Lee Young Mi (1)

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Mi alarma sonó tan fuerte que pensé que mis tímpanos terminarían quebrándose dentro de mis oídos. Apagándolo perezosamente, me incorporé sobre mi desgastada cama de habitación y miré, después de desperezarme, mi alrededor con tristeza; las paredes tenían un destartalado tono verdusco tirando casi a un verde vómito que de tan sólo imaginarlo sentía la bilis subiéndome por la garganta. El techo, igual que el piso, eran de madera desgastado por los largos años que debía de tener el edificio de apartamentos cerca de un barrio que podía considerarse pobre y nefasto. La puerta realmente no sabía de qué material era, pero por su apariencia llena de humedad y vieja te daba la sensación de que agua había pasado sobre ella dejándola como húmeda y desecha.

Observé por la única ventana que tenía con vista a la calle el gran cielo impregnado de nubes grises que anunciaban una posible y tortuosa tormenta en la tarde. Seguramente las goteras comenzarían a molestar en cuanto la lluvia se asomara, así que levantándome de mi lecho con rezagues, salí de la pieza y fui hasta la cocina, tomando de los estantes de abajo del lava trastes los tachos de plástico que ponía siempre bajo las molestas goteras del techo. Pegué un gran brinco cuando una cucaracha salió de adentro, corriendo hacia otro estante, escapando de mí.

Maldije en voz baja, diciendo uno y mil insultos distintos, en diferentes idiomas de ser posible.

Intenté recordar los lugares exactos donde serían las mi-ni inundaciones y los coloqué, rezando que fueran los lugares correctos y que el piso no se llenara de agua que luego tendría que trapear regresando del trabajo.

O que David tuviera que hacerlo.

Mirando la hora en el reloj de pared de la diminuta sala, regresé a mi espacio personal a cambiarme y así poder ir al colegio y pagar las cuotas del mes para que mi hermano pueda seguir yendo. Aunque un colegio público sea mejor en tema de costos, no quería que él tuviera una pésima educación y que en el futuro tenga que pasar por lo mismo que yo, por lo que prefería pagar cuotas mensuales en una institución privada donde sé qué lo que le enseñan será eficiente, con profesores más calificados y alumnos prodigios.

Agarré mi cartera con mi teléfono, mi billetera con el dinero y el recibo de cuota por si las dudas. A veces los ricos te tratan tan pésimamente y hablo de la mayoría; sí, también los de la institución.

Instintivamente miré el calendario pegado a la pared de la cocina antes de tocar siquiera la puerta de entrada, fijándome si hoy era martes y sintiéndome sumamente aliviada de que fuera lunes, me encaminé lejos del edificio.

Me había acostumbrado a caminar por estos lugares y era común en mí saludar a los vecinos próximos y con los que llevaba buena relación. Aunque no lo parezca, en los barrio pobres hay maravillosas personas; puede que en temas de financias y gastos no sea tan así, pero en lo que respectaba a ser amables y corteses, aquí todos lo eran. Una clara evidencia de ello era la dueña de mi complejo; esa señora siempre me tendía la mano cuando me atrasaba en los pagos del departamento. Sabía sobre mi padre y mi situación, sin embargo, prefería no meterse en ello porque era un asunto que yo misma debía arreglar.

Algún día, o por lo menos eso esperaba.

Odiaba cuando los ricachones juzgaban a los que no tenían dinero, vivían en casuchas y en barrios como el mío. Mi padre me enseñó que no debes de juzgar a nadie antes siquiera de intercambiar palabras. Si nunca hablaste con esa persona no tienes el derecho de ir y decir cualquier cosa de ella. Como él alguna vez fue periodista internacional me hizo comprender que todas las personas son diferentes y que no por eso es justo criticarlas. Él siempre había buscado la verdad antes de decir una mentira en sus reportes; siempre dispuesto a encontrar el secreto, el enigma, pero nunca llegando con mentiras ni criticas sin fundamentos. Es lo único que aprendí y que recuerdo de aquel honrado padre que tenía antes.

Cartas a ti | Youngjae | GOT7Donde viven las historias. Descúbrelo ahora