En un pueblo cercano a la frontera hago mí, espero, última noche en Lambeth.
Tengo en la mente el plan para los próximos días: mañana cruzaré la frontera y me internaré en Shiróna, dos pueblos al norte de esta, cerca de la frontera se encuentra Ribelia, la capital del país y, por tanto, la mayor fuente de ingresos posibles con los que espero obtener lo suficiente como para fletar un barco con el que llegar a Eleahara e instalarme cómodamente.
Una vez cruzada la frontera el paisaje es muy distinto al de Lambeth, incluso el olor es diferente, es más dulce, como a pastel recién hecho.
Los árboles son más verdes e incluso parecen mucho más vivos, la tierra de los caminos brilla como el oro, se escurre entre los zapatos como un arroyo, cada paso me hace sentir un hormigueo en el estómago, llevo media luna fuera de casa y nadie me ha impedido pasar la frontera, ni me han reconocido.
Dos días después de pasar la frontera he llegado al primer pueblecito, pasaré aquí unos días hasta que obtenga el oro para llegar a Ribelia. El primer pueblo de Shiróna que veo es igual al que los pueblos que he dejado atrás al huir de mi hogar, con la excepción de sus habitantes, todos ellos hadas y feéricos conviviendo en armonía.
Es increíble todo lo que hay en el pueblo, hoy se celebra un mercado comunitario. Paseo por las abarrotadas calles entre puestos y tenderetes, observando todos los artículos, hay desde flores que dicen ser del fondo de la laguna de Plata a lengua y escamas de dragón, cuando veo el puesto, al fondo, de ropa o, más bien, de vestidos y joyas, justo todo lo que tengo intención de vender.
Al poco rato me marcho con las cincuenta monedas que esperaba sacar del puesto.
Doy media vuelta y me dispongo a volver a la posada para descansar hasta la tarde por el camino abarrotado de gente que grita: <<barato, muy barato>>
Casi he salido de la calle principal cuando una sombra choca contra mí.
—Lo siento, discúlpame.
Alzo la vista, todavía mareada por el golpe y veo que una joven de tez clara me tiende la mano, la tomo y me levanto. Ahora que me fijo tiene unos ojos color miel y el cabello moreno recogido ligeramente.
—No ... no te preocupes. —no sé por qué me cuesta articular palabras coherentes. —Gracias por ... ayudarme.
—Ha sido culpa mía. —se remueve nerviosamente en su capa, que acaba cayéndose, mostrando un hermosos vestido, algo raído, adornado por una pulsera igual a mi colgante a excepción de mi color rojo, su piedra o, más bien, la mitad de su piedra es de un tono amarillento adornando su muñeca.
—Siento el empujón, otra vez. Me presentaré, soy Amara. —por su actitud deduzco que ha visto la piedra que cuelga de mi cuello.
—Yo me llamo ... Cassandra. —su silencio me inquieta, no sé si espera que siga hablando. —Y soy bueno ... no creo que haga falta que te lo diga, ya la has visto. —cojo el colgante entre los dedos.
—Sí y, bueno, creo que tú también has visto la mía.
—Sí, pero por favor, no digas nada sobre mí.
De repente siento un escalofrío, no sé si puedo confiar en Amara, desprende paz y eso lo agradezco mucho, pero aun así no creo que alejarme de ella ahora sea lo más conveniente.
—Mañana vuelvo a Ribelia, ¿quieres venir conmigo?, quizá pueda ayudarte. —su proposición se me antoja un tanto extraña, no sé si tomármela como una petición bondadosa o como una proposición con una intención oculta. —Pero solo si quieres.
—No quiero problemas, ni volver a Lambeth, si tu oferta conlleva exponerme a mi hogar, no acepto.
Su rostro interesado en ayudarme se torna preocupado y molesto.
—No pensaba hacer nada que te perjudicara. —una expresión juguetona pasa fugazmente por su rostro. —Juguemos, mañana, como ya sabes, vuelvo a Ribelia, si esta tarde me convences de que no cuente nada en palacio te ayudaré en lo que pueda. ¿Hay trato?
No entiendo su tono al imponerme el juego, porque podría irse y avisar de mi presencia simplemente, aunque no veo guardias cerca de ella, eso debe ser porque ha venido de incógnito, aunque con esa vestimenta no pasa, precisamente, inadvertida.
Otra posibilidad sería que estuviera interesada en pasar más tiempo conmigo, cosa que no me importaría lo más mínimo, pero no lo veo algo probable.
Creo que a mí también me atrae pasar más tiempo con ella, transmite mucha paz y, últimamente, es justo lo que necesito. Su oferta me parece tentadora, pero no sé si es conveniente revelarle todo o, tan si quiera, el motivo por el que he huido.
Por el momento no le revelaré todo, le contaré lo justo para convencerla.
—Hay trato.
Se sella con un apretón de manos.
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Cuentos en una noche estrellada.
FantasyEn los cinco reinos de Faebela conviven las hadas, elfos, ninfas, hechiceros y faelos en relativa armonía, salvo estos últimos, discriminados por el resto del mundo desde hace siglos. La reina de los elfos moviliza a su ejército y conquistan el rein...