Capítulo 25

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Eran alrededor de las 6 am y aún no olía el café recién hecho, tampoco el humo de las arepas al ser cocinadas y mucho menos a sándwich en la tostadora. Me levanté de mi cama totalmente extrañado y no era para menos. Tabitha siempre se levantaba temprano para hacer el desayuno, puesto que teníamos que movilizarnos a la universidad a primera hora del día, ambos con distintos objetivos. 

Fui a la cocina y me sorprendí al verla vacía, tal y como la dejamos anoche luego de cenar. 

-¿Habrá salido anoche con Mr. Musculos? 

No, no lo creo, habría avisado... Digo, siempre avisa cuando sale... 

Me dirigí a su habitación y toqué la puerta. Insistí por 5 minutos y ni siquiera podía escuchar algún quejido. Tabitha tiene un sueño muy ligero, ya a estas alturas me hubiera reventado la cara a golpes por despertarla, pero nada de eso había ocurrido. Preocupado, abrí la puerta lentamente, de manera que si estaba dormida (lo cual dudo) no se levantara molesta. 

Y allí estaba ella, boca arriba, con las sabanas alrededor de su cuerpo. Mi preocupación incrementó cuando la vi sudando a mares con un ligero temblor en su cuerpo y tomando su estomago con fuerza. 

-¡Demonios! -Corrí en su dirección y toqué su piel. ¡Estaba ardiendo! Cuando intenté moverla, me di cuenta del problema. Las sabanas que cubrían su cama estaban empapadas en sangre, estaba en sus días. -¿Puedes hablar? -Ella negó algo ida. Mierda, tenía años que no la veía en este estado. 

La levanté con sumo cuidado y me dirigí a su baño. Ella se quejaba del dolor y algunas lagrimas salieron de sus ojos en cascada, obviamente la posición no le favorecía y el dolor iba a incrementar, pero necesitaba asearla para poder atenderla correctamente. 

La coloqué en la bañera y abrí la ducha. 

La manera en la que me miraba daba a entender que se sentía impotente. Supongo que la entiendo, habían pasado años que no la cuidaba de esta manera y después de lo que pasó... No es para nada cómodo, para ninguno.

No podía hablar porque el dolor le causaba nauseas y si emitía alguna palabra, la comida de anoche haría acto de presencia en un santiamén. Tampoco podía moverse demasiado, sus piernas no le respondían y tuve que desnudarla con mucha dificultad.

Pasé media hora tratando de asearla un poco. La dejé sentada en la bañera mientras ubicaba ropa limpia y una toalla sanitaria. Me sentía raro, estaba volviendo a los viejos tiempos. Ella nunca dejó de tomarse el vientre con sus manos y de moverse bruscamente tratando de apaciguar su dolor, aún cuando sabía que eso solo lo empeoraba. Sus lagrimas caían y odiaba verla así. 

-Ha estas alturas pensé que ya te habías operado, mujer. ¡Te estás matando cada mes! 

Obviamente no iba a contestarme, no ahora al menos. Luego de terminar de vestirla con sumo cuidado, de cambiar las sabanas y limpiar el colchón, la dejé en la cama y fui rápido a la cocina en busca del botiquín improvisado que siempre portaba conmigo y que ahora compartía con Tabitha. Habían desde jeringas hasta material de sutura y transfusiones. Busqué las pastillas para el dolor, luego saqué un té de manzanilla y lo preparé junto con algunas compresas calientes.

Entré con todo eso en la habitación. Tomé su cabeza en mis manos para darle la píldora para el dolor y una vez que la consumió, me incorporé para colocarle las compresas calientes en la zona del vientre. 

-Vamos, tienes que tratar de mantenerte quieta para que el dolor se vaya, sabes como es todo Tabi. -Con el mayor esfuerzo, asintió. 

A medida que iban pasando los minutos, el temblor y el sudor en su cuerpo iban cediendo, eso significaba que el dolor poco a poco se iba y eso me tranquilizaba un poco. No sabía desde que hora estaba sufriendo, pero a juzgar por la cantidad de sangre en su cama, tuvo que estar padeciendo desde la madrugada. 

La Chica StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora