Maximeo

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El tiempo para el rey había llegado, él lo sabia. Su otra parte se apoderaba cada vez más de él y lo único que podía hacer para contrarrestarlo era convertir a más niños en magos y alejarlos de su familia.

En parte era su culpa que el mundo lo odiara, había desterrado a los Malle, creado leyes absurdas y estrictas y había mantenido al reino en una incomunicación casi total.

Incluso había sido un pésimo padre y provocado la muerte de su esposa.

No podía culpar a su otro yo de las malas decisiones, ni siquiera del dolor que le rasgaba el alma al ver a niños siendo entrenados entre muros, mientras la gente de afuera los insultaba.

Saylla también tenía la maldición, atada para siempre a las copas de hadas y la próxima encargada de crear a los magos para poder subsistir.

Porque si no bebía del líquido blanco mientras su contraparte estuviera fuerte, tomaría el control de su cuerpo, pero si bebía demasiado también,  pues por cada grito de las hadas sus energías crecían de manera asombrosa, energía que, para nivelar, debía convertir en mágia. Era una maldición sin salida, con trampa, obligados a permaneser en ella para siempre.

O eso pensaba hasta que descubrió un modo de debilitarse a ambos, a él y a su sombra. Pero no podía contárselo a nadie, ni siquiera podía pensar mucho en su plan, o él podría descubrirlos y hacer una de las suyas que le impidiera morir. Esperaba que Saylla fuera capaz de encontrar su propio método .

Pero mientras tanto el reino quedaría bajo su poder, seria la reina de Kerrah y líder de los magos, ellos se postrarian a sus pies.

-Deberías dejar de pensar en esa mocosa tuya- gruño la voz en su interior, dentro del sueño incompleto en el que solían pasar todas las noche.

Estaban en la sala del trono, Maximeo sentado sobre el imponente sillón real, formado por miles de plumas blancas de animales ya olvidados y sostenido con magia.

Él estaba a un lado, con ambas piernas estiradas en una posición cómoda sobre la piedra rasposa, a escasos metros del trono.

El rey le miro por unos momentos, pero luego sus ojos chocaron con el piso, en donde se reflejaba toda Kerrah en miniatura.

-No pienso en ella.

-Deberías ser feliz, tienes un reino y cientos de personas que tiemblan al escuchar el grandioso nombre de "Maximeo, el amo de magos" "El humano incencible" "El temido D'Vecan" ¡bah! Los humanos son muy poco creativos, y esas creaciones tuyas sólo te llaman rey. Pero yo tengo uno mejor "Maximeo, el que bebió del vino blanco"

-¿No tienes nada mejor que hacer?

-No, estoy atado a ti hasta que mueras o hasta que por fin le sedas el control.

-Y si lo hago ¿Que harás?

-Mataré a tu hija y quemaré hasta al ultimo hombre de Kerrah -ronroneo- entonces continuare con los Malle. Será divertido.

-Hablas como si yo ya no estuviera aquí.

-Pronto ya no lo estarás.

Maximeo embozo lo más cercano a una sonrisa que había mostrado desde que su padre y hermano murieron.

Pensó en sus hijos, los magos, y les pidió perdón por haber los atado también a su destino. Luego en Saylla y las lágrimas amenazaron con salir le de los ojos.

Pidió perdón a su esposa ya muerta y rogó a los dioses en los que desde hace mucho había dejado de creer.

Después volvió la vista a Kerrah y sonrió.

El gesto sorprendió a su sombra que no esperaba el baño de emociones que le sobrevino después, y entonces se asustó.

Pero ya era demasiado tarde.

En el mundo real el cuerpo del rey se sacudió, enfrió y volvió sacudirse en menos de dos segundo.

Saylla miraba todo desde una pequeña mesa a un costado, su propia sombra se sobresalto, entre el miedo y la exitacion total.

Sufrimiento, sufrimiento... dolor.

Pero la futura monarca sólo apretó el cuaderno de pasta amarilla contra su pecho. Observando detalladamente cualquier cosa que pudiera servirle para el plan que pondría en acción más adelante. Con el que salvaría Kerrah.

El cuerpo de su padre dio otra sacudía tan potente que fue capaz de volcar la propia cama. Luego silencio.

Saylla era la nueva reina.

¡Laiden! (One Shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora