11. Paz

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La alarma que anuncia el final de jornada sonó estridente, así como reconfortante. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde y ya era hora de salir en busca de aquella persona que tanto le gustaba, pues, por esos momentos siempre solían retirarse a sus propias actividades. Kurapika, su novio, se escondía en la biblioteca todo el tiempo que él necesitase estar en su club de deportes. Todos los días le encontraba allí, cada día le regalaba la misma bella mirada. El sol ya no era muy fuerte, el viento soplaba de forma cálida, suave y demás serena. La despedida de sus compañeros empezaba a ser su parte favorita del día. Esa transición de un intenso mar de adrenalina, energías y espíritu competitivo a una paz absoluta, donde hasta el más furioso llegaba a esbozar una sosegada sonrisa. No pasaron más de diez minutos hasta que los vestidores masculinos se hayan vaciado por completo.

Él salió de la ducha sin ninguna prisa, se daba su tiempo para estar perfecto y el vapor creciente del cuarto lo evidenciaba, el aroma de los jabones así como del champú creaban un espacio perfecto. Él mismo comparaba a todas las tardes con un encuentro típico entre dos persona enamoradas, una cita—. Solo espero no se impaciente— se dijo risueño, tan rápido como comenzó a vestirse notó que algo no se encontraba precisamente en su lugar.

Al contrario de otros días, su casillero se encontraba semi- abierto.

—Es que alguien ha tomado algo prestado sin mi consentimiento...— concluyó demás extrañado y empezó a caminar sin tener nada más que una toalla no tan ajustada sobre su cintura, sus pies descalzos dejaron huella empapadas en todo el trayecto. Él abrió por completo la portezuela de metal dejando al descubierto el envés metálico, donde solía tener fotografías de familiares, amigos, aventuras, su pareja sentimental.

No había nada fuera de lo común.

El chico hizo una mueca para nada satisfecha, además de enarcar una ceja—. Será que alguien entró mientras me duchaba...— concluyó observando el peculiar desorden entre sus tenis y algunos libros de texto. Entonces un ápice brillante supo resplandecer con demasiado esfuerzo entre la reducida penumbra, el escaso sol de la media tarde se dio una última oportunidad y desprendió un haz luminoso a través del cristal de la esquina. La misma que satisfactoriamente llegaba hasta el interior de su casillero, solo así pudo notar el simpático papel dorado que se escondía debajo de un libro.

Lo tomó.

Y comenzó a desdoblarlo sin tomarle demasiada importancia a la caricia gélida de un progresivo ocaso, casi estaba llegando el invierno y a sus espaldas, el clima dejó morir al último intento del sol por iluminar los vestidores. Quizá a partir del día de mañana, ya se vería a los estudiantes venir con una prenda extra sobre sus uniformes, aquello también daba la señal de que las clases estarían por culminar y la fiesta de graduación estaba a la vuelta de la esquina. Él divisó no más de un párrafo escrito sobre el dorado papel, saber la identidad de la persona detrás de aquella letra bastante erguida no era un tarea difícil: —Kurapika...— susurró para sí e inexplicablemente una clase de sentimiento sombrío le invadió a segundos de comenzar a leer.

Él ya sabía que llegaría ese día.

<<Lo siento mucho, estaré algo ocupado esta tarde por lo que no podré esperarte, no te lo dije personalmente porque sabría que no te concentrarías en los deportes. Hablaremos en la noche.

Kurapika.>>

No se enfadó, ni entristeció. El comienzo de su sexto mes de relación ya no poseía tantos vivos colores.



Kurapika descansaba bajo la sombra de un árbol, la silueta de las diminutas hojas casi habían desaparecido por completo, el sol hace mucho que le abandonó. El roce de a poco empezó a tornarse álgido y su piel lo percibió con algo de brusquedad, pues, sus brazos descubiertos se erizaron al contacto.

Ladrón(KuroKura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora