Cassandra.

9 4 0
                                    

Llevo ya lo que me parecen años encerrada, aunque solo hayan sido dos semanas, no he tenido contacto con nadie, la puerta no se ha abierto, ni se abrirá, está sellada con magia, la ventana también, pero no sé cómo cuando la noche da paso al día siempre encuentro una bandeja con comida y una jarra con agua.

Que detalle el dejarme comida para que no muera consumida de inanición, seguramente perezca antes de aburrimiento.

Desfallezco en mi cama, me aburro, tengo algunos libros que en estas dos semanas he releído más de cien veces.

Como un relámpago una idea atraviesa mi mente, el escape, la huida, mi libertad.

Me levanto como un resorte y me inclino hacia el arcón que hay a los pies de la cama y busco entre los vestidos hasta que hayo lo que necesito, un pequeño saquito de tela envuelto en un vestido al fondo del baúl, lo abro, esparzo y cuento su contenido en la cama.

Diecisiete monedas, no es mucho y ni siquiera sé cómo he conseguido tener ahorros. Guardo las monedas en el saquito y busco hasta encontrar la única prenda que no es un elegante y recargado vestido, si no una humilde camisa con unos gastados pantalones, mi mente se traslada al día en que mi madre, esa mujer cínica y manipuladora vino a verme, cuando tenía seis años, llorando, con la cara enmarcada en dolor y sufrimiento, seguro fingidos, y me lo dijo sin contemplaciones, sin importarle lo que pudiera sentir, todavía recuerdo sus palabras, clavándose en mí como puñales, desgarrando la mente inocente de una niña a la que la noche anterior su padre le había prometido ir a ver mundo y le obsequiado con una camisa y unos pantalones desgastados.

Unas lágrimas escapan por mis mejillas, me limpio y me digo que no debo dejarme llevar por los sentimientos melancólicos que intentan aflorar, pues me nublan la visión.

Preparo una improvisada bolsa de viaje con una muda y las monedas de las que dispongo.

Sopeso las rutas de escape posibles, la puerta, no la he visto abrirse en las dos semanas que llevo cautiva, además si la abro estoy segura de que más de un soldado estaría esperándome, todo esto si consiguiera quitar el sello mágico de mi madre, mi querida madre.

La ventana, por supuesto, esta no tiene sello, que detalle, por lo menos deja que entre oxígeno.

La abro, no pienso cuando lo hago, solo salto, como tantas otras veces lo he hecho.


Cuentos en una noche estrellada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora