La Caída de Natsu

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Laxus protegió a Aiko de la explosión usando su cuerpo. No había sido una explosión devastadora ni mucho menos, más bien solo habían hecho volar la puerta y listo.

Lo primero que vieron fue a una chica con una armadura ostentosa que no dejaba su cuerpo escultural a la vista. Era Rowena.

—Qué lugar tan asqueroso— dijo a viva voz.

Lageel corrió hacia donde estaban Wendy y Romeo protegiendo a Juliet. Se sumó, no podía dejar que a su amiga más pequeña le pasara algo.

—No puede ser que hayas caído tan bajo, Ai-chan— dijo la chica rubia mientras pasaba un dedo por una de las mesas del gremio —Pudiste haber estado junto a mí en Tártaros, viviendo como los reyes. Sólo saliste de la cárcel para llegar a una pocilga— agregó —Pudimos seguir siendo tan unidas como cuando éramos hermanas— finalizó, venenosa.

Para Aiko, cada palabra que salía de los labios de Rowena era como una daga perforando su corazón. La desconfianza que ahora sentía para con la que alguna vez consideró su hermana mayor era algo que definitivamente no le deseaba a nadie, era como tomar su alma y desgarrarla sin ninguna compasión. Pero no podía sentirse así con respecto a Rowena, a pesar de lo muy unidas que hayan sido en el pasado, no podía dejarse llevar ahora.

Aiko se puso de pie con decisión, a pesar de que sus piernas amenazaban con fallarle. Aún así, usó su magia y su cuerpo fue cubierto nuevamente por su vestido de llamas, al igual que su cabello ondeaba encendido con fuego. De un golpe en el estómago sacó a Rowena del gremio y la envió lejos, para luego seguirla junto a Natsu, Lucy, Lageel, Scarlet y Dryce.

—Tú misma lo has dicho, cuando "éramos" hermanas— dijo Aiko una vez que llegó a donde había mandado a Rowena.

Las llamas de su vestido comenzaban a convertirse lentamente en plumas de colores amarillo, naranja, ocre y dorado. Quienes la habían acompañado quedaron impactados al ver como lentamente las llamas eran reemplazadas por aquella maravillosa capa de plumaje. El cabello flameante volvía lentamente a ser del color rubio normal y sus pies lentamente eran cubiertos por unas balerinas reptilescas. Desde sus manos hasta un poco más arriba de su codo eran cubiertos con un par de guantes que seguían el mismo patrón de sus zapatos.

Y lo más impactante de todo, era que un par de majestuosas alas estaban naciendo de su espalda y lentamente se abrían, y se batían con delicadeza, dejando pequeños hilos luminosos atrás.

Era la magia perdida de Aiko, en su forma original perdida en los años.

Lost Magic: Phoenix Soul.

Rowena estaba completamente confiada de su magia, Entity, una magia que trasladaba los espíritus del inframundo a Earthland y los controlaba a su antojo, además de que las entidades tenían habilidades especiales. Ninguna magia extravagante como la que tenía Aiko podría contra la de ella, que le fue enseñada por la misma Minerva con el fin de convertirla en la mejor maga del gremio y que por fin fuera respetada.

—El fuego no me asusta, Ai-chan. Nada me asusta— dijo Rowena con sorna. Una sonrisa empapada de malicia apareció en su rostro y lo adornó de una manera tan perturbadora que hasta Scarlet se asustó.

—Deberías asustarte, Row-chan— respondió Aiko con una sonrisa llena de confianza —No deberías subestimar a una maga de fuego hija de magos de fuego—

En efecto, Lucy era ahora una maga de fuego. Siempre se consideró débil, ya que nunca hubo una misión en la que pudiera defenderse sola. Así que un día decidió secuestrar a Natsu y a Gray, y entre los tres crearon una nueva y devastadora magia, el mundialmente conocido Fire Make.

—Me das asco, Dragneel— murmuró Rowena, con el seño fruncido y un notable odio brillando en sus ojos.

—Pudiste ser parte de mi familia si no hubieras caído en los juegos de Minerva— Aiko mantenía la esperanza en que la muchacha que alguna vez vio como su hermana mayor entrara en razón.

Sálvenla por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora