5. ser feliz está bien

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(Narrador omnisciente)

Las calles de los Ángeles son casi acogedoras bajo las frías noches de otoño. Están iluminadas todo el tiempo y son concurridas a pesar de estar a altas horas de la noche pero eso no las hace menos peligrosas.

Entre unos solitarios callejones se escuchaba el eco de unos tacones chocar contra la acera. Golpes rítmicos de las suelas y el cemento, aquellos ruidos de pasos seductores eran producidos por una hermosa mujer que caminaba hacia un lugar en específico. Un lugar en donde mujeres abandonadas a su destino se exhibían como pedazos de carne hacia un público de cerdos libidinosos dispuestos a pagar dos monedas por saciar su lujuria.

Ella vestía un abrigo felpudo negro, llevaba un vestido negro corto, no llevaba escote pero si era lo suficientemente corto como para mostrar sus delineadas piernas vestidas con unas finas medias red y usaba zapatos de tacos rojos y un bolso que le hacía juego.

Su cabello negro largo y lasio llegaba hacia su cintura, sus labios iban pintados de rojo y sus ojos estaban pintados con una sombra tan oscura que provocaba que sus ojos claros se vieran penetrantes.

Ella valía más que cualquier dinero que vaya a cobrar, más que cualquier propuesta que vaya a recibir, ella merecía más que esa vida pero a ella no le importaba. Su vida ya estaba arruinada desde antes de empezar con eso y esto no hacía ni mejorar ni empeorar la situación. Ella pertenecía a ese grupo de personas al que no valoran ni extrañan hasta que ya es demasiado tarde.

Ella llegó a las calles en donde las mujeres se exhibían, chicas y hombres vestidos de mujeres. Ella no era tan conocida ahí pero sabía cómo no tener problemas con nadie. Ella se paró detrás de todas y se quedó apoyada contra una pared esperando a ser solicitada.

No pasó mucho tiempo hasta que un hombre en un auto paró y la llamó. Llamó a la hermosa joven que estaba apoyada contra la pared mirando al cielo.

Ella era hipnótica, podía llamar la atención sin tener grandes atributos, sin mostrarse tanto ya que las inocentes facciones de su rostro eran suficiente como para llamar la atención de cualquiera.

Kellin subió al auto de ese hombre, se estremeció al sentir un fuerte aroma a colonia masculina. No le agradaba que la gente se bañe en perfumes, lo hacía repugnante.

El hombre era un tipo que rondaba los 50 años,tenía arrugas y el cabello canoso. Tenía un buen auto así que seguramente le debía ser infiel a su esposa.

Y efectivamente lo era, Kellin miró su mano y sobre su dedo anular de la mano izquierda tenía un anillo de casado.

La mayoría de los hombres que lo recogían de ese lugar solían ser tipos casados.

Ese hombre lo llevó a un motel barato que Kellin le había indicado, pagó 3 horas de las cuales Kellin estaba seguro que no llegarían ni a la primera.

Lo primero que hizo Kellin al entrar en la habitación fue dejar su bolso y su abrigo en un perchero.

...Y luego vino la parte desagradable para Kellin.

El hombre lo tomó de la cintura y unió sus labios en un beso, después le levantó un poco su vestido para tocar su trasero.

Kellin siguió el beso sin inmutarse de que lo estaban tocando. Con pasos torpes fue llevado hacia la cama doble de ese lugar.

Con movimientos bruscos el hombre tocó la entrepierna de Kellin y al sentir un bulto lo obligó a voltearse.
-eres hombre así que será así.

Kellin agradeció internamente el hecho de no tener que ver su rostro y se puso en 4.

El hombre se sacó sus zapatos, su camisa y su cinturón, y al final bajó un poco su pantalón y su ropa interior. Abrió un preservativo y se lo puso, después subió la falda del vestido de Kellin y bajó sus bragas.

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