Capítulo 18

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No recuerdo dolor, no recuerdo llantos, no recuerdo morir.

¿Así se siente en realidad?

Desgraciadamente, abro los ojos.

Dolor es lo primero que siento. Mi respiración sube y baja, estoy tirada en el medio del pavimento mirando arriba hacia la fría noche.

Hago un esfuerzo y observo mi alrededor, pedazos de chatarra y cristal están dispersos por todo el lugar. El coche está boca abajo a metros de distancia, sale humo oscuro de él. Un pitido ensordecedor está presente en mis oídos.

Mi cuerpo se siente pesado, como una roca bajo el agua. Intento gritar por ayuda pero apenas puedo gemir del dolor.

Giro mi cabeza y ahí lo veo.

Su cabello y rostro están tintados de un rojo oscuro, hay cristal en su ropa y piel. Sin embargo, lo más escalofriante es cuando inserta su mirada en mí.

Sale del coche, el cuál expulsa un humo más oscuro de lo normal. Se arrastra hasta llegar a un lugar seguro, cerca de mí. Se levanta con lentitud y sonríe al mundo.

—Vaya —dice mirando a las gigantescas nubes oscuras—, linda noche para morir.

Apenas lo escuché por el pitido de mis oídos, pero está demasiado cerca para ignorarlo. El escalofrío recorre mi cuerpo, congelando todo a su paso.

Una lágrima sale de uno de mis ojos, la cuál recorre el lateral de mi rostro y  cae en el frío pavimento. Voy a morir. Tengo que aceptarlo.

La noche llegó a su punto más oscuro, la luna se ocultó en una gigantesca nube la cuál absorbe su luz. La brisa nocturna congela mis piernas desnudas, me estremezco al momento.

Él se acerca, se pone encima de mí y esboza una sonrisa.

—Adiós, preciosa.

Una gota de sangre cae desde su rostro y salpica en mi boca.

Cierro los ojos, con la idea de nunca abrirlos. Por un momento recuerdo cuando estaba en aquél oscuro y sucio sótano, cuando él me ahorcaba lentamente.

—Adiós —susurro—. Te veré en el infierno.

Escucho como arrastra un pedazo de metal y lo levanta con fuerza. Se acelera mi corazón, siento que en cualquier momento dejará de funcionar.

A pesar de todo sonrío. Por fin todo acabará, por fin moriré en paz. Aunque sea un poco egoísta no pensar en lo que sienta mi familia. De todos modos, no los conozco lo suficiente.

El pitido de mis oídos desaparece y un nuevo sonido llega, las sirenas de la policía. Moriré, pero al menos lo haré sabiendo que él lo hará en la cárcel.

—Espero que te pudras en la cárcel, infeliz —digo mientras me arde la garganta.

Las patrullas se acercan. Todo ha terminado.

—Lo haré, hija.

Abro los ojos. Pero cuando lo hago, me pierdo en la oscuridad del abismo.

Fin.

Obsesión Anónima ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora