rama de árbol bastante fuerte) limitaba al pesado cristal, puesto que muchas veces ésta descendía con tal fuerza que provocaba sustos inesperados. Kurapika fácilmente retiró el obstáculo y consiguió abrir por completo la ventana, se dijo así mismo que lo que hacía no era correcto y de verdad sabría lo que es un castigo si sus padres le descubrían— lo cual ya veía inevitable— pero ahí estaba, ese cosquilleo reticente a seguir la reglas, esa pizca de adrenalina que después se convertiría en una explosión de emociones, de risas y acciones peligrosas.

La luna realmente estaba luminosa entre el fúnebre firmamento, las estrellas le acompañaban con la misma majestuosidad. Kurapika se percató de ello cuando puso el primer pie sobre la arena del exterior, a la par de su escape agradecía a sus padres por no rentar una habitación en un piso alto, nunca lo hacían. No le interesaba el porqué, pero ahora le servía muchísimo. Su mente volvió a repetirle las consecuencias, la voz molesta era fuerte. Quien diría que la brecha entre ser un rebelde y una persona decente—como lo denotaban todos los adultos— era su propia consciencia.

Le reloj movió sus manijas y volvió a sentenciar la hora con una campanada tenue pero firme. Ya eran las doce con cinco minutos... a Kurapika le entró miedo cuando sus pies toparon por completo la arena, su semblante se entristeció y apretó la nota sin querer. Su huida no fue del todo veloz, pero eso sí, a sus espaldas dejó la ventana completamente abierta y sin ningún rastro de la vara de madera. Pensó que de todas maneras le iban a descubrir, entonces por lo menos dejaría una pista muy desvergonzada.

El miedo todavía lo sentía en su pecho; sus pasos descalzos se mezclaban con la cálida arena, el sonido de las aguas en marea alta ya se percibían cercanos, el choque de las hojas de palma a causa del viento no hicieron más que mostrarle el camino. Nada de eso conseguía detener su creciente ansiedad. Kuroro no le especificaba una hora exacta y mucho menos un lugar, pues había decenas de palmeras desperdigadas en la playa. Aun cuando podría ser peligroso, Kurapika se sentiría culpable de no haber cumplido.

Ya no tenía un reloj cerca pero supuso que unos cinco minutos más habían pasado en lo que pensaba cual sería el lugar indicado. Súbitamente se detuvo cuando divisó la línea azul del horizonte, el destello del agua muy cerca, tontamente dejó que el viento le revoloteara el cabello y encogió los dedos de sus pies entre la humedad de la arena. Realmente le hacía falta dejar los libros por un tiempo, puesto que recién se percató de lo que intentaba decirle Kuroro con la nota. Bajo la palmera.

Ladrón(KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora