Ainya.

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Sus ojos son preciosos, llevo dos meses cuidando de él y no se me había ocurrido pensar en cómo serian sus ojos, cómo sería su carácter, su forma de hablar y ahora lo tengo delante, mirándome con esos ojos que me transportan a otra dimensión y me hacen quedarme sin palabras.

Él lo observa todo como si fuera un niño que explora el mundo por primera vez con ávida curiosidad.

De pronto me doy cuenta de que ni siquiera sé su nombre, así que pese a quedar hipnotizada por su mirada consigo articular palabra.

—¿Cuál es tu nombre? —mi voz sale como un suspiro.

Tarda en responder y entiendo que no ha debido escuchar mi pregunta mi pregunta, así que me dispongo a repetirla cuando empieza a hablar:

—Pues verás, mi nombre es Looren y, bueno, ... —hace una pausa, como si estuviera recordando y, por su expresión no debe recordar nada agradable. —yo ... he debido llegar aquí traído por la marea, pues no recuerdo mucho, solo tengo agua y calor en la memoria. —se vuelve a detener, como si temiese contar el resto de la historia, así que atajo esta conversación.

—Tendrás hambre, ¿verdad? —dibujo una sonrisa lo más amplia que puedo dejando claro que cierro esta conversación.

—La verdad es que sí, gracias. —intenta esbozar una sonrisa para disimular su enrojecimiento.

—Entonces espera un momento. —me levanto y salgo de la habitación, voy hasta una mesa y cojo una bandeja con un poco de comida y agua y vuelvo con él.

Para cuando quiero llegar ya está levantado y observando por la pequeña ventana.

—¿Te gusta Xiah? Yo vengo aquí cuando necesito despejarme, es un lugar tranquilo, apartado y agradable.

—La verdad es que no había estado antes fuera de Calurnia y Xiah es muy distinto, por lo menos aquí hay más vida. —su voz es muy dulce, desprovista de cualquier cosa mala que haya visto. —Aunque claro, siendo el reino de las ninfas es normal.

—Si quieres, luego puedo enseñarte la isla. —creo que no debería haberlo dicho, no sé si está curado o si no es peligroso pasear con él.

—No creo que pueda, ya sabes, por eso de Calurnia.

Los dos nos sumimos en una pausa incómoda, ninguno somos capaces de articular palabra alguna.

De repente una idea pasa como un relámpago por mi mente, aunque más que una idea es un recuerdo de cuando era pequeña, cuando iba con madre al templo de las ninfas y escuchábamos cuentos sobre las ninfas y su origen de la mano de la sacerdotisa, gran amiga de madre.

—Sé dónde podemos ir, pero debes ponerte esa capa. —señalo una capa que hay colgada en un perchero colgado al lado de la puerta.

—Está bien. —accede él, levantándose sin mucha dificultad. Parece que se ha recuperado bastante bien durante todo este tiempo, si padre me viera, utilizando mi magia para ayudar a la gente, seguro que estaría orgulloso.

Nos vestimos, él con un poco de ropa que tenía guardada en la casa y la capa por encima, yo simplemente me cubro con otra capa que había cerca.


Cuentos en una noche estrellada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora