Nuevo comienzo.

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-Bien, vida nueva, no? Todo desde cero... supongo. - dijo el castaño para si mismo mientras cerraba su maleta. Toda su vida había esperado este día y ahora solo quería quedarse un día más, o nunca marcharse de aquel frio edificio de habitaciones cálidas.

-Seguro de que llevas todo? Necesitas algo más Jimminie? - pregunto por milésima vez la mujer de manos arrugadas y sonrisa estrellada.

-Es la sexta vez que lo pregunta Cho... ya tengo todo empacado, no es como si tuviese muchas cosas. - dijo el joven mirando tres cajas y la valija que apenas sobrepasaba sus rodillas.

-Lo se hijo. - la cálida mujer se acercó a abrazarlo por última vez y la verdad, el niño de verdad tenía la intención de hacer durar ese abrazo, esa mujer que lo crio como a un hijo, tratando de hacer cálidas las heladas paredes del orfanato, era un mismísimo milagro en su vida; sabía que no se verían en un largo tiempo, así que intento devolverle los últimos 16 años de amor entregados en ese último contacto.

-Ya... - se separó de la señora y seco las lágrimas de ambos con su viejo suéter. - Nos veremos pronto mama, vendré a visitarla, lo prometo... - dijo para besar la frente de la mujer una vez más, dejando a la misma parada en el salón principal llorando, viendo como el pobre joven desaparecía detrás de las grandes puertas de la entrada principal.

En un segundo plano un par de niños sacudiendo sus manos en señal de despido hacia el joven parecían intentar llamar su atención, pero no miro atrás, si lo hacía volvería y por más que quisiese no podía hacerlo. El hecho de marcharse del único lugar en donde se había sentido un poco querido y acogido lo estremecía.

Pero no se contuvo, cuando estuvo lo suficientemente lejos miro por última vez la gran casa "Suspiro de ángel: hogar para niños con alas." Un nombre demasiado lindo para tan desagradable lugar.

-Adiós. - dijo para finalmente darse vuelta y dirigirse hacia la estación de trenes lo llevaría a lo más profundo de las calles de Seúl, donde una nueva vida empezaría para el castaño. Quizá, una mejor que la que llevaba hasta el momento.

No había vuelta atrás, estaba sentado al lado de la ventanilla, viendo como toda esa gente se movía desesperada por hacer la mayor cantidad de cosas posible en la menor cantidad de tiempo, para tener más del mismo, mientras que el joven castaño ahí estaba, intentando hacer que el tiempo pasara rápido para ya no tener que vivir aquella vida de tercera, que al menos, con este viaje esperaba que se volviese una de segunda.

El tren no tardo en emprender el viaje y cuando este comenzó a andar, sintió unas ganas horribles de volver al orfanato o tirarse en frente de ese gran monstruo de metal, ambas le daban igual. Obviamente, como era de costumbre, ante tantas ideas en su cabeza no hizo nada y simplemente se acurruco en el barato asiento de clase turista que había comprado con el mísero sueldo de un mal trabajo en negro al que por suerte ya había renunciado.

Como era de esperarse, el sueño le gano, el viaje era largo y la noche anterior, como era de costumbre, había dormido muy mal, por lo general no dormía más de 4 o 5 horas al día, pero estaba muy cansado y por alguna razón en ese momento un poco de esperanza revoloteando en su pecho, le inspiro calma, dejándolo dormir en tranquilidad un momento.

Luego de lo que pareció una siesta de 5 minutos, las 4 horas de viaje lo habían llevado a su destino y el ensordecedor ruido de la gente corriendo por el tren lo despertó, tomo sus cosas y en un pequeño carrito que le ofrecieron puso las tres cajas que en su interior llevaban lo único que tenía.

Al salir de la estación tomo un taxi que lo llevo atreves de la luminosa y excitante Seúl, repleta de movimiento incesante y gente estridente por donde se mirara, el joven se quedó atónito un segundo, hasta que agudizo su vista para poder ver todo ese color e inmensidad que la ciudad emanaba entre tan grandes monstruos de concreto.

Trastorno Limite. [Yoonmin.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora