Prólogo

8.5K 84 5
                                    

Abrí lentamente los ojos cuando unos rayos de luz iluminaron mi rostro. Bostecé vagamente y giré sobre mi con dificultad, hasta darle la espalda a la ventana. Podía sentir el ajetreo que había en mi cocina. Escuchaba como mi madre se movía de un lado a otro buscando los cacharros y cómo preparaba la comida, inundando así toda la casa con un olor a pan tostado. Tras un rato pude oír unos pasos subiendo la escalera. Cerré los ojos tapándome con la sábana esperando que no se dirigiesen a mi habitación.

-Gadea, levántate ya hija mía, pareces una marmota.

Mi corazonada había sido acertada una vez más. Como todas las mañanas, mi madre había subido a despertarme y una vez más me hice la dormida.

-Vamos Gadea, llegaremos tarde.- Dijo mi madre mientras apartaba la sábana de mi y abría mi ventana.

-Sabes que no tengo ganas de ir.

-Y tu sabes que me da igual lo que digas, venga levántate.

Y tras decir aquello se fue, pegando un portazo tras de sí. Hice el amago de levantarme y finalmente lo conseguí con dificultad. Me levanté y me acerqué a la ventana, cerré los ojos e inspiré profundamente. Iba a echar todo aquello de menos durante aquellos dos meses.

-Gadea, ¿me prestas tu camiseta azul cielo?

Me di la vuelta y en la puerta vi a una muchacha de estatura media, peinada con una coleta alta y con gafas.

-Vale Esther, pero no me la manches.

-¡Hecho!

Y tras aquello se fue. Podía llegar a ser una niña realmente incordiante y pesada pero, aún así, llevaba en sus venas la misma sangre que yo, y no me imaginaría una vida sin ella.

Me acerqué a mi mesa y cogí el conjunto que había dejado fuera la noche anterior. Me lo puse y me miré en el espejo. Era increíble lo que había llegado a cambiar en un año. Estaba más alta, más estilizada, y el tinte rubio me favorecía más que mi cabello marrón oscuro. Al fin y al cabo, mi decimoquinto cumpleaños sería en un mes y medio, y el cambio se notaba.

Cogí la maleta que estaba situada al lado de mi puerta y salí, dejando tras de mí una habitación que estaría vacía los dos mese de verano.

Bajé la escalera y llegué a la cocina, donde se encontraban mis padres haciendo los últimos preparativos.

-Buenos días bella durmiente.

-Buenos días papá- dije depositándole un pequeño beso en la frente, para coger a continuación una tostada.

-Eres muy vaga Gadea, en el pueblo espero que hagas más cosas.

-No me hables del pueblo, mamá.

-Recuerdo que antes te encantaba pasar los veranos allí. Sobre todo por...

Antes de que pudiera terminar la frase le miré con una cara no muy amigable y al parecer entendió la indirecta, porque no la terminó de decir.

-Bueno, ¿nos vamos ya o qué?.-Dijo Esther apareciendo por la puerta de la cocina.

-Si cariño, ya nos vamos.

Mi madre recogió las pocas cosas que había por la cocina mientras mi padre se aseguraba de dejar todo bien cerrado. Cuando lo habían hecho, Esther salió de casa seguida por mis padres. Después salí yo, cerrando la puerta, y me monté en el coche sin saber que cuando regresara a aquella casa, mi casa, yo ya no sería la misma.”

Recuerdos de un pasado (Gemeliers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora