Ainya.

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Silencio.

Solo hay silencio y no puedo más, no con todo lo que tengo en la mente, ni si quiera sé que me impulsó a correr o más bien a saltar a la pequeña embarcación, aunque si eso fuera todo lo que ocupa mi cabeza no estaría así, si no emocionada, como una chiquilla que acaba de hacer una travesura y se relame recordándola.

No.

Hasta yo, una niña empeñada en no crecer y vivir en un cuento de hadas tiene sus límites, pero no en uno cualquiera, sino en uno de los que mi madre me contaba cuando era pequeña y no conseguía conciliar el sueño, me contaba historias que Delia desmentía cuando las escuchaba, eran historias sobre el origen de las ninfas, mi favorita narraba el como una sirena se enamoraba de un ser de la superficie y una noche, cuando no había luna y solo se veían las estrellas, firmes y brillantes, la sirena suplicó a estas porque su amor fuera posible, así que subió a la superficie y se vio con su amante, se amaron hasta el amanecer, la sirena pensó que volvía a tener cola, pero solo encontró un par de piernas y una vida en su vientre, ella es considerada la primera ninfa, nuestra antecesora.

Recordar esa historia, no, no solo esa, si no todas las historias que las historias, todos los buenos momentos que pasé con mi madre, todos esos recuerdos hacen que me desmorone y que intente aguantar el llanto, inútilmente.

Salen sin permiso, aunque intente impedirlas. Cada lágrima que derramo simboliza un recuerdo de mi madre, una de sus historias.

Entonces llega, como la última vez, sin previo aviso, y como la última vez me reconforta y me hace dejar de pensar.

Nos estamos así un buen rato, pierdo la noción del tiempo, sin palabras de por medio que puedan estropear el ambiente, ni enturbiar esta atmosfera de auto consuelo que se ha creado.

Nos separamos al cabo de un rato. Y lo veo, roto, incluso más que yo, contiene las lágrimas, lo que hace que sus ojos brillen y destelleen más que las estrellas que del cielo nocturno que ahora nos cubre como una cúpula celestial, sé que ha debido pasar mucho, pues no llora por lo que ha pasado hoy, en su rostro se refleja mucho más dolor.

—Lo siento. —es apenas un susurro que se me escapa entre sollozos. —Siento haberte mentido y no haberte dicho la verdad.

—¡No! —estalla entre lágrimas. —Soy yo quién te ha mentido y ... —se pasa una mano por la cara para limpiarse las lágrimas que resbalan por sus mejillas. —aún no te he contado como he llegado a Xiah.

Un silencio. Es verdad, no me lo ha dicho, por qué, ¿cómo ha podido llegar el príncipe de Calurnia a Xiah al borde de la muerte en una pequeña barca como en la que vamos ahora?, qué ironía.

—Es verdad. —finjo desinterés, como si no hubiera pensado en ello, aunque en realidad me muera de ganas de saberlo.

—Para empezar ... —sé que no debería, pero por un momento aparto de mi mente la imagen de mi madre. —ni mi padre ha abdicado, ni yo bueno, he desparecido por voluntad propia, lo que realmente pasó ... —se pasa una mano por la frente y se limpia el sudor que empieza a formarse en ella. —una noche Calurnia fue atacada por un ejército de elfos y mi familia huyó, más bien huimos, pero al llegar al puerto una elfa ... —tiembla, pero creo que contarlo le está ayudando. —una elfa muy elegante mató a todos los soldados y ... —rompe a llorar y por eso le abrazo, como ha hecho antes él, no quiero dejarle solo, no quiero que pase por esto solo, no sería justo para ninguno.

Mi ayuda llega igual que la suya, cálida, suave, reconfortante, en un triste intento de tranquilizarle.

—Gracias ...

—Tú lo has hecho por mí antes ... —por alguna extraña razón siento vergüenza al decir eso, no es que un abrazo sea algo prohibido o tabú que no se pueda hacer o de lo que no se pueda hablar. —Si no quieres continuar lo entiendo, de verdad, no debería ser fácil. —incluso a mí me sobran las palabras después de verle la cara.

—No, quiero que sepas la verdad, —se remueve en su asiento o, más bien, en su lado de la barca. — que menos por haberme cuidado todo este tiempo.

—Todo el mérito es de Miluna, no es mío, ella se ocupaba de ti mucho más tiempo, sobre todo cuando yo no podía ir.

—¿Quién es Miluna?

—Es del servicio, aunque es más como una hermana. —cómo he podido no caer en que él no ha podido verla. —Habríais hecho muy buenas migas. —intento que su recuerdo no me ponga más triste.

Sé que mi plan ha surtido efecto cuando aparece el muchacho de esta mañana preguntándome sobre Miluna y nuestra estrecha relación.

Yo le cuento la primera vez que nos vimos o, concretamente, que la vi jugando con una muñeca de trapo raída y la invité a jugar conmigo, así como todas las veces que me he ayudado a salir de situaciones peliagudas, es una buena forma de pasar la noche.


Cuentos en una noche estrellada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora