Saylla

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La hermosa mujer del trono sonrió con nostalgia ante el pequeño bebé, de mejillas rojizas y piel palida; era tierno, sobre todo con esos adorables ojos miel que tanto le recordaban a la ex maga.

Por supuesto, no era algo que los demás tendrían que saber, así que se conformó con cargar al niño en brazos.

A su alrededor, sus cuatro mentalista y Centrius se mantenían inclinados, a la espera de una nueva orden; eso le hizo soltar un suspiro ¿es que acaso los magos no podían dejar de ser tan... respetuosos al menos un segundo?

-Centrius ¿ya decidiste como se llamará?

El hombre tomó un segundo para pensar, y Saylla pudo ver casi con exactitud las dudas que lo envolvían.

-Si majestad, pero solo una idea. Usted debería nombrarlo.

-No -Saylla aseguró más al bebé cuando lo sintió mirándola, moviendo sus bracitos hacia la corona-. Este niño será tu aprendiz, yo ni siquiera lo veré hasta que sea lo suficientemente grande para comprender todo, osea hasta que esté listo. Dime que nombre has pensado.

-Ninguno mi señora.

-Centrius -El hombre trago ante la advertencia, después enderezó un poco la espalda.

-Pense que Laiden era apropiado, dada la situación.

-¿Dolor?

-Si majestad.

Saylla lo consideró durante unos segundos, medio consciente de que en esos momentos Gelehrt debía estar volando hacia el castillo, para pelear por la tutela.

Entonces el niño abrió la boca, como si fuera a llorar, pero siguió sin hacerlo y en cambio frunció las cejas.
La reina estuvo a punto de derretirse de la ternura; ella nunca tuvo hermanos -su padre tenía demasiado transmitir su maldición a otras personas y su madre tampoco habría estado dispuesta- y tampoco se le permitía salir mucho del castillo, así que el único contacto que había tenido con niños era en las pocas veces que los sirvientes le presentaban a sus hijos... o cuando los magos llevaban a los nuevos bebés.

Así que si, la reina tenía un punto débil por los niños, pero eso no evitaría que por ellos también hiciera todo lo posible por liberar a Kerrah de la maldición.

Sabía que si pronunciaba las palabras el pequeño quedaría sellado. Sus mentalistas también lo sabían, pero no dirían nada, igual no tendrían tiempo para hacerlo.

La ley decía que los mentalistas de debían cambiar cada diez años, ellos estaban en el noveno.

Suspiró un poco, utilizando en escudo mental que le permitía seguir viendo muertes e injusticias en su reino, si  inmutarse demasiado, solo lo suficiente para poder seguir con su plan.

Ese niño ya estaba destinado a algo. Malditos fueran los dioses -y su padre- por obligarla hacer algo así, por obligarla a crear a los magos.

-Laiden me parece bien. Buena elección.

¡Ta-da! Me di cuenta que no había publicado aquí y llegó la inspiración así que...

¿Que tal esta idea? Saylla siempre ha sentido un fuerte apego a Laiden y siento que esta escena lo explica un poco.

Además, se me ocurrió que los mentalistas podían tener una "fecha de vencimiento"; osea que, luego de diez años como mentalistas personales de la reina debían morir, tanto por los secretos que conocen como por algún tipo de "costumbre" y para dar paso a la próxima generación.

¡Laiden! (One Shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora