cuatro

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Realmente me había acostumbrado al ambiente y si me lo hubiera dicho hace un par de horas le hubiera dicho que sí pero había dejado de desear que de alguna manera quisiera irse a cualquier otro lugar, quería decirle que no pero el mareo se había estado intensificando desde que tomamos el primer cóctel y fui corriendo al baño para luego salir del lugar con el estomago vacío y la piel adormecida.

—¿Ahora a dónde? —ella sonrió tomando mi mano y recargó su cabeza en mi hombro.
—Torre Eiffel

Señaló un taxi que pasaba a lo lejos y corrimos a él. Entramos juntos y le dimos la ubicación mientras él conducía a una velocidad relativamente normal, al llegar, las calles estaban iluminadas en diferentes colores y la Torre brillaba en luz blanca y otra un tanto amarillenta. El azul oscuro del cielo hacia que resaltaran mejor y por primera vez en la noche, coincidí con la emoción de Leah. Era una vista maravillosa.
Corrimos hacia la torre y casi olvidamos pagarle al taxista, estoy más que seguro de que le dimos dinero extra de lo que debíamos pero obviamente no nos dijo algo.
Las instalaciones estaban cerradas y se podía ver el movimiento de un par de guardias en el piso de la punta, pero nos las arreglamos para saltar la las reglas de seguridad y subir por las escaleras. Leah daba vueltas entre los escalones y estuvo a punto de caerse un par de veces si no fuera por que alcancé a sostenerla a tiempo. Hacia horas que la preocupación se había filtrado por completo de mí, y en lugar de sentir un nudo en el estomago cada que sucedía, su emoción me parecía tierna y divertida, y la mayoría de las veces terminábamos riendo a carcajadas y callándonos entre nosotros un instante después recordando la seguridad del lugar. Al llegar a la punta, fuimos tan sigilosos como nuestros descuidados movimientos nos lo permitían y aún así logramos hacerles la llave del sueño a los policías para meterlos en un cuarto de servicio. Sólo eran cuatro y en cuanto estuvieron todos encerrados Leah fue rápidamente a la orilla, asomándose por la barda a las calles nocturnas.

—¿No es hermoso? —preguntó en un susurro, pero no estaba seguro de si me lo preguntó a mí o a ella misma, y continuó caminando en círculos por toda la plataforma mientras yo la veía de lejos.

Se detuvo cerca de mí y se sostuvo de un tubo dando un giro con sus pies en el mismo lugar y su cuerpo colgando, con su peso sosteniéndose sólo de sus manos en un agarre que pretendía ser fuerte hasta que cayó al suelo y soltó un grito que se trasformó en una carcajada ahogada con su tos provocada por el golpe en su espalda que le había quitado el aire.
Me acerqué entre divertido y preocupado y la ayudé a sentarse.

—Tranquilo, Chris. Todos estamos bien —dijo arrastradamente tomando mis mejillas y se dejó caer en el suelo nuevamente—. Siempre tenemos que estar bien, ¿no?

Sus ojos se nublaron reflejando las estrellas y su labio inferior tembló en un sollozo, entré en shock pues nunca la había visto herida y me extrañaba que comenzara a llorar de la nada.

—¿Qué...
—¿Estamos del lado correcto? —se enderezó repentinamente y me vio directo a los ojos pero su vista se perdió en algún punto— ¿Tú crees que... está bien lo que hacemos? Digo, nos han enseñado eso siempre pero... ¿y si no está bien? ¿y si creemos que está bien porque es lo único que conocemos?
—Cazamos a...
—No lo digas. —ella cerró sus ojos provocando que más lagrimas cayeran por sus mejillas, sus mejillas enrojeciendo y los sollozos incrementando a cada instante, puso sus manos en mi pecho y se dejó caer sobre de mí rendida, no supe cómo reaccionar o qué decir así que sólo la sostuve entre mis brazos, esperando a que se calmara— Sólo no lo digas. —hipó con la voz ahogada— La verdad, Chris, es que... estoy asustada de lo que somos...

last damn night,                    CHRIS ARGENTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora