—¿Qué es?
—Es como un amuleto. Me lo dieron mis padres antes de que todo esto empezara.
Podía ver la cara de Chuck sonriendo levemente como solía hacerlo durante nuestras conversaciones en el área. Antes de que... En fin. Sonreí tomando el amuleto para verlo mejor. Era una especie de estatua del tamaño aproximado de un pulgar.
—Quiero que se lo des a mis padres Thomas, cuando consigáis escapar.— Aquellas palabras me congelaron. Odiaba esa frase y por desgracia la escuchaba casi cada noche desde que cerraba los ojos hasta el amanecer.
—Chuck.— Dije tomando sus pequeñas manos y dejando el amuleto en las mismas. —Quiero que se lo des tú, saldremos de aquí, todos.— Por desgracia sabía que aquello jamás sería posible.
Todo estaba oscuro. No podía percibir ningún movimiento, ningún sonido. No había nada. De pronto un sonido seco. Miré a mi izquierda al sentir como unas manos intentaban aferrarse a mí sin éxito. La expresión aterrorizada de Chuck cayendo inconsciente sobre mi cuerpo. La sangre y el responsable de todo aquello. Gally. Quise gritar, quise moverme, quise impedir que aquello ocurriese pero mi cuerpo no respondía. No podía hacer nada.
Abrí los ojos sentándome de golpe en la cama. Todo estaba igual que antes. Nada había cambiado. Notaba mi espalda húmeda a causa del sudor y mi vista nublada a causa de las lágrimas. Enterré el rostro entre mis manos suspirando. Otra pesadilla. Al igual que cada noche. Siempre en el mismo orden. No podía aguantarlo más. Necesitaba cambiar de rutina, hacer algo diferente. Me levanté rápidamente y realicé el mismo recorrido que el día anterior. Ducha, ropa, desayuno. Ya estaba listo para empezar el día. Tras fregar el bol y la taza que había usado para desayunar me encaminé hacia la puerta notando de repente un desagradable olor a quemado. Fruncí el ceño y me giré para investigar de dónde procedía. La cocina. Caminé hasta la puerta empujándola levemente para entrar a la estancia.
—Mierda, te dije que no funcionaría, necesitamos papaya.— La voz de Harriet resonaba en la habitación llena de humo. Me lagrimeaban los ojos y sentía ganas de toser.
—¿Todo bien?— Pregunté mirando a ambos chicos. Esta vez fue Sartén el que se giró para mirarme.
—Hola Thomas, sí, todo bien. Estamos innovando en cuanto a las recetas pero al parecer necesitamos papaya para esta.— Dijo tirando unos restos de comida quemada a la basura.
—De hecho creo que las del mes pasado ya deben estar maduras.— Comentó Harriet mirando por la ventana. —Oye Thomas, ¿nos harías el favor de ir a buscar unas cuantas?
Asentí inmediatamente. Esa era la oportunidad perfecta para huir de mis pesadillas y de la rutina en general. —Claro, no hay problema.
—Gracias, están en el invernadero, en la parte de los árboles. ¿Sabes dónde verdad?— Quiso saber ella.
—Sí, descuida. Me las apañaré.— Y dicho aquello me giré y caminé hasta salir de la cabaña. El invernadero. Fácil. Anduve por entre las cabañas hasta alejarme lo suficiente de la civilización. Sabía que si seguía caminando unos minutos más llegaría a mi destino. Y efectivamente allí estaba, una gran construcción de madera y cristal escondida entre los árboles.
Abrí la puerta y entré al enorme lugar. Miles de olores agradables inundaron mis sentidos. Todas aquellas flores emitían perfumes extraños y exóticos. Por no decir que las frutas y verduras desprendían un olor muy agradable también. Vislumbré a varios chicos y chicas trabajando no muy lejos de mi posición. Cuando digo un invernadero no me refiero al típico cuartito que recorres en dos o tres pasos. Este invernadero era como un mundo aparte, una vez dentro podías perderte muy fácilmente. Mi destino era el bosque, uno de los lugares más peligrosos en cuanto a la orientación. Saludé a varios de los chicos que cultivaban algo que supuse que serían patatas y por fin llegué frente a los primeros árboles. Cogí aire y me adentré en el espeso bosque. Miles de olores impregnaban el aire y el suelo se encontraba lleno de hojas y frutas caídas. Por suerte cuando se construyó este lugar también se pensó en la enorme probabilidad de que uno se pudiese perder. Agradecí a Vince por pensar siempre en todos los detalles. El recorrido era más o menos simple. Un sendero de varios kilómetros con carteles a cada lado indicando el tipo de árbol y de fruta que se encuentra en la zona. Ahora solo debía recorrer todo el lugar hasta dar con las papayas. Comencé a caminar mirando cada cartel, prestando atención para evitar saltarme el lugar y seguir caminando durante horas. Todo aquello debía servir para olvidar por completo mis pesadillas y mis miedos, al menos por una o dos horas.
No sé cuánto tiempo pasé caminando hasta que di por fin con el cartel de las papayas. Sentía que el sol ya estaba en lo alto indicando que era mediodía. ¿Había caminado durante dos horas? Por suerte había terminado mi tarea. Tenía siete papayas maduras y perfectas para llevarles a Harriet y Sartén. Realmente espero que hagan algo muy importante con ellas porque no fueron fáciles de conseguir. Las metí con cuidado en mi mochila y recorrí todo el camino de vuelta hasta salir del bosque. Realmente estaba agotado y necesitaba descansar. Desde que escapamos del laberinto y de las garras de C.R.U.E.L me había desacostumbrado de correr o moverme durante horas. No era demasiado bueno pero lo agradecía, era preferible descansar a ser constantemente perseguido por cranks o científicos con ideas locas. Volví a entrar al comedor y me dirigí a la cocina. Tenía hambre y sueño y quería cerrar los ojos aunque claramente eso no arreglaría nada. Si cerraba los ojos todo iría peor.
—Por fin, creímos que te habían comido las plantas carnívoras. Estábamos a punto de mandar a alguien a buscarte.— Bromeó Sartén sacándome una leve sonrisa. Debía aparentar estar bien o acabaría preocupando a todos.
—Sí, he vuelto y tengo la mercancía.— Dije con tono divertido sacando las frutas de la mochila y depositándolas sobre la mesa central.
—Muchas gracias Thomas, esto es perfecto.— Intervino Harriet mirando las frutas como si de joyas se tratara.
—No es nada, iré a dormir un rato, estoy agotado. ¿Me llamáis para comer?— Pregunté caminando hacia la puerta.
—Claro, le diré a Minho que te despierte.— Respondió ella.
Salí de la cabaña cansado. ¿Quería distraerme? Sí. ¿Acababa agotado? Sí. ¿Quería dormir? Sí. ¿Ayudaría en algo? No. Dormir significa pesadillas y las pesadillas significan cansancio. Suspiré. Sin darme cuenta había caminado hasta la playa. Algo en ese lugar me traía paz, era el único rincón de toda la isla en el que me sentía en calma. Me senté sobre la arena dejando que el viento despeinara mi cabello y cerré los ojos disfrutando del sol y del sonido que provocaban las olas al chocar contra la orilla. Se sentía bien. Me recosté tranquilo y poco a poco dejé de sentir, ver y oír cayendo preso en otro de mis sueños.
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You Are My Gravity | Newtmas
FanfictionTras terminar las infernales pruebas en el laberinto, Thomas y los demás chicos pueden por fin vivir una vida normal libre de peligros. Sin embargo el recorrido que tuvieron que hacer para llegar hasta ese punto ha dejado grandes heridas en sus cora...